ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Tiesos y graves, con gran apretura de botones y almas, el Príncipe Felipe y el ministro Federico Trillo estuvieron ayer en la base de Rota, ese portaviones extranjero que nos sale de la playa, en un homenaje a los muertos del Apocalipsis USA. Lo sacan por la tele y el locutor, con algo de cura castrense, insiste mucho en la hermandad de las banderas americana y española, que han puesto en el mismo sustentáculo “codo con codo”, como explica el narrador con jerga muy de trinchera. Lo de la “base de utilización conjunta” lo dice mucho durante la ceremonia, reglándonos también frases tan floridas como “esa base donde las Armadas española y americana trabajan juntas por la paz en el Mediterráneo”, y en ese plan. Pero la de Rota es una base donde USA pone los acorazados y nosotros los barrenderos, con lo que la cosa queda bastante desigual. Pese a los esfuerzos de Trillo por hacer un Ejército profesional, aquí se sigue viendo al soldadito español como los de Puta Mili, con todos los sargentos chusqueros hablando como hacían los de Ivá, que en paz descanse. Este homenaje, este bailar virilmente para los muertos que no pueden verlo ni emocionarse, pues se volatilizaron hasta sus espíritus, es en realidad un agasajo para los vivos, que se conmueven de su propia piedad (así son todos los funerales y entierros), y un aliento de valentía para la soldadesca, a la que le entran ganas de dejarse las tripas por la Patria sólo para que le hagan ese minué tan bonito de banderolas, pisadas e himnos. Uno recuerda que en la mili, durante estas ceremonias a los caídos, nos hacían cantar algo patético que se llamaba “La muerte no es el final” (lo siguen cantando), con lo que nos querían convencer de otra vida a la que se llega después de quedar destrozado por una granada, para que no nos diera miedo eso tan tonto de la muerte, que sólo es una picazón de un momento. El Valhala, un paraíso para los guerreros, el Honor y la Gloria que nos regalan los dioses cuando morimos dócilmente con la bayoneta. Curiosamente, es lo mismo que esos muyahidín tenían en mente cuando lanzaban los aviones al corazón del Imperio del Mal con todos los motores aventados por su dios tan furibundo. “Cuando la pena nos alcanza / del compañero perdido. / Cuando el adiós dolorido, / busca en la fe su esperanza / En tu palabra confiamos / con la certeza que Tú: / ya le has devuelto a la vida / ya le has llevado a la luz”. Estas palabras se las imagina uno dichas por el talibán de turno y queda que ni pintado. Es, sin embargo, lo que cantan nuestros soldaditos. Por supuesto, totalmente inconstitucional hacer cantar estas cosas, pero uno no se lo iba a decir al capitán para que te metiera tres días por lo menos. Otro de los textos que se suelen leer en los actos de homenaje a los caídos suena tal cual: “Lo demandó el honor y obedecieron, / lo requirió el deber y lo acataron; / con su sangre la empresa rubricaron / con su esfuerzo la Patria redimieron / Fueron grandes y fuertes, porque fueron / fieles al juramento que empeñaron. / Por eso como valientes lucharon, / por eso como mártires murieron. / Inmolarse por Dios fue su destino (...)”. Pongamos al final de este inspirado pasaje algo como “insh’Alla” y ya tenemos un discurso de Osama ben Laden. El dios al que saludan nuestros gastadores, ése que al compañero caído lo lleva a la luz. El dios que sale en las lágrimas de Bush, en su “God bless America”, el que les carga los misiles de razón y santidad. El dios que comanda los aviones sobre Manhattan y mata a miles de oficinistas, el dios que se aprieta el chaleco de dinamita cuando entra en Jerusalén. El dios de Abraham y de Jacob, el del Pueblo Elegido, que levanta casas sobre calaveras infieles. Y cada uno con sus soldados. Estas guerras las están planeando por los Cielos inexistentes y aquí están Oriente y Occidente haciéndole el trabajo sucio a una caterva de dioses ociosos y sanguinarios. |