ZOOM · Luis Miguel Fuentes


El mito González

 

Acusaba el otro día Teófila Martínez a Felipe González de “utilizar frívolamente en un momento tan delicado sus viajes personales a Marruecos”. Parece que todo el escándalo formado por el incansable ex presidente al bajar a comprar unas babuchas no quiere terminarse sin que el PP se deshaga de un poco de su culpa. Para Martínez, poco podía hacer allí González aparte de conspirar y afilar alfanjes, que es a lo que llama el resol de la tierra, así que con la literatura moruna y la maldad recurrente del socialista inmarcesible, el “equívoco” se fraguaba solito. Los espías esquineros que hay por Marruecos, acostumbrados a dejarse llevar por los barruntos de los vientos y el rastro de una camella, funcionaron por rutina y, en cuanto llegó González embozado de turista, advirtieron de la inevitable felonía, sin perder el tiempo en seguirlo por los zocos.

Estas alarmas y estas deslealtades supuestas quizá principiaron con Zapatero, que tenía que quitarse la imagen de cervatillo inofensivo y por eso, con los embajadores enfadones, decidió visitar al amigo/enemigo del sur, cosa que además le servía para autoconvencerse de importancia, ya que un recibimiento con elefantes y cimitarras sube mucho la autoestima siempre. Pero no es sólo este flanco marroquí que está utilizando el nuevo socialismo impúber para dorarse de internacionalidad y peligro, sino que este affaire sigue siendo una nueva extensión del mito quizá exagerado de Felipe González como príncipe destronado y viejo general resentido, con nostalgia de glorias y punzadas de ‘revival’, González que tiene a Aznar como su Moby Dick con bigote y al que se le supone siempre una venganza enconada y una cojera de rencor que entre las dunas saharianas le queda hasta más simpática.

González sigue ahí como una plomada de la política, entre rapsoda de la transición y ropavejero del socialismo. No asiste apenas al Congreso, pues los fantasmas le llenan el escaño. No tiene cargo, pero sí una agenda de teléfonos con nombres gordísimos y los favores apuntados al lado, que es mejor. En el PSOE le consultan como al brujo de la tribu que habla con los espíritus de los antepasados, que a lo mejor ni se han muerto siquiera todavía. Tiene toda la pesantez del tiempo y la experiencia, y ése es un poder que sobrevuela las ejecutivas del partido y se salta los protocolos livianamente. Este poder lo siente todavía el PP, que lo ha convertido, con sus miedos y sobremenciones, en un pirata viejo y loco que a lo mejor no lo es tanto.

González tuvo un principio socialista muy loable pero luego, a medida que más puretonas iban soñando con bailar tangos con él, fue el que hizo la España del pelotazo y de los banqueros rapidísimos, eso que hasta Solchaga rubricó con frase famosa. Aparte los grandes escándalos de Filesa y el GAL, González nos mostró que un partido socialista podía hacer política de derechas sin quitarse la pana, y así andan todavía. González es un mito que él dice que es una obsesión de la derecha, aunque esta derecha de ahora haya puesto reventona las arcas de las pensiones, haya conciliado a los sindicatos y de derecha le quede poco más que la sombra beatona del catolicismo militante. El mito González tiene una parte de exageración, que es la que sirve al PP para inventarse o creerse bulos de traición como el de Marruecos y además querer echarle la culpa, y una parte de verdad, que es la de ser estatua de unos usos reprochables y de un socialismo falso. Pero este mito debería dar más miedo al PSOE que al PP, pues a la sombra de González y sus allegados, los socialistas se mantienen todavía con el único argumento de que Aznar es bajito, más la supuesta motivación proletaria que ellos, con sus hechos, se encargaron ya de reventar. Lo de Marruecos nos ha enseñado que, aún, un picnic de González causa más desazón que todos los discursos y manotazos del novato Zapatero. Es lo que ocurre cuando se fabrican mitos.

 

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