Luis Miguel Fuentes |
MOCIÓN
DE CENSURA EN ESTEPONA La política prostituida
El Ayuntamiento de Estepona, tal y como estaba previsto, se dio la vuelta en un pleno populoso y caliente. Debía de tener razón Nietzsche con aquello del eterno retorno, porque esta moción de censura con el PP y los ex GIL haciendo pandilla se consumaba en el Palacio de Congresos y Exposiciones que construyó e inauguró Gil Marín, el hijo más plurivalente del inmarcesible alcalde de Marbella. La ciudad parecía volver así apaciblemente a su destino de dinero esbelto y suelto, muy arropado de jardines y de una modernidad falsa de tubos y paisajes. Pero el mosaico del Guernica de Picasso que adorna la fachada del edificio todavía llamaba a la guerra, a la resistencia y a esa rabia que les queda a los muertos que se creen inocentes. El público numeroso y acuadrillado inventaba consignas mañaneras, ocupaba el salón saltando las sillas y pisando a los policías, un salón que tenía en una esquina una estatua negra y algo desatendida, la alegoría de la Justicia, que parecía sorprendida en un gesto de duda. Jubilados y jovencitas, curritos y elegantes, partidarios de una o otra iniciativa posicionados y atentos como velocistas. Algunos llevaban pegatinas: “Estepona está con Barrientos”. Otros, más audaces, protestaban a gritos: “Menudo morro y menudas tragaderas que tenéis la gente del PP”, decía un simpatizante del PSOE moviendo la mano sobre el gañote, entre algún silbido de desaprobación. Todas las esquinas estaban demarcadas, cada grupo había traído su ejército para el vocerío o el aplauso. Del lado del PSOE llegaban delegados de la Junta. Del lado de los firmantes de la moción de censura, miembros de la ejecutiva del PP y, desde Marbella y Ceuta, una delegación de los más leales y duros grupos de apoyo del GIL, frotándose ya las manos con el gesto hinchado y potente que dan la victoria y el desquite. Habían distribuido algunos una caricatura de Sánchez Bracho, vieja guardia del PP de Estepona, haciendo de rocín contento para un Jesús Gil que, disfrazado de quijote con la camiseta del Atlético, decía en el bocadillo: “Llévame a Estepona, Imperioso II”. Por el otro lado de la página, la fotocopia de un boletín informativo del PP de Estepona de 1999, donde arremetía duramente contra el GIL y sus suciedades. Ya sabemos que la memoria, en política, se pierde con gran facilidad. Los concejales llegaron como luchadores o futbolistas, cada uno con su abucheo y su aplauso. Antonio Barrientos, el alcalde que ya no lo es, lanzaba besos como un torero, vestido de gris, los ojos hinchados y los andares curvos. La candidata del PP, la ya alcaldesa Rosa Díaz, callada y lateral, entró como una actricilla secundaria, y es que esta mujer no termina de irse de la sombra talluda de Sánchez Bracho, verdadero brazo del PP de Estepona. A los ex GIL los llamaban fascistas, pero mantenían inalterable su pose profesional y alejada, quizá porque saben que sus guerras se libran en otros foros. Durante el pleno, muy interrumpido de gritos e insultos, nadie dijo nada nuevo. La candidata a la alcaldía rehusó su turno de palabra, propagando en el salón comentarios de cobardía y ninguneo. Sánchez Bracho defendió la moción de censura por la ineficacia del equipo de Barrientos y se le coló una graciosa referencia al mal estado de los jardines, que sonó como un veteado del más típico GIL. El público le pedía una memoria que se dejó en los cajones, y Barrientos, con esa dignidad última e inútil de los moribundos, tuvo que pedir silencio y respeto para la palabra de su contrincante. El portavoz del PSOE contestaba luego que la moción había venido sin ningún porqué, y hacía un extenso recordatorio de las maldades y atropellos durante el mandato del GIL, advirtiendo de que la moción de censura era una regresión a aquellos tiempos. Al portavoz de los ex GIL que firmaban la moción (siete de los nueve que componen el grupo mixto), apenas se le escuchó por encima de los insultos. Apeló a una fría legalidad para defenderse de la acusación de transfugismo y recurrió a la socorrida muletilla de trabajar por el bien de la ciudad, que quizá sea solamente el bien de todos los constructores ya al acecho. Aun con la inicial reticencia del PP y sus aliados ex GIL, la votación se terminó haciendo secretamente, con la urna como una metáfora sobre la mesa. Paripé inútil, porque los concejales exhibían ante el público y las cámaras su papeleta como una bella media verónica. No hubo sorpresa, y la moción de censura triunfó. Los gilistas de Marbella y Ceuta sonreían, cada cual tomaba su victoria o su derrota y de uno y otro lado terminaban cantando chocantemente aquel himno, “Libertad sin ira”. Otro ayuntamiento ganado por esa alianza malcarada del PP y los ex GIL. Mucho debe merecerles la pena para soportar esa fama de políticos prostituidos que se les va quedando ya. La canción de Jarcha, la verdad, no les pegaba nada. |