ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Esquivar las bases

 

Ahora que el Príncipe Felipe anda guapeando por la ruta oficial de baldosas amarillas que le ha preparado la Junta, uno se pregunta si acaso lo llevarán a Morón o a Rota. Pero a las monarquías y a sus protocolos suelen conducirlos hacia casas museos y maquetas de puentes, no donde de verdad el Reino cruje y zozobra. Más cuando en esas aparcerías de las bases americanas, donde el españolito abrillanta los portaviones y cuece salchichas dócilmente, el Príncipe, a los americanos, les parecería el cocinero jefe. El Príncipe, que es él mismo la carroza espigada de una España de siglos e imperios hundidos, quedaría en invitado y en guiri, vasallo en suelo propio, teniendo que hacer encima discursos de amistad, cooperación y buen rollito trasatlántico. Así, lo mejor es dar un rodeo hasta el pueblo con poeta muerto más próximo, que aquí hay muchos.

En Rota también miraban el otro día a un poeta muerto, cuando los trabajadores de la base y todos los ediles en fraternidad abrían los primeros bocadillos y ensayaban los primeros bostezos en el salón de su encierro, ocupado por una exposición sobre Juan Ramón Jiménez que les acompañaba desde las fotos con su melancolía de muerto, desamparado de abrigo y triste de barbas. En Rota se encierran porque el nuevo tratado ha olvidado otra vez el problema laboral, que esas cosas no importan cuando se está gobernando el mundo y disponiendo furia y hierro contra todos los malos enflaquecidos de Oriente. Y no sólo es el problema laboral, sino que Rota presta su suelo y su sumisión sin que los americanos dejen caer un dólar más que en las tabernas. No pagan otro impuesto que el de circulación, así que esa gran patrulla del Imperio en España les va saliendo a los americanos de un barato muy obsceno y abusador.

Me contaba un cocinero de la base de Rota que allí se sentían como en otro Guantánamo, haciendo ellos de talibanes maniatados. Los tratados España-EE.UU., que son un mirarse desde lo alto los gobiernos y los ejércitos si reparar en los barrenderos, tienen a los trabajadores sin derechos. No pueden hacer huelga porque contratan a esquiroles, los sancionan (hasta 400.000 pesetas de multa ha pagado alguno por participar en una huelga legal) o directamente los echan a la calle. Salario y horas vienen impuestos, sin negociación posible. Buen ejemplo es el de los bomberos, con una jornada de 72 horas semanales en esta Europa que va hacia las 35. La seguridad nacional y la petulancia prusiana de lo militar no es que los tengan convertidos en trabajadores de segunda, sino directamente en trabajadores de antes del novecento, de patrón con diente de oro y espuelas en las costillas del obrero.

No hay que culpar tanto a los americanos, que no hacen sino recibir gustosos lo que sus aliados les ceden genuflexos, como al gobierno español que, ahora con Aznar de procónsul europeo, lo que busca son grandezas planetarias, intercambio de aviones, asesores de la CIA, satélites viejos con una antena prestada, y no esa cosa roja y molesta de los derechos de sus ciudadanos. Trillo prometió que el problema se solucionaría antes de la firma, Aznar lo rubricó como obviedad, pero Piqué, al que no se le ha quitado ese tic de cabezadas ante Bush, pone el nuevo tratado en la mesa sin haber arreglado nada, con mucha pena por los bomberos de Nueva York y ninguna por los de aquí. En Rota están encerrados en el Castillo de Luna por hacer número y fuerza, pero no se sabe si el enemigo está fuera o dentro, si es la América omnipotente con territorios de ultramar o el propio gobierno de España que sólo anda en su roneo de provincia sumisa. Todo, además, con la complicidad extraña del PSOE, tan callado en temas americanos. Debe ser por esto que entre unos y otros ponen al Príncipe a visitar museos y fábricas de porcelana, esquivando las bases igual que el resto de la Andalucía más descarnada.

 

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