Luis Miguel Fuentes

9/06/02

REPORTAJE

INFORME DE LA CAIXA / LA LÍNEA DE LA CONCEPCIÓN, LA CIUDAD MÁS POBRE

La calculadora de La Caixa no es de euros

La Línea es el municipio con más de 50.000 habitantes más pobre de toda España, según la caja catalana, pero sus vecinos no terminan de creérselo


LUIS MIGUEL FUENTES

LA LÍNEA.- El anuario de La Caixa vuelve a dejar por España sus escalafones e hitos de prosperidad o miseria, como una vuelta ciclista del dinero. Como era de esperar,  Andalucía aparece en la cola, con Extremadura acompañándonos leal y cervantinamente por entre las planicies de la pobreza. Las provincias de Cádiz y Badajoz son las que tienen rentas más bajas, casi la mitad que las punteras y catalanísimas Gerona o Lérida. También, igual que el año pasado, Andalucía y Cádiz se quedan con el municipio más pobre de España mayor de 50.000 habitantes. El año pasador era Sanlúcar de Barrameda, y éste, La Línea de la Concepción. Y, como entonces, pocos se lo creen.

La Línea, fronteriza como una catarata, empuñando a Gibraltar que es una anaconda gorda no se sabe si amiga o enemiga, tiene el vértigo de las ciudades de tránsito y de linde, más esa sensación de lapso y  flotabilidad que da el mar, la Bahía de Algeciras, con grúas como alféreces y mercantes como elegantes rascacielos nadadores. Llegando desde Algeciras, pasando Acerinox, San Roque, urbanizaciones de lujo hechas como para un ocio de submarinistas y neurocirujanos, se entra en La Línea con una presentación de jardines y rotondas con columnatas y arcos, frente al puño macizo del Peñón. Como ciudad que fue del GIL, lo verde y lo florista saluda al recién llegado. Nadie diría entonces que es la ciudad más pobre de España mayor de 50.000 habitantes. Una maceta para cada árbol y un funcionario para cada jardín, un centro alfombrado, fuentes y pájaros, terrazas y paseantes.

“La Línea es muy rica, nosotros no sabemos ni el dinero que hay aquí”, afirma, incrédula y guasona, Sara, camarera de un bar tapizado de maderas, con una elegancia de camarote elegante, en la Plaza Constitución. Enseguida, Juan Carlos, que hace cuentas en la barra, aclara: “Dinero negro...”. De nuevo el dinero negro, ese agravio submarino de nuestra economía, y de nuevo el informe de La Caixa, igual que ocurría en Sanlúcar, volviendo a provocar la sorna de los paisanos. “Eso es que son de Barcelona y no aguantan a los andaluces –insiste Sara-- Aquí se nota mucho movimiento de dinero, fíjate en la cantidad de coches de esos nuevos, los ‘mini’, que todos los niñatos tienen uno. Y trabajo hay muchísimo, si vienen de fuera para trabajar aquí”. “Todos los días están las tiendas llenas, y todo el día en la calle, y mira cómo viste la gente, con ropa de marca, de última moda, con cadenitas, sellos de oro, y los niños de 14 años con móvil. Vete a los bancos, y verás las colas; y el precio de la vivienda, con nivel de Costa del Sol”, asegura Juan Carlos. “El nivel de aquí es normal, que no nos pongan como los pobres de España. Eso es que han hecho estadísticas americanas, que allí miden la riqueza según las hamburguesas que se venden”, concluye.

“No es cierto lo de La Caixa, para nada --niega con la cabeza Gema, que trabaja en el Instituto Transfronterizo--. No hay más que mirar lo que se ve. La Línea es fronteriza, genera turismo, en verano es como cualquier ciudad turística de la costa”. Reconoce, sin embargo, que hay “economía sumergida, como en cualquier ciudad de frontera, el contrabando de tabaco con Gibraltar, pero eso se ha paliado bastante con el alcalde”. Luego, deja caer una burla hacia La Caixa: “Será que la calculadora de ellos no es de euros”.  “Aquí hay mucho manejo de dinero, pero del que no se ve, del negro”, cuenta Antonio en su frutería olorosa de melocotones y dónuts, por Bellavista. Bellavista es una barriada de trabajadores alzada por soportales y tendederos, a un paso del centro más florido pero donde ya se ven desconchones en las fachadas de un marrón feo, adornadas de bragas tendidas y con ventanas donde suena, escandalosa y menstrual, Mónica Naranjo. “Aquí la gente vive bien, demasiado bien...”, dice Antonio con sonrisa enigmática. “El dinero negro viene del contrabando y eso. La gente no quiere trabajar, porque trabajo hay, pero se está muy bien en casa. La gente prefiere sacarse 3 paquetes de tabaco que trabajar todo el día”.

No opina lo mismo Emi en su quiosco. “Tanto como que somos los más pobres no creo, pero donde hay menos trabajo, sí  –asegura--. ¿Quién tiene trabajo aquí, aparte de los policías locales y los del Ayuntamiento? Si hubiera trabajo, mi marido no estaría ahora currando en la carretera esa que están haciendo en Los Barrios, que llega a las nueve de la noche; y antes estuvo también en la zona de Málaga, porque aquí no hay manera de encontrar nada”. “Aquí –continúa Emi—hay gente que vive en casas que parecen la del Rey, pero hay otros que no tienen ni agua ni luz”. Trabajar fuera puede ser, sin embargo, trabajar al lado, como los cientos de linenses que lo hacen en Gibraltar. Por la tarde, cuando termina la jornada, pasan motillos desde el Peñón a La Línea, autobuses llenos de chicas que trabajan en las tiendas, jóvenes que son pescaderos o charcuteros en el mercado gibraltareño, todos con su pequeño contagio de britanismo y libras esterlinas, más esa universalidad que da cambiar de país sin cambiar de barrio. Gibraltar y La Línea, esa relación de mutualismo y reservada distancia: los españoles que trabajan el Peñón se cuidan muy mucho de hablar del eterno conflicto.

En el centro de La Línea, entre la Plaza Constitución y el comienzo de la calle Real, pocos dirían que es una ciudad pobre. A la vista, y en un radio de veinte metros,  oficinas del BBVA, de Cajamar, Banesto, SCH; dos agencias de viajes y tres inmobiliarias. Luego, más adelante, en seguida aparecen Caja San Fernando, Cajasur, Unicaja, Caja Madrid, tres inmobiliarias más y otra agencia de viajes. Todo sin caminar más de tres minutos. En la calle Real, peatonal, con un vistoso macetón para cada árbol, hay tiendas de moda, Benetton, Mango, escaparates altísimos como catedrales, terrazas numerosas y distinguidas, una tienda de instrumentos musicales con guitarras como si fueran desnudos. La gente pasea con bolsas o toma cervezas, guapa, moderna. Sólo un mendigo en chándal, con un pernil remangado, pide para café y le da un poco de razón a La Caixa.

Pero además del centro verde y paseante, están las barriadas, feas de tapias, pobres de toldos. Las barriadas humildes donde no llegan los macetones y los parterres del Ayuntamiento. La Atunara, barrio marinero, o San Bernardo, son teóricamente los lugares más desfavorecidos. Teóricamente, porque algún linense se ríe mucho cuando se les pregunta por ellas: “¿Humildes? Si ahí es donde se maneja más dinero... Hasta en moto de agua he visto yo cómo sacaban tabaco”, dice un vecino del centro. San Bernardo, por donde está el hospital, cruzado por autobuses naranjas, con sus casas bajas, de las construidas por Franco, sus bloques de un amarillo sucio, sus plazoletas de quiosco y litrona, la ropa que se vende por la calle en carritos, la playa al fondo. Hay poyetes donde se sientan ociosos o quinquilleros en chándal y camiseta. Hay uno con la piel quemada, la cerveza en la mano, el gesto definitivamente carcelario y la lengua trabada. El grupo habla atropelladamente, poniendo mucho las manos por delante. “Aquí el trabajo está fatal, a ver si dan trabajo, que sólo están trabajando los enchufados”, dice uno. “En La Línea, lo único bonito es la entrada, vete por las barriadas, que aquí sólo han puesto cuatro papeleras”, dice otro. Pasa un coche bueno, un Rover, poniéndole un chispazo de ironía a la pobreza y a la marginación. El grupo enseguida se pone a rajar de la policía local, de los abusos, de los guantazos que se ganan. Se ve que allí han tenido más de un roce con ellos. 


La Atunara y chalés de 50 millones

Siguiendo la playa se ven algunas casas con parabólica, y luego empieza La Atunara, en una rotonda donde han puesto un barquito varado. La Atunara, barrio de marineros y vecinas en mandil, de cortinas en las puertas y fachadas picadas. Allí está el puerto pesquero, con embarcaciones pequeñas, con las redes verdes o azules amontonadas como esteras. “La cosa en la pesca está fatal –explica un marinero con un inquietante parecido con el Maradona más gordo y sin afeitar-. Hay gente a la que le parece que se vive muy bien aquí, pero que se vengan al puerto, y se van a hartar de llorar”. “Los pescadores cogemos un día 2000 pesetas, otro 3000, de los pescadores sólo abusan --dice un marinero viejo, flaco y torcido-. La Línea siempre ha sido la oveja negra, donde hay más paro, más marginación, aparte de alguno que vive en la abundancia”.

Más adelante, apenas a 3 kilómetros de La Atunara, el contraste, la urbanización de Santa Margarita, chalés de un rosa o un celeste de merengue, con chimenea, jardín, piscina, palmeras. Todoterrenos en la calle, alarmas en las puertas, invernaderos de cristal. “Chalés todos de 40 ó 50 millones”, declara un obrero que está trabajando en una de las casas. Pero nada comparado con La Alcaidesa, zona residencial compartida por La Línea y San Roque, verdadero paraíso del lujo y lo verde. Allí sí que el veredicto de La Caixa suena a cachondeo.

 

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