Luis Miguel Fuentes

18/03/02

REPORTAJE

PADRE CORAJE / LA PELICULA AVIVA EL DOLOR ENTRE LOS CONOCIDOS DEL JOVEN ASESINADO EN UNA GASOLINERA

El Jerez verdadero y falso de 'Padre Coraje'

División de opiniones entre los vecinos de Jerez sobre la serie de televisión de Benito Zambrano


LUIS MIGUEL FUENTES

JEREZ.- En los videoclubes de Jerez es casi imposible conseguir alquilar Padre Coraje. La serie ha sido una conmoción. Todos la han visto, grabado, comprado. Benito Zambrano ha hecho una película de luces y perfiles velazqueños, donde sale un Jerez terrizo y de fogatas, de putas como Cristos, de yonquis como ahorcados, de calles como aquelarres, de hombres y mujeres con venas saltadas y borracheras de sangre y cuchillo. La película ha puesto los pelos de punta a toda España, pero en Jerez se quejan de que han sacado a la ciudad como un Bronx de gitanos y motillos que no es. Pero es que la muerte y el heroísmo tienen que quedar para el artista gigantes y afilados, hay que hacer de ellos una estatua o un castillo. El arte no deja de ser una exageración o una hipersensibilidad de los sentidos, y por eso Zambrano, que es un artista puro, ha hecho de cada muerto una Piedad y ha usado un coro de asesinos todos con mandíbula de asesino, unos escenarios como catacumbas, unos quinquis como resucitados, todo para subrayar sobre esa oscuridad la luz de inocencia del muchacho muerto y la luz de rabia y valentía del padre tan destrozado.

Zambrano pidió disculpas por estas licencias artísticas en el programa de Mercedes Milá, pero el pueblo siempre quiere ver en una historia novelada una verdad exacta, quizá con razón, pues pasado el tiempo seguramente quedarán más los personajes de Zambrano que los centones de folios del sumario. Un día después de emitirse la serie por televisión, la gente en Jerez habla ya del Maqueda (Maquea, mejor dicho), no del Asencio, que es el nombre verdadero del sospechoso. La realidad ficticia que ha construido Zambrano es poderosa, por eso el Jerez neoyorquino de la cinta no termina de gustar a sus habitantes.

Tampoco parece estar muy satisfecha la policía de Jerez, que salía matona y torpe, con todos los polvos para las huellas dactilares caducados. La comisaría del Arroyo, que fue la que llevó el caso desde el principio, se parece poco a la de la película. Tiene un aire como de comandancia de Marina, con una arquitectura prestada de la cercana Colegiata, puertas de madera vieja y muchos policías barrigones. Pero a pesar de que se comenta que hay gran malestar por la serie de Zambrano, y así lo han declarado en algunos medios miembros de un sindicato policial, los jefes no quieren hacer declaraciones y remiten a la subdelegación del Gobierno.

Sí hablan en la gasolinera donde mataron a Juan Holgado, que mantiene un recordatorio de piedra como una mano que sale del césped, una pancarta que sigue pidiendo justicia y una oficina donde la caja fuerte es un altar, con flores y la foto del joven (“el tiempo pasa, la imagen queda”, dice) que no dejan de mirar los compañeros. “Aquí fue... Nosotros, porque estamos acostumbrados...”, dice el gerente de la gasolinera, Luis Amaya,  señalando el sitio donde se encontró el cuerpo y comprendiendo la reacción de escalofrío del que entra por primera vez. Las estanterías con chocolatinas, chicles, colores y muñecos de moda hacen un contraste feroz con aquella habitación que tiene un rincón permanentemente habitado por el dolor. Se nota en todos los que están en la oficina que la película les ha reavivado los recuerdos, hay una atmósfera de lentitud y silencio, como si volviera una piedad intensa, renovada de pronto. Luis Amaya no se muestra contento con la imagen que la película Padre Coraje da de Jerez. “Lo que sale en la película no es lo que hay en Jerez, aquí hay chorizos, pero no es tanto. Y la familia [Holgado] parece que no está tampoco contenta. La recreación de lo que pasó en la gasolinera, los cristales rotos, eso, está bien –sigue Amaya— pero hay mucha exageración en otras cosas”.

“La película está dejando a Jerez como la Chata de Cádiz”, dice José en una carnicería que está en el bloque vecino al que fue el de los Holgado, en la barriada Icovesa. “Los personajes están divinos, pero aquí no hay tanta droga ni todo lo que sale”. José conoce a la familia Holgado, han sido clientes suyos desde siempre. “Juan era muy amigo muestro, bellísima persona, deportista, sano. Lo bueno que tiene la película es que pienso que va a ser beneficiosa para el caso”. También piensa lo mismo Pepe, un hombre mayor que limpia el ascensor del bloque donde vivían los Holgado. “Está bien la serie, a ver si así meten en la cárcel a los culpables”, dice algo ingenuo. Pepe recuerda luego, entristecido, cómo Juan Holgado se despidió de él antes de ser asesinado: “Pepe, hasta mañana, me dijo Juan, y ya no volvió”.

En  la peluquería donde se cortaba el pelo Juan, la peluquería Pepe Galindo, en el día siguiente de emitirse la serie no cesan los comentarios. “Los actores, muy bien, son igual que el padre y la madre, lo han bordado, igual que el que hace del Maquea –dice uno de los peluqueros—. Pero saca en Jerez unos focos de delincuencia muy grandes, que no hay”. En seguida, un cliente le replica, airado: “Ese mundo existe en Jerez. La pena es que un padre tenga que hacer el trabajo de la policía”. “Se ha querido dar más emotividad, hay fantasía y exageración en la película”, comenta Rafael en el bar Joaqui. Mucha emotividad, tanto que hay quien confiesa haber dejado escapar lágrimas, como Consuelo: “Yo lloré en el primer capítulo, no me gustaba lo que se veía, demasiado real, demasiada crudeza, me ha impresionado mucho”. Consuelo admite que “como serie está bien, pero la realidad no fue exactamente así”. Otros vecinos se lamentan más o menos furiosamente de que en la serie “no salga Jerez, sino Sevilla” y que “se dé tan mala imagen de la ciudad”. En un videoclub del mismo barrio, defienden sin embargo la visión de Benito Zambrano: “Es una serie estupenda, para mí no ha sido exagerada, porque es ficción, ya se sabe lo que son las películas. Zambrano ha querido reflejar no los bajos fondos de Jerez, sino de cualquier ciudad”.

‘Padre Coraje’ de Benito Zambrano es una cinta bella y pavorosa, llena de planos como cuadros barrocos y personajes que son demonios, una película que ha querido sacar la peor y la mejor humanidad posible, cosa que quizá no se puede hacer sin recurrir a la exageración y a cierto maniqueísmo artístico. En Jerez quizá esperaban un documental y un informe pericial, y de ahí esta decepción de algunos de sus vecinos y dicen que hasta del propio Padre Coraje. Pero Zambrano ha conseguido lo que es aspiración de cualquier artista: crear una ficción más real que la realidad y que se levanta por encima de ella misma para llegar a lo universal y la obra como metáfora total. Ante esto, lo menos importante son los detalles.


Los verdaderos "bajos fondos"

La mayor parte del serie se ha rodado en Sevilla,
Zambrano se ha inventado otro Jerez para darle
pasión y bravura a su película

Los barrios pobres y problemáticos de Jerez, los barrios de la droga y la delincuencia, el Polígono San Telmo, el Polígono San Benito, La Asunción, Rompechapines, no son los que han salido por televisión. La serie se ha rodado mayormente en Sevilla y no hay en los verdaderos escenarios esas calles con hileras de fogatas, con putas desmayándose o abriéndose los pechos, ese desfile de ánimas enflaquecidas y navajazos como coreografías. El taxista que sirve de guía por esos barrios de Jerez menea la cabeza: “Las zonas que salen en la película no tienen nada que ver con la realidad, con tantas putas por la calle y eso. Aquí si acaso se ponen dos o tres por Madre de Dios, por donde aquella cabina”, dice, señalándola. El Polígono San Telmo, “El Chicle” que le dicen, es un barrio levantado en lo hondo de Jerez. “Es una barriada humilde, pero vive también gente normal, aunque algunos salen como salen”, dice el taxista. Son bloques feos, de un verde o un marrón un poco sucios, con ropa colgandera y como olvidada. En algunas casapuertas o metidos en los bloques, se ven de vez en cuando corrillos, gente con cara afilada, melena, motillo y chándal. “Ahí hacen sus trapicheos, su venta de droga, pero no es lo que salía en la película”. No es, desde luego, ese continuo trávelin de enganchados y destripadores.

En la barriada de La Asunción, donde se suponen que paraban los sospechosos, también hay confiterías, señoras que van de compras, transeúntes nada sospechosos. “Aquí se juntan mucho a pedir metadona en un centro médico –comenta el taxista— y en el parque, y en el centro comercial”. En la puerta del centro comercial hay sentados unos jóvenes con no demasiada buena pinta. “Ahí está el hermano del que en la serie es el Maquea”, señala. En el Polígono San Benito, una chica casi con look pijo, una niña con un paraguas rojo, coches buenos. “Aquí, en los bloques, hay gente normal, pero ahí, en esas casitas bajas, ya es otra cosa...”. Pero no hay delincuencia a la vista, no es un barrio chino con todos los crímenes en escaparate. Tampoco se aprecia nada en Rompechapines, que fue hace tiempo la zona de la prostitución y ahora sólo es una calle vacía, con casas medio derruidas y empedrados medievales, en la que se adentra algún comprador de droga para buscar unos camellos que no se ven. Benito Zambrano se inventó otro Jerez, por darle pasión y bravura a su película.

 

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