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ZOOM · Luis Miguel Fuentes |
Celia Villalobos, esa vecina que se nos fue de ministra, no para de sobresaltarnos. Lo último, lo del hueso del puchero, ya ha sido muy glosado, pero uno no quiere ser menos, y así, de camino, evitamos hablar del artículo de Goytisolo, que a lo mejor es lo que me pide el cuerpo. El caldo de Villalobos, aparte el susto de gallina para ganaderos, consumidores y compañeros de Gobierno, nos deja la imagen rara de la señora ministra llevando su ministerio con mandil, como si en realidad fuese la asistenta y llegara a las deliberaciones del Consejo para, antes que nada, pasarle el trapo a la mesa. Celia Villalobos es que puede virar, sin sobresalto, de ese esdrújulo gracioso de seudociencia y carbonatos que le sale a ella, a la llaneza de las verduras. Entre los calditos y la ingenuidad, estoy temiendo que un día nos la pongan a sustituir a esa muchacha dulce de Canal Sur, la de las manualidades y los guisos, esa chica deliciosa (María creo que se llama) que nos tiene a todos algo enamoriscados soñando con dormitar entre sus brazos, sus florecillas y sus recortables mientras nos dicta una receta como el canto de una virgen que tejiera o tocara música. Pero la faceta gastronómica de Celia Villalobos no nos preocupa, al menos mientras en su ministerio no confundan quirófanos con cocinas y perolas con matraces, como casi ocurre en el SAS, que va perdiendo juicios por diagnosticar cosas que no son o por operar a gente de apendicitis con un cucharón. Tampoco nos preocupa su marujerío, pese a que uno lo tome como arranque de la columna por darle algo de comicidad a esta danza macabra de vacas locas y muertas que se nos quieren meter en el fogón. Lo grave es que parezca que ni la ministra de sanidad se cree lo de la situación controlada, lo de que nos pasan por el escáner a todas las reses, lo de que podemos seguir comiendo vaca muy tranquilos, que es lo que se empeña en demostrarnos Arias Cañete dándose tragantonas como en un anuncio de natillas. Nada. Celia Villalobos, que se lía con los prospectos igual que nuestra tía, dice que, por si acaso, le pone al caldo hueso de jamón, que sale muy rico. Las vacas están ahí, paciendo a la sombra fúnebre de su ángel lento, negro y espongiforme, las vacas con su locura de bailarina gorda y chifladita, las vacas que se mueren con el encéfalo hecho estopa, las vacas en un holocausto manso de lenguas y osamentas, las vacas carnívoras que rumian su propia muerte en los higadillos triturados de una hermana, que se estofan solas en proteínas asesinas como una venganza de la Naturaleza violentada. Y nuestros ministros, en una contradanza de declaraciones, despistes y capotazos. Nuestros ministros llevan un tiempo muy salpicados de vaca, uranio y submarino. Son cosas todas de una gran pesadez de carne o metales, y esto se les ha notado en los reflejos. Han estado lentos, sin convencer, y siempre les adelantaba la nueva vaca muerta, el soldado que empezaba a languidecer en una translucidez fatídica, el submarino que soltaba con mucha ironía un agua sospechosa por un grifillo. La receta del hueso de cerdo que nos da Villalobos como si se fuese la portera no es solución propia de un Gobierno. Por errores muy parecidos, en Alemania han dimitido ya dos ministros. Lo que tiene que hacer Celia Villalobos es dejarse de cháchara de casapuerta y venir de la manita con Arias Cañete a contarnos todas las verdades, que ya no nos fiamos, que los gobiernos suelen ir muy por detrás de las catástrofes y su coletazo de muertos (la colza, maestro Burgos, qué tino). Nosotros lo que queremos es poder echarle tranquilamente al puchero todo lo que nos diga la muchacha dulce de Canal Sur, y que si acaso enfermamos en la sobremesa, sea de tristeza porque ella, ay, no nos corresponde. |