Luis Miguel Fuentes |
1/04/02 |
REPORTAJE |
Toros 'embolaos': la tradición o la crueldad |
Desde hace veintisiete años, Vejer celebra, cada Domingo de Resurrección, la tradicional fiesta del Toro del Aleluya, donde se mezcla el culto y la juerga |
VEJER.- Sale el toro, un morlaco colorado, 580 kg, pitones embolados, uno de ellos herido por el afeitado. Sale de un camión azul que se abre con una ceremonia de cuerdas y gente trepando. ‘Bajito’ se llama el bicho, se desliza por la rampa hacia la Plazuela, una plaza alta, abombada, pequeña, desde la que se ve el precipicio de lo verde sobre el que se sostiene Vejer de la Frontera. Tras las vallas, o apiñados en unos remolques esquineros, o subidos a las farolas y a las ventanas, está el pueblo enfierecido, festivo, bebedor. Hay una juventud en camiseta, con su velocidad de gafas de sol, descendidos de autobuses, fumados de canutos, amanecidos de la verbena de la noche anterior; hay guiris con cámara de vídeo, serios y barbudos como hispanistas algunos, otros como hippies o rastas; hay hombres mayores, con una agilidad recuperada y una fuerza de tradición y culto; hay monjas blancas en los balcones; hay señoras en azoteas que son palcos. Sergio Morillo, que había hecho amago de recibir al toro a portagayola con una muletilla de un trapo pobre, de un rojo sucio, ya no está cuando el toro sale. El toro resbala en el suelo de la plaza, mira sorprendido a la muchedumbre, el cuerno le sangra como una súplica y deja una esquina de piedra de la plaza manchada de rojo. El pueblo lo conducirá durante una hora por un trayecto vallado de un kilómetro desde la Plazuela hasta San Miguel, yendo y viniendo varias veces, corriendo delante, esquivándolo con los postes, azuzándolo con ínfulas pamplonicas que no lo son tanto, pues pocos se atreven a acercarse a él. El bocadillo y la novia Sergio Morillo, el mismo que jugaba, para diversión del público, a recibir al toro a portagayola, habla algo bebido ya, con la gorra ladeada, la muletilla en la mano y un gran patriotismo de solemnidad en la voz: “Al toro ni se le toca, y si le hacen algo, la misma gente abuchea”, asegura, dolido ante las críticas que recibe esta fiesta desde algunos sectores. “Hace años, sí había energúmenos que le pegaban patadas al toro, o hasta le tiraban los cascos de las botellas de cerveza, pero ya no pasa”, asegura. “Me gusta esta fiesta, es la que más me gusta, y si se tiene cuidado no pasa nada, lo que ocurre es que hay alguno que se quita la camisa y se pone con los brazos abiertos delante del toro, como he visto yo, y entonces, sí, te coge”. Sergio Morillo se lamenta luego: “Pero hay gente que está castigando mucho a esta fiesta”, aquí al animal no se le maltrata, aunque hay que amarrarlo para recogerlo; este es al único pueblo que le meten caña con esto del toro, y no se meten con Arcos, Benalup, Paterna o Los Barrios”. En la fiesta del Toro Embolao de Vejer no suelen darse percances graves: “revolcones, contusiones”, comenta Manuel, que hace guardia en una de las ambulancias. Sin embargo, un anciano recuerda una cogida mortal: “Estaba uno en la puerta de su casa, y el toro le metió un viaje y lo mató”. Nada raro, pues pese a la protección que dan el afeitado y las “bolas” (un amasijo de algodón y esparadrapo que se coloca en la punta de los pitones), el tamaño del toro y su velocidad conllevan de por sí un peligro considerable. Paco, un vecino de la calle Juan Relinque, que forma parte del recorrido oficial, recuerda como, hace un año, “el toro le metió a uno un cuerno en la pierna, ahí enfrente mismo”. Paco reconoce que, para ver el toro, se sube a la azotea, pese a que las casas están resguardadas con vallas, paneles, y en algún caso hasta con un auténtico burladero.”Ahora –cuenta Paco— el recorrido es limpio, bonito, ya no se hacen esas cosas de tirar botellas”. Antonio Verdú, el joven alcalde de Vejer, defiende con fuerza su fiesta tradicional: “Es una fiesta muy tradicional, el nivel de apego a la fiesta aquí es muy grande, desde la noche anterior, con la verbena. Se crea un ambiente magnífico, agradable y juvenil. Y las normativas sobre el toro se cumplen escrupulosamente, está controlado por los veterinarios de la Junta. Además, este año hemos añadido otras medidas, antes incluso de que nos las exijan, como limitar el tiempo del toro en la calle a una hora. También ahora los toros se recogen con lazadas, no a mano”. Carlos Miralles, concejal del PP, argumenta también que “es una fiesta con más de veinte años de tradición, y, año tras año, se están respetando más las normas”. Escrupulosidad Vejer, con gran tradición en el toro (es el municipio de Cádiz con más explotaciones ganaderas), vive su fiesta del Toro Embolao con alegría y ajena a las críticas de crueldad. Pero ahí estaba el toro, ahogado, mareado y sorprendido, el toro que terminará amarrado, conducido al matadero para que su carne se consuma en la Residencia de Ancianos y en una degustación en los días de la Fiesta de la Primavera. España, con ese encanto de primitivismo, sigue acorralando y comiéndose a sus símbolos de fuerza, dándose la sangre de sus bestias, aunque ahora se les adorne con banderitas y el “Europe’s living a celebration”, que suena macabramente ante el toro inocente, condenado y que no sabe inglés. |
Las juerga sin toro El Toro Embolao de Vejer es, además de una tradición y un culto, la excusa perfecta para la marcha, el ligoteo, el cubata y el rozón con la rubia muy pasada de cervezas. Mientras el toro corre por las calles como un espíritu rojo y veloz, la fiesta se extiende más allá del recorrido vallado por donde los mozos huirán del morlaco y lo desafiarán. Las barras han salido a las calles, la música funde el más cañero ritmo de discoteca con las rumbas. Ha llegado la gente desde los pueblos de Cádiz y más allá, algunos el mismo Domingo de Resurrección, otros desde el día antes, para aprovechar la verbena, haciendo noche en los coches o empalmando directamente con el amanecer a base de litrona. Berta ha venido desde Málaga y cuenta orgullosa su experiencia, cerveza en mano y con el sombrero de propaganda que ha distribuido la organización cayéndose: “Divertido, alucinante, aquí hay una movida que no veas, y yo he corrido delante del toro, y eso que estoy coja”, dice con la lengua un poco trabada. Berta, con felicidad veinteañera, se une a su amiga Mili, que es de Vejer, y se van abrazadas hacia la bulla. Jesús Mañé, Jaime “el Melón”, y José Ossorio vienen de Benalup-Casas Viejas. Bebidos, saltarines y alborotados, cuentan que vienen todos los años. Están desde la noche anterior, apenas han dormido, y se mantienen “con 10 cubatas, 3 copas de vino y dos cervezas”. Hablan atropellados, felizmente incoherentes, mezclando el último partido del Barcelona con sus hazañas delante del toro, aunque se quejan de que “el toro está poco tiempo en la calle”. Como ellos, otros muchos jóvenes, alborozados y bebidos, han vivido las dos fiestas de Vejer el Domingo de Resurrección, el Toro Embolao y la otra, la juerga sin toro, las calles populosas de alcohol y marcha, el botellón sincero en el que el toro sufridor es sólo un brindis y un colega que se va pronto. |