ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Parejas y óvulos

 

Con cierta ingenuidad, piensa uno algunas veces que hay un progreso en flecha, imparable y cosmológico en el ser humano. Pero otras, al verle regresar a sus principios de asesino o de bacteria, diría que el progreso no existe y que nos limitamos a oscilar sobre un centro de horror, estupidez y cansancio más o menos adornado de electrónica. El progreso técnico y el progreso moral no van de la mano y tenemos un mundo desencontrado donde la ciencia se enfoca en los bombarderos y la ética se usa para justificar la necedad, entrecruzando y anulando sus poderes recíproca y obstinadamente. Así, el hombre se choca con el hombre y lo que conseguimos es no movernos del sitio.

Ejemplo de progreso moral evidente es la Ley de Parejas de Hecho que nos llega a Andalucía diciéndonos que la condición par del ser humano tiene múltiples disposiciones de sexos y posturas y que ninguna debe tener ventaja sobre otra. El matrimonio religioso y aun el civil no hacen más que vestir de Dios antropomorfo a un funcionario para consagrar la procreación, mostrando ese fondo de tribu y ganado que tiene todavía la sociedad. Aun el alcalde más rojo uniendo cónyuges en el salón de plenos sólo daba pequeñas emulaciones de la Sagrada Familia: una virgen, un barbudo, un hogar pacífico de bueyes e hijos por venir y todas las bendiciones del Cielo teológico o administrativo para crear fieles o contribuyentes, que es lo mismo en realidad. Pero esta ley nos trae el reconocimiento civil de que el hombre y la mujer se pueden desligar de ese designio de fabricar cachorros para ser sólo una conjunción de sentimientos y voluntades, sin mirar si los machos y las hembras se emparejan según la biología o según las ganas y el afecto. El matrimonio, además, tiene una aspiración de eternidad o largura que se rebaja con esto de las parejas de hecho, que se hacen y deshacen con menos abogados y solemnidades. Aunque uno siga prefiriendo el arrejuntamiento sin papeles, esta equiparación en derechos de la pareja libre y soltadiza con la pareja bíblica y fecunda es un avance muy aplaudible.

Pero he aquí que, en estos días, este horizonte de progreso moral se empaña o neutraliza con una necedad que viene de malentender otro progreso, esta vez científico, con lo que se nos confirma lo que decíamos al principio de esta columna. La ministra/ vecina, Celia Villalobos, amenazaba gravemente con el cierre a la clínica que ha conseguido embarazos a partir de unos óvulos congelados, que por lo visto le parece un pecado como gastronómico. El niño que viene del frigorífico, con su alma vitriolada y en fresquera, es una cosa que la ley sólo permite si lo que se ha congelado es el semen del hombre, pero no el óvulo de la mujer, que es sagrado como un langostino y sólo hay que manipular cuando está fresco y marítimo. Esta ley, del 88, es claramente obsoleta, pues hacer hijos del óvulo cuajado de la madre es algo que ya consiguió hace tiempo y de forma segura la ciencia. Todo el sentido común del que gusta Villalobos, poniendo su teoría castiza del hueso del puchero por encima de la bioquímica, se le pierde ahora con esta tontería de agarrarse a una ley pretecnológica y castigar a unos doctores que lo único que han hecho es dar hijos a quienes no podían tenerlos, gracias al guante frío y bien manejado de la medicina. Villalobos ha quedado ignorante y cruel con esta amenaza de cierre, que va contra la lógica y la ética. Es por supersticiones y pamplinas como ésta que se nos anulan los pequeños progresos y seguimos mirando a la caverna como al útero soñado de la especie. Aunque ahora que caigo, el hueso del puchero puesto en el pelo es que queda muy bien para ir a la caverna. A lo mejor lo de Villalobos no es más que coherencia.

 

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