ZOOM · Luis Miguel Fuentes


El panfleto

 

“Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Alá ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Alá manda que cuiden. ¡Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no os metáis más con ellas. Alá es excelso, grande”. Es el Sagrado Corán. Alá, Grande y Misericordioso, se dirige en su Revelación al hombre, siempre. La mujer es como una vaca, y los dioses no hablan a las vacas. La mujer en su sudario azul, la mujer como un ganado bello y tembloroso, la mujer que camina como un saco de trigo vivo, con todo el enrejado de su miedo delante de los ojos. No es del “honor y seguridad” de las mujeres, sino del de sus amos, de lo que habla el Libro. La hacienda que es una mujer, el rebaño silencioso de las hembras como yeguas paridoras y receptáculos de semen. Este es el compromiso talibán con el “desarrollo social, cultural y económico de las mujeres” que ahora nos defiende una propaganda de la Asociación Islámica de Málaga.

Son cosas como éstas las que luego provocan los exabruptos de Oriana Falacci y argumentan toda la epopeya del choque de civilizaciones, que está tan de moda. Cuando algunos nos quieren vender un Islam ajardinado y musical, cuando vuelve el mito de Al-Andalus como una felicidad de cojines y cenefas, nos están poniendo en las mezquitas la defensa de la esclavitud en nombre de la tradición y la identidad “cultural”. Pero esta tradición y esta “cultura” son un medievo sin catedrales ni filosofía, con la sola voz de un dios viejo y macho que habla entre cabras. No entro en si el Islam es o no esto. No es de mi interés. Los monoteísmos con libro sagrado tienen todos barbaridades muy semejantes. La Biblia también justifica lapidaciones y esclavos. Pero en el caso de Occidente el empuje del librepensamiento ha ido limando y convirtiendo en metáforas todas las furias primigenias de su dios. El Islam, que no tuvo Renacimiento ni Ilustración, que no desarrolló la ciencia y el laicismo como una indisciplina de la burguesía, no ha poetizado las crueldades de su Libro y en sus escuelas estudian todavía una única verdad de piedra que dice que hay que matar infieles y flagelar a las mujeres.

No quiero demonizar la fe musulmana, pues si hubiera talibanes de la Biblia actuarían con una perversidad semejante. Pero, sin querer imitar a Falacci, es cierto que aquí tuvimos a Descartes y a Newton, a Kepler y a Kant, que fueron dejando a Dios en poeta malo o en geómetra hacendoso, y a la religión en una corazonada. Occidente ha tenido monstruos, pero fue capaz de ese avance que es desarrollar una moral fuera de los versículos divinos, a partir de la razón (aunque sea en la “Crítica de la razón práctica”, tan bellamente equivocada), aun manteniendo la religión como puntal dulcificado y tablatura para sus miedos y motivos. No ocurrió así en el Islam, donde no hay crítica y todos los pensamientos siguen llevando a la misma unicidad.

Rechazo el falsamente “progresista” relativismo cultural. No pueden mirarse desde la paridad nuestros progresos morales y los del mundo islámico, al menos si es el que nos están presentando por aquí. El panfleto que han puesto en la fachada de la Asociación Islámica de Málaga con el título “Los talibanes y las mujeres” es moralmente aborrecible y depravado. No me importa la religión de que provenga. No me importa el dios que lo bendiga, ni el libro mágico que lo cante. Sólo puedo aceptar la moral como aquella conducta que minimiza el sufrimiento del ser humano y lo hace más feliz y digno. Y todavía no hay religión ni profeta que defienda esto, pues solamente el miedo y el dolor satisfacen a los dioses. A todos.

 

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