ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Gato y ratón

 

El Gobierno anda empeñado en higienizar el país quitando harones, listillos subvencionados y otras plagas. Lo que pasa es que ha empezado la caza por abajo, por los parados y los curritos, que es donde la derecha ve siempre todos los estorbos para sus grandezas. Sí, he dicho derecha, ese estigma que ha querido quitarse de encima el liberalismo chachi del PP (y lo ha estado consiguiendo mucho tiempo, haciendo política social mejor que el PSOE) pero que de vez en cuando se le vuelve a ver como un sobrecejo feo. Esta asimetría de enfocarse en la sentina del dinero es muy típica de la derecha, siempre con el coro de la moderación salarial y la flexibilidad laboral, con que el ciudadano se apriete el cinturón para que vaya espumándose la economía, mientras los banqueros llevan sus carretones de billetes a solearse bajo los cocos prescindiendo del Fisco, que eso de pagar a Hacienda es una ordinariez para albañiles y azafatos. Ahora, el Gobierno se encuentra con el horizonte arremangado de una huelga general que no entienden. Si la economía sigue creciendo, si se está creando empleo, si la Seguridad Social anda reventona de afiliados, ¿a qué viene esa amenaza de callejeo de los sindicatos? Pues viene por ese agravio que es ensañarse con el más débil y desbragar al peón mientras el dinero grande y orondo sigue intacto, verraco y despreocupado. Pero esto, claro, debe de ser lo que llaman demagogia, cosa muy pecaminosa.

La teoría de los vagos y los insolidarios que viven del paro es una exageración del presidente Aznar, que ya falló, no se sabe si con mala intención, en aquello de las ciento veintitantas mil ofertas de trabajo pendientes de cubrir en el INEM. El otro día aclaraba Fidalgo, ese baloncestista del sindicalismo, que la realidad era que estaban pendientes de gestionar, que es diferente y quita de en medio mucho presunto haragán. Aun así, rechazar un empleo a veces no está sólo justificado, sino que es la única salida para la dignidad. A mí me dijeron una vez, en una entrevista para un trabajillo miserable de seis meses, que había que echar todas las horas extras que hicieran falta, pero que no me las pagarían. Y no sólo eso: únicamente si me portaba bien y tragaba podría pasar el periodo de prueba y, con suerte, conseguir un segundo contrato temporal. Tanto me sublevó el abuso que solté cuatro borderías y me fui. Nadie rechaza un buen trabajo. Si un desempleado dice “no” es porque lo que se ve enfrente es este paisaje de explotación y ruindad. Parece que el Gobierno quiere que, a fuerza de hambre, los trabajadores no tengan más remedio que someterse a todos estos perreos, esclavitudes y jodiendas. Todo por conseguir la vistosa diadema del pleno empleo.

En cuanto a Andalucía, no ve uno alternativa al subsidio en el campo tal y como está nuestro medio rural, a menos que se acometa una verdadera reforma agraria. Es una renta de subsistencia imprescindible para unos temporeros que pueden echar al año no más de 90 ó 100 peonadas y que no tienen nada de vagos, pues hacer cajones en la viña, coger zanahorias o hervirse bajo los plásticos de los invernaderos no es estar remojando el culo en un jacuzzi precisamente. Este subsidio, en la mayoría de los casos, no llega ni a las 400.000 pesetas anuales. Y si hay fraude, para eso está la inspección de trabajo. Lo que no se puede hacer es dejar en calzones al otro trabajador que sí se revienta en el tajo. Pero es el agravio comparativo lo que fastidia, me lo decían el otro día por Trebujena. El fraude fiscal numeroso y elegante de las empresas, el party de los banqueros en sus paraísos alicatados de oro, las gescarteras, todo ese dinero alto tan lejos del barro, mucho más abultado que la migaja del desempleo agrario. Esto parece que no preocupa al Gobierno. Ellos van a por el que coge un subsidio de 60.000 pesetas. A veces fraudulento, sí. Pero es lo que me decía un trebujenero: “Por mucho que estudie el gato, más estudia el ratón”.

 

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