ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Cartas

 

Chaves escribe cartas al gobierno, a los ministros, se desangra en cartas como un doncel febril y despechado. Siempre se enfrenta mejor el folio que los ojos de la amada o del enemigo, y por eso el tímido tiene la carta como una doblez de esa voz que no sale delante de la persona (puede que Chaves sea un tímido). Uno ha escrito muchas cartas de amor u odio a novias verdaderas o platónicas, porque la carta puede ser la única puerta a la intimidad de ese alguien remoto, diluido y arisco que está en otra provincia o en otra cama y que no nos coge el teléfono o nos dice siempre que tiene algo en el fuego con mucha ternura. A lo mejor aquella chica no se acostó con nosotros, no nos quiso o no se dejó querer, nos dejó o la dejamos, pero las cartas, el ramillete de cartas, lo pone ella en el cajón al lado de una horquilla, de una media, y es una lanzada blanca y tierna que le llega al corazón desde la lencería y el pasado, luego, cuando las vuelve a ver un día buscando una braguita. La carta es el esbirro delgado y fragante que siempre se deja entrar por curiosidad y al que se le permite o se le perdona que dé de vez en cuando tenues puñaladas de desesperación y nostalgia. La carta es una manera de eternizarse en la biografía de alguien querido o aborrecido, porque las cartas, como los libros, da pereza y pena destruirlas, es como si desnucáramos a un pequeño animal de caligrafía y esperanza, inocente, blando y retraído como un ave coja.

Chaves escribe cartas porque a lo mejor, como uno entonces, cuando escribía cartas de amor (ridículas, como todas las cartas de amor, dice Pessoa), quiere seducir con un adjetivo, desnivelar un corazón con el aparejo transparente de una metáfora. Chaves sabe que la palabra hablada es el uso más torpe que se puede hacer de la lengua, que es como poner el idioma en chándal, que así sólo va uno a la panadería. El idioma, para que conquiste, tiene que escribirse, y es así, acicalado y solar —la literatura es eso— cuando puede rendir a una mujer bella, conmover al enemigo o derribar un gobierno. Incluso si el argumento, la idea, no valen, se les puede poner el alambicado bello de la literatura, y así hay muchos filósofos (los del catolicismo, por ejemplo) que construyeron su sistema sobre la piedra sola del aire y el estilo, que un pensamiento necio puede quedar admirable, grande y cautivador en el atavío de una imagen bien hilvanada. O sea que la belleza es superior a la verdad, puede sustituirla o despreciarla, y por eso Chaves, inteligentemente, escribe cartas en un intento de convertir su verdad en literatura, aunque la literatura, en realidad, no conoce la verdad ni la moral, como ningún arte. Zarrías seguro que también intenta algo así cuando lleva sus papeles a una conferencia de prensa. No le sale, vale, pero lo intenta. Le pone una voluntariosa paradoja a la A-92, que construyeron sin construirla en sí, o una hipérbole a una estadística de crecimiento, o una ironía a lo de la gran actividad legislativa del parlamento andaluz, o una perífrasis a una frase larga que al final coloca al PSOE al frente de una autonomía mágicamente veloz, moderna y deslumbrante.

Chaves, romanticón, escribe cartas a un amor necesitado y odioso, y uno se siente conmovido al ver que los políticos quieren ensayar el poder afilado del género epistolar, esa vehemencia y ese fuego que sólo puede tener el trazo tembloroso, azul y picudo de una carta, la última arma de redondilla para atraer la mirada o la lágrima del otro. Chaves escribe cartas, y escribir es siempre hacerse una sauna de alma. Escribir limpia, repara y humaniza. Lo malo es que no salga literatura, sino una carta como las de CCC o así. Entonces sólo se ha malgastado tinta, idioma y flujos.

 

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