Luis Miguel Fuentes

21/10/01

REPORTAJE

Astilleros, al alma de todo un pueblo

Tras más de veinte años de conflicto, los trabajadores y toda la Bahía de Cádiz no se resisten a que muera la única industria que hay en la zona


LUIS MIGUEL FUENTES

CÁDIZ .- Los astilleros fueron las factorías-monumento del franquismo, las catedrales en obras que querían dar trabajo y sombra a todo un pueblo. Los hijos y los sobrinos recogían el mono, las botas y el pitillo del padre, del tío, como una herencia eficaz, y seguían con la soldadura que había dejado el jubilado o el muerto el día antes. Los astilleros son la minería destechada del sur, con su gloria de caídos, dinastías, ajusticiados, pillos y nostálgicos. Pero esta riqueza que venía de un cielo muy abierto y un mar inagotable no existe ya, o quizá no existió nunca y fue una mentira bellamente izada.

La Bahía de Cádiz tiene a los astilleros de Puerto Real y Cádiz, los más luchadores y épicos, mirándose como dos esfinges altas y enflaquecidas, heridas de muerte. Los astilleros, que eran como dos cementerios marinos inversos donde crecía la carne abundante de los buques a partir de su esqueleto de planchas y tubos, dan ya solamente barcos escasos y enfermos. Aquellas letras de gigante que parecían dar la bienvenida a la Bahía, aquel rojo que decía “Astilleros Españoles”, ha sido sustituido por el municipalismo pequeño de “Astillero Puerto Real” sobre un azul marítimo. A su lado, un logotipo quiere traer velocidad y eficiencia en una figura que imita a una hélice. Es el logotipo de Izar, la empresa pública con la que la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), con el acuerdo de los sindicatos, quiso salvar al sector. Izar unió a Astilleros Españoles y a Bazán, una hermana civil y otra militar, siguiendo los modelos ya utilizados en Francia, Alemania, Holanda y Gran Bretaña.

Izar, más que un lavado de cara y un cambio de color y siglas, era quizá la única salida a la desastrosa situación de los astilleros, a los que no conseguía levantar la inyección constante y desmesurada de dinero público, que nunca terminaba de llenar el agujero. Desde 1984, Astilleros Españoles había ensayado cuatro planes de reconversión que sin embargo trajeron, hasta el 98, la negrura de 408.389 millones de pesetas de pérdidas y la muerte de 13.432 puestos de trabajo, años entreverados siempre de movilizaciones. Izar, la última oportunidad para evitar el cierre de los astilleros, nació con el compromiso de garantizar la estabilidad del empleo y cierta paz social, y con el objetivo de dejar de perder dinero en el 2003 y despuntar como una nueva empresa en el 2005, con la perspectiva, quizá, de la privatización.

Pero ha vuelto la conflictividad. Han salido otra vez los guerreros de Astilleros, en la Bahía y en Sevilla, a levantar barricadas en las carreteras y en los puentes, a prender hogueras con una bufanda, a arrojar tuercas como mendrugos o mendrugos como tuercas. Una nueva guerra que, asegurados de momento los empleos y la carga de trabajo, llega por un convenio que no termina de firmarse y por un aumento sobre el IPC real que dicen los sindicatos que ya prometió de Izar. Pero este levantamiento sigue teniendo algo de descontento y miedo histórico, y puede ser esa táctica de hacerse presente al enemigo de vez en cuando, de mostrar la fuerza los trabajadores en su numerosidad y en su insistencia, por si la empresa tiene la intención de desbaratar acuerdos y empezar a darles elegantes capotazos por recortar gastos, que es la consigna del Ministerio.

Son más de veinte años de conflicto, desde aquella primera huelga en la que vinieron los antidisturbios a “dar palos”, según recuerdan en Cádiz, aquellos “pañuelitos verdes” a los que les tiraban sofás y frigoríficos viejos por la calle Palma. El conflicto de Astilleros ha sido siempre un dolor y una rabia del pueblo, que lo tomó como una lucha propia, y que ha creado literatura, coplas y héroes en las barriadas. En Cádiz han llegado a manifestarse cien mil personas en su defensa. “Es un símbolo de la Bahía —dice un familiar de un trabajador de Astilleros—, sin los astilleros no somos nada, y son los políticos los que se tienen que partir la boca para buscar faena”. Un joven de Puerto Real recuerda que “hace 15 ó 20 años, toda mi familia vivía de Astilleros, y había seis o siete mil trabajadores. Ahora ya no es así”.

En Cádiz, los Astilleros han sido como otra Caleta, igual de cantada y mitificada, pero más dolorosa. “Lo de Astilleros es una cosa crónica, desde que recuerdo hay jaleo, pero hay que defenderlo porque es la única industria que hay en la Bahía”, comenta un camarero de un bar cerca de la Plaza de las Flores. Apoya la actitud de los trabajadores porque “sin violencia no se consigue nada, si no hay barullo no se entera nadie de los problemas”. Admite apenado, sin embargo, que “terminarán por cerrarlos, porque no es negocio”. Pero hay quien se muestra en desacuerdo con las reivindicaciones de los trabajadores de Astilleros. Un autónomo comenta que “a mí también me gustaría que el Estado me asegurara el puesto de trabajo y que me pagara aunque no hubiera faena”. Otro opina que “a los de Astilleros les estamos manteniendo nosotros de nuestro bolsillo”.

En el barrio de La Viña, corazón del Cádiz más carnavalero, donde el año pasado caían aerolitos con bigotes de gambas, entre peñas y cuarteteros viejos recuerdan la defensa que desde el Carnaval se ha hecho siempre de Astilleros. Pero en seguida la charla deriva hacia la picaresca, y cuentan lo de los famosos “sordos” de Astilleros, todo un mito gaditano: “Empezaron a dar de baja a algunos por sordera y todo el mundo se volvió sordo de repente, sordos que se les caía un billete de mil pesetas y lo escuchaban”, dicen con mucha guasa en una barbería de La Viña. En un bar admiten que “quizá nosotros lo hemos estropeado también, con eso que se ha comentado siempre de la gente de Astilleros que se llevaba las herramientas, o que le decían que en el día se tenía que gastar dos cajas de lo de soldar y las tiraban al agua y ya no hacían nada”.

La competencia de otras empresas navales extranjeras y la crisis general del sector han dejado a nuestros astilleros vencidos y mendicantes. Pero, aunque sus trabajadores sean tachados por algunos de “aprovechados” y “egoístas”, los astilleros son el alma de todo un pueblo, el pueblo que ha visto cómo su camino de trabajo y riqueza durante varias generaciones se hundía en una agonía espumante, el pueblo que se sigue resistiendo a lo inevitable. Seguirán los conflictos, aunque en la Bahía se apacigüen ahora. Por Cádiz recuerdan mucho un estribillo de una chirigota, “Los astronautas españoles”, casi un himno de la lucha de Astilleros por sobrevivir. Decía así, y todo el Falla lo coreaba: “Tres, dos, uno, cero... ¡A ver quién tiene cojones aquí de cerrar Astilleros”.


"Salud y anarquía, ¡vamos a la lucha!"

En la mañana nublada sobre la factoría Puerto Real, con la Bahía desvelada de grises y herrumbre, se espera una asamblea de los trabajadores. Vienen haciendo paros de dos horas los martes y los jueves, las últimas veces acompañados por esa guerrilla en el puente Carranza que ya es algo así como una fiesta. Sin embargo, un trabajador adelanta que “hoy no pasará nada, está la cosa más tranquila”. Habla a través de una valla alambrada, pues los Astilleros de Puerto Real son un búnker rodeado de cercas y muros, y para entrar en el recinto una señorita pide desde el teléfono una “autorización de Madrid”.

Van llegando los trabajadores al jardín que está detrás del edificio de administración, monos azules, el bocadillo en una mano lánguida, como una duda. Pronto, el suelo se llena de latas vacías de caballa y mondas de peras, entre risas y bromas. Se comenta el conflicto personal de un sindicalista amonestado o amenazado por la empresa por su actitud beligerante, y también las sanciones que han recibido algunos trabajadores por “abandono del puesto de trabajo” durante las horas de paro. 60.000 o 100.000 pesetas han perdido algunos por este motivo. Suena, amenazante, algún petardo.

Trabajadores y representantes sindicales toman el micrófono por turnos, mientras un coche de la “secreta” vigila cerca y otro de la Guardia Civil espera en la carretera cualquier movimiento belicoso. Hay opiniones muy diferentes e incluso reproches entre sindicatos. Hay quien, con voz potente y viejas consignas no exentas de ironía, convoca a cortar el puente: “Salud y anarquía, vamos a la lucha”. Una trabajadora se acerca a la valla y le advierte a su hijo, que está fuera: “Si se sale a la carretera, tú te vas a casa”. En los altavoces, se escucha una llamada de atención sobre la “manipulación política”, quejándose de que “estamos actuando sin saber qué se negocia exactamente” y de que “se está radicalizando la postura sólo por el IPC”. Francisco Caro, de UGT, anima sin embargo “a no recular”.

Por abrumadora mayoría, los trabajadores deciden finalmente abandonar las dos horas de paro y utilizar como medio de presión lo que quieren que se llame “trabajo de calidad”, aunque entre ellos digan “bajo rendimiento”. Postura curiosamente exacta a la que se termina adoptando en la factoría de Cádiz. Francisco Caro, abatido, comenta que “la gente ha cambiado su postura de lucha porque están masacrados en las nóminas”. Alguien lamenta que la empresa haya conseguido lo que quería: acabar con la unidad de acción de los trabajadores.


 

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