ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
“El último acto de un hombre libre”, así ensalzaba el suicidio Séneca, aunque al final él terminara dándose muerte por orden de Nerón. No hay mayor rebeldía contra los dioses que declararse dueño de la propia vida, o de la propia muerte. Por eso el suicidio es condenado por el cristianismo, el judaísmo y el Islam, religiones en las que la existencia es un préstamo y una coreografía muy delimitada de la que no hay que salirse. Pero la libertad siempre encuentra su espacio, y hoy en día uno se puede suicidar decente y ciudadanamente con lo que nos da el supermercado. Al tabaco le ponen una propaganda de calaveras y unas advertencias de mucho miedo para que sepamos que mata. Pero es un suicidio sensual y tardón que sigue ahí, en cada calle, a la mano, porque ni los más fanáticos se atreven a prohibirlo, pues por encima de nuestros prejuicios judeocristianos y de la moda de la salud, quedan Lauren Bacall con un cigarrillo en la mano y toda la economía que trae ese morir blandamente. Claro que sabemos que fumar mata. Pero nos da igual. Eso es la libertad, decidir fumar aunque nos vaya trayendo muerte y cansancio que, por otra parte, es lo que va nos trayendo todo lo que encontramos por la vida. Hay suicidios, como el del tabaco o el alcohol, que se admiten y tienen una riqueza muy estatutada. Otros suicidios, desde las drogas más duras a la piedad de la eutanasia, no. No hay motivo moral para estas diferencias. Sólo tradición, que siempre diseña gran variedad de hipocresías. Morir de un cáncer de pulmón caro y trabajado es más piadoso que hacerlo de una sobredosis rapidísima porque nuestra civilización puso a los curas a fumar picadura pero no a meterse coca, igual que nuestros dioses convertían el agua en vino pero no en heroína. La droga de siempre, tan de costumbre, no puede ser nunca igual que la nueva droga advenediza y moderna. Tampoco la droga paisana, con sus vicios hechos cultura, puede ser lo mismo que la que viene de lejos, de lo moruno y lo selvático. Por eso la marihuana es ilegal pero el güisqui no. No es problema de salud pública, sino de chovinismo e hipocresía. La Junta se querella ahora contra las tabaqueras en una maniobra que tiene su parte de distracción política y su parte de insensatez. Pedir daños y perjuicios a una industria que las leyes permiten y regulan, y de la que las administraciones sacan su pellizco, es una estupidez. Si nuestra costumbre y nuestra reglamentación aprueban ese suicidio tan cotidiano del tabaco, bastan los impuestos que ya se les cobran. Si no, prohíbase el tabaco, que, por cierto, sería otra tontería. Uno no es que quiera ahora ponerse en plan Escohotado, pero siempre ha pensado que ninguna droga debería ser ilegal, visto que es necesidad o maña muy humana, que nada puede acabar con ellas y que no son más mortales que viajar en coche o comer demasiadas hamburguesas. Que cada cual se meta lo que le venga en gana es una libertad que deberían reconocernos. Eso sí, que los que monten su negocio sobre ese vivir o matarse como uno quiera, paguen sus impuestos, como todos, pero no multas ni puniciones adicionales, pues ellos no tienen culpa de que esté más permitido morirse de una manera que de otra. Por eso resulta ridículo que la Junta se ponga a plantear querellas absurdas, dignas del bufete de Ally McBeal, por hacer despiste y demagogia. No se puede estar denunciando a todo lo que nos trae muerte, pues involucraría a demasiados abogados, pero menos aún cuando es una muerte que nos han hecho querida y familiar nuestros mismos gobernantes, que son los que otorgan los permisos. Suicidarse, esa libertad, con tabaco o tirándose de una azotea. Y que las administraciones paguen nuestra tos o nuestra tibia rota cuando fallemos, porque entra en sus competencias. Si no, a ver para qué están. |