Luis M. Fuentes
ENERO 1999
Policía Local 30/01/99 |
Dios (I-II-III) 2/01/99-16/01/99 |
Gil 23/01/99 |
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Policía Local.
Cuando no se resuelven los conflictos que tienen fácil solución, hay que suponer que sólo lo impide una cabezonería oronda y pertinaz o el chanchullo y la conveniencia. En este affaire de nuestra policía local, que ha tomado demasiadas veces ya un absurdo aire de comicidad macabra, casi de surrealismo cínico, pasa exactamente esto. Como el PSOE, el problema es bicéfalo: la primera cabeza son las acusaciones de corrupción contra el jefe de la policía local; la otra, el conflicto laboral de la plantilla. Al jefe accidental, Antonio Coronilla, se le acusa (y según parece con bastantes pruebas) de una lista de escabrosidades que pone los pelos de punta: gasto injustificado de dinero público, pago a confidentes, entrega ilegal de ciclomotores en depósito, conducir bajo los efectos del alcohol o —la más risible— vender videos de actuaciones confidenciales de la policía local a un programa de televisión. Claro que hay que hablar con propiedad y decir que todo esto lleva el reglamentario "presunto" por delante, aunque el mismo Diario de Andalucía no tiene ningún problema en reconocer que las acusaciones de pagar a confidentes y la venta de vídeos "parecen absolutamente demostradas", más aún después de que en ese medio tuvieran que oír las airadas soflamas que algún representante anónimo del Grupo Operativo lanzó por teléfono. Pero lo que hace sospechar todavía más de la verosimilitud de estos hechos es en el interés que se pone en silenciar todo el asunto. Para que vean, hace poco Telesanlúcar suspendió apresuradamente un programa del espacio "Sentido crítico" sobre este tema. Al parecer, algún habitante de las poltronas y los salones alfombrados había llamado haciendo ver la "inconveniencia" de este debate. Sospechoso: cuando se empiezan a hacer callar bocas, nada bueno puede estar sucediendo.
Pero los policías locales no sólo están molestos porque les salpique injustamente un escándalo de corrupción que sólo implica al jefe y a algunos de sus allegados: su situación laboral e incluso la eficacia de su servicio están, por lo visto, siendo alteradas. Los representantes sindicales insisten en que Antonio Coronilla ha extraído arbitrariamente de la plantilla una camarilla de beneficiados, de gratificados, que disfrutan de un galardón de horarios, trabajos, sueldos y días libres insultante para el resto de sus compañeros. Se quejan de que, sin más cualificación que ser primos, cuñados o conocidos de la gente adecuada, y a pesar de haber accedido por oposición al mismo puesto que el resto de sus compañeros, algunos de estos afortunados disfrutan de generosos sobresueldos (diez mil duros al mes) y ufanos fines de semana libres, van de paisano como el agente Mulder y, para colmo, a veces su trabajo se limita a ir de cubateo al Hórreo con algún preboste municipal que ya se habrán imaginado. Mientras, el resto de la plantilla, que no comulga con eso que en el colegio, con esa sapiencia precoz de la niñez, llamábamos "perreo", sigue con la misma nómina, se tiene que chupar las noches y los fines de semana de los demás y puede que no tenga nunca más unas vacaciones en verano. De ser esto cierto, sería un agravio comparativo humillante. Una solución lógica podría ser que, de mantenerse esos puestos privilegiados, sean rotativos, pero al parecer los jefazos no aceptan eso. Quizá sea porque creen que las confidencias de alcohol y barra hay que compartirlas sólo con los amigotes, o a lo mejor es que se valora la "experiencia" en puestos como los de escolta, fíjense, como si fueran los guardaespaldas de Arafat, qué risa.
Así, ya ven, a pesar de que una mayoría abrumadora de la plantilla ha pedido el cese del jefe accidental y la disolución de estos grupos de beneficiados, nadie parece hacerles caso. ¿Por qué? ¿Es que Agustín Cuevas no quiere dar su brazo a torcer? ¿Hay demasiados piques personales? ¿Es que García Raposo teme reconocer que esta situación caótica también es culpa suya? Para colmo, tenemos el último numerito, con aquel policía sacado a patadas de un pleno. Dijo el alcalde que entrar "vestidos de máscaras" al pleno era una falta de respeto a los gobernantes y a los ciudadanos, y seguramente tiene razón, aunque si de verdad se prohibiera hacer el payaso en el salón de plenos, sólo podría entrar la limpiadora. Pero otra falta de respeto más grave aún es la situación bochornosa de nuestra policía local, que ha hecho desternillarse de risa a media España sin que el equipo de gobierno haga nada. Hace falta una solución, así que todos a sentarse y a hablar, y a dejarse de enfados de patio de colegio y de pantomimas de circo. Que ya son mayorcitos, hombre.
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Gil.
Los que hemos tenido la suerte de crecer arropados por un ambiente vigoroso de postransición y de libertades recuperadas tenemos algunas dificultades en comprender ciertas actitudes y pensamientos. Algunos, los canosos de las dos Españas, los eméritos de una supuesta sabiduría pragmática y familiar, dirán que porque esta juventud de la democracia, desganada y almibarada con facilidades y ausencia de palos, padece un trastorno de puerilidad o ingenuidad ante el mundo, una vena dócilmente romanticona plagada de visiones celestiales de derechos y justicia (ellos, que se vanaglorian de un pasado duro, carcelario y glorioso, son los residuos que todavía llevamos en los zapatos del fantasma de la dictadura). Yo, por el contrario, pienso que lo que ocurre es que esta juventud posee una conciencia democrática que ellos no tienen, ellos que son espectros rezagados de seso y de ética.
Las razones y los pensamientos de este Gil y Gil (Bigil, que dice mi colega Antonio Burgos) me resultan ajenos, como si me hablaran de los ecos palaciegos de una república bananera. Tengo que hacer un esfuerzo supremo de realidad para convencerme de que las situaciones y las palabras de este individuo se dan en España y en esta época, porque todo en él rezuma una reminiscencia tétrica y sepia de posguerra: él es el prototipo de potentado barrigón cebado por los favores y las intrigas de la dictadura, de ricachón prepotente y déspota, de preboste falangista ignorante y zafio aquejado de síndrome de señorito de cortijo, con esa horterez grotesca y risible del paleto harto de comer. Gil es un demagogo vocacional y apostólico, un enardecedor de multitudes, como lo fue Hitler, como lo son todos los salvadores imperiosos; sus usos son los de un comisario de los grises y su mentalidad la de un facha retrógrado. Al parecer cree que el hecho de disponer de millones a porrillo le da un derecho divino para hacer y deshacer así en la Tierra como en los cielos, para imponer su santa voluntad sin que se rechiste, pasándose por el forro de los mismísimos las libertades colectivas e individuales más cardinales.
Gil ha hecho de Marbella una hacienda, donde construye y maneja como en el monopoli. Él dice que la gente lo quiere, y lo vota, le da mayorías porque pone plazas, alumbrados, jardines, porque enuncia una nueva ley de vagos y maleantes, porque crea una pulcritud falsa de prosperidad y acomodo burgués. Amparado por esa masa de agradecidos o subordinados, de contentos con su pan y su circo, Gil se ha endiosado y se ha creído que sus desmesuradas posaderas están por encima del bien y del mal, de la justicia y de la ley. Pero nada en este mundo, ni las plazas, ni los edificios, ni los puestos de trabajo creados o suplicados, pueden justificar sus modos sicilianos, sus manipulaciones, chanchullos, presiones y amenazas, su desprecio global por las personas, sobre todo por el que se le opone (éstos, entonces, son "muertos de hambre", "desgraciados" o cualquiera de los lindos adjetivos arrojadizos de los que hace gala con su habitual mal gusto y grosería).
Como ocurre en todas las dictaduras (que no dejan de ser dictaduras aunque las respalden las mayorías, como en el caso de la Alemania nazi), con Gil se vive bien si uno se pliega a su voluntad suprema. Si se le chista, si le contradice, si se le resulta peligroso o inconveniente, entonces la has cagado. No es de extrañar que esa jet tililante y gominolera, esos constructores pendientes de recalificaciones y especulaciones y esos empresarios deseosos de permisos o indulgencias, lo apoyen y se echen a la calle incluso, proclamándolo señor y dios de su prosperidad, exactamente igual que salen en Chile para respaldar a Pinochet los babositos a los que éste dio un bienestar purulento de asesinatos y atrocidades. A la gente bien de Marbella y a sus curritos mantenidos poco les importa el tufillo a chantaje y a estafa mientras sus carteras y sus estómagos sigan mamando de la avenencia de este personajillo: nadie muerde la mano que le da de comer, por muy llena de basura que esté. Pero confío en que la ley le dé un día el escarmiento que se merece, ese escarmiento del que ya se libró por aquel indulto impúdico que el régimen franquista le concedió a pesar de que su negligencia matara a varias personas al venirse abajo una de sus construcciones. A todos los cerdos les llega su San Martín (¿o era otro santo?), y este Gil, revoltillo ibérico de vendedor de tómbola, Calígula y Charles Foster Kane, también caerá, por evidentes razones.
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Dios.
I
A pesar de que he mencionado repetidamente mi condición de ateo, me he dado cuenta de que, en realidad, nunca he compilado los fundamentos de estas ideas para que resulten totalmente inequívocos. Este artículo quiere remediar esto.
Hablar sobre la existencia o inexistencia de Dios es una tarea complicada, empezando porque la definición de Dios no termina de estar clara (incluso la frase "existencia o inexistencia de Dios" es inadecuada, ya que parece que le estemos otorgando existencia al nombrarlo: Fallos de nuestro lenguaje). Algunos hablan de un "ser superior", lo que, en efecto, deja lugar para dudar si acaso están hablando de Bill Gates o de Isaac Newton. Los que utilizan esta definición un tanto infantil se refieren en realidad a un ser necesario que otorga la existencia (ens realissimum), además de un Demiurgo que establece las leyes del universo y de un legislador supremo que establece el orden moral y por tanto lo bueno y lo malo. Mi objetivo es, primero, negar las pruebas tradicionales de la existencia de este supuesto ser y luego, enumerar los argumentos que acabaron por convencerme de que tal ser no tiene sentido. Pido perdón si a partir de aquí doy por entendidos demasiados conceptos, pero estoy necesariamente limitado por el espacio.
Las pruebas tradicionales de la existencia de Dios, desde las de Tomas de Aquino (causa primera, motor inmóvil...) hasta, por ejemplo, Leibniz y su argumento de la contingencia (que dice algo así como que el universo es una suma de objetos contingentes, esto es, que no tienen en sí la razón de su existencia, por lo que se precisa un ser que se la otorgue), tienen una base tan honda como débil: la lógica aristotélica. Todos los conceptos mágicos y las palabras altisonantes de la metafísica que se desprenden de esta lógica, y entre ellos el más importante para lo que nos ocupa, el de ser necesario, simplemente no son aplicables para la lógica moderna. La palabra "necesario" sólo es aplicable a las proposiciones analíticas (aquellas cuya negación supone una contradicción), e, igualmente, no tiene sentido llamar "contingentes" a las cosas, porque, sencillamente, no pueden ser de otra manera. Esta es la primera diferencia (al parecer una diferencia insalvable) entre un creyente (un creyente metafísico, se entiende) y yo. El que yo rechace la lógica aristotélica y me quede con la moderna tiene varias razones. Primero, la lógica aristotélica es irremediablemente primitiva, porque, evidentemente, carecía del soporte matemático necesario para dotarla de la consistencia del análisis lógico actual (no se disponía de teoremas sobre continuidad o número infinito). Por poner un ejemplo de la "infalibilidad" de su "aplastante" lógica, ésta llevo a Aristóteles a decir, por ejemplo, que los cuerpos deben caer más rápido cuanto mayor sea su peso, cuando hoy cualquier estudiante de ESO sabe que no es cierto. Segundo, el sistema lógico y físico de Aristóteles, como el de muchos otros filósofos, está construido para justificar su concepción moral del universo, lo que me parece impropio. Tercero, esta lógica no genera una descripción satisfactoria del universo; es una fábrica de crear términos equívocos y ambiguos (sustancia, esencia, ser, espíritu...) La nueva lógica, por el contrario, está simplificando y solucionando gran parte de los problemas que la tozudez mística de la lógica antigua había convertido en desatinos: la teoría de las descripciones ha borrado los equívocos sobre "existencia" y ha conseguido definir la matemática como una mera sintaxis, borrando la idea kantiana de que era "sintética pero a priori"; se han desechado conceptos como sustancia, materia, espíritu, reduciéndolos a formas convenientes de agrupar sucesos (tal como lo define la relatividad); ha conseguido, en fin, que la filosofía, más que nunca, se parezca a una ciencia. Este sistema me parece incomparablemente más sólido y más creíble que las ideas telarañosas y toscas de hace milenios, mantenidas sólo por la necesidad psicológica de los que creen, o por los intereses de los que viven de que otros crean.
Ahora bien, que no haya pruebas de la existencia de Dios nos dejaría en una postura agnóstica. Para decantarnos por que no hay tal ser hacen falta algunas otras razones, sobre todo las morales. Las veremos la semana que viene.
II
La semana pasada expliqué las razones que me hacían rechazar la metafísica católica y, por tanto, sus "pruebas" de la existencia de Dios. Aunque tenía pensado entrar ya en otras cuestiones para zafarnos de ese "agnosticismo" en el que nos dejaba esa primera parte de mi argumentación, algunos lectores me han pedido que explique de una manera menos "esotérica" algunas de estas razones. Así, me detendré en dos de los argumentos que suelen resultar, para el creyente, más inmediatos e irrebatibles: el de la causa primera y el de la ley natural, explicándolos de una manera más comprensible. Esto, además, servirá para comenzar a hacer ver algunas de las contradicciones de la idea de Dios.
El argumento de la causa primera dice que todos los acontecimientos del Universo están enlazados en cadenas causa-efecto. Esta cadena debe comenzar en una primera causa que originó todas las demás, y esa es Dios, que no es causado. Esto tiene varias cosas que decir. En primer lugar, el concepto de causa es fruto únicamente de nuestra experiencia, y, en realidad, nada hay en nuestra experiencia que nos permita razonar que el Universo deba tener una causa. Segundo, si todo tiene que tener causa, Dios debe tenerla, pero si puede haber algo sin causa, lo mismo puede ser el Universo que Dios, con lo que el argumento se desmorona. Tercero, tal como nos dice la física cuántica, no todos los sucesos tienen causa, por ejemplo, ciertos comportamientos de las partículas elementales subatómicas. A la luz de la física, pues, una explicación causal del Universo carece de sentido. Sobre esto podríamos citar las conclusiones del famoso Stephen Hawking sobre un Universo cerrado y autocontenido sin frontera en el espacio ni en el tiempo.
El argumento de la ley natural dice algo así como que la existencia de leyes físicas definidas requiere un diseñador y un plan. El primer error está en considerar la Física como un conjunto de leyes, cuando sólo es una descripción de los acontecimientos del Universo. Es más, al estudiar los mismos orígenes de las interacciones físicas, se ve que esas "leyes" que se formulan no son más que promedios estadísticos de sucesos completamente aleatorios. El creer que las leyes físicas están "legisladas" por Dios llevaría a preguntarse por qué hizo esas leyes y no otras. Si decimos que las eligió arbitrariamente, sin ninguna razón, entonces no tenía intención de hacer el "mejor de los universos posibles", con lo que deberíamos dudar de su buena voluntad o inteligencia, y si decimos que hay alguna razón especial para que Dios eligiera esas leyes y no otras, entonces Dios mismo estaría sometido a esa ley natural y sólo sería un intermediario innecesario, tan esclavo de ella como el más vulgar de los mortales. El argumento de que las leyes físicas necesiten un diseñador viene de la idea de que algo muy complejo no puede existir si no es proyectado por alguna mente inteligente. Sin embargo, si la complejidad del Universo requiere que sea diseñado por Dios, con más razón la mente de Dios, mucho más compleja, necesitaría otro diseñador. Esto nos llevaría a una regresión hasta el infinito, que no tiene sentido.
En resumen podemos decir que, tradicionalmente, se ha intentado utilizar el concepto de Dios para explicar la existencia del Universo; sin embargo, nada se resuelve con esto porque, evidentemente, la siguiente pregunta es: ¿Cuál es el origen de Dios? Si decimos que esta pregunta no tiene contestación, es innecesario recurrir a Dios porque podemos decir lo mismo del Universo sin requerir un ser adicional (es una aplicación de lo que se llama la navaja de Occam : "Pluralitas non est ponenda sine neccesitate", o sea, "los entes no deben ser añadidos innecesariamente").
Volvemos, pues, a la posición "agnóstica". Debo decir, sin embargo, que me parece que una mente racional, al no encontrar pruebas de la existencia de Dios, debería utilizar la navaja de Occam y decantarse por el ateísmo. La actitud de los agnósticos me parece tan inapropiada como la del que, al no poder encontrar pruebas en contra de la existencia de los gnomos o del ratoncito Pérez, declarase que es imposible para el hombre conocer la existencia o inexistencia de estos seres. De todas formas, mi argumentación no se quedará aquí. La semana que viene veremos las contradicciones de la idea de Dios, y algunos de los otros argumentos que terminaron por convencerme de que no existe tal ser.
III
No es difícil darse cuenta de que los atributos de Dios son una extrapolación o extensión (sub specie infinitatis atque aeternitatis) de atributos humanos, formados por simple negación de nuestras capacidades (hombre limitado / Dios ilimitado; hombre pobre en conocimientos / Dios omnisciente; etcétera). El problema es que estos atributos "infinitos" desembocan en una explosión de antinomias lógicas irresolubles. En el National Catholic Almanac (Paterson, 1968), tenemos un completo menú de estos atributos: "Todopoderoso, eterno, santo, inmortal, inmenso, inmutable, incomprensible, inefable, infinito, invisible, justo, amoroso, misericordioso, altísimo, sapientísimo, omnisciente, omnipresente, paciente, perfecto, providente, supremo, verdadero". Como dijo algún autor, lo primero de lo que uno se maravilla es de cómo se puede decir que Dios es incomprensible y después soltar tamaña lista de atributos adicionales. Pero la gran pregunta es: ¿Cómo se puede afirmar la existencia de algo tan imaginario y tan contrario a nuestra experiencia como lo que dice esa letanía de despropósitos? Dios es una especie de "revoltijo conceptual" construido a base de tijeretazos de proyecciones de nuestra propia personalidad que se deshace por las costuras al mínimo esfuerzo.
Como es fácil demostrar, es imposible la existencia de estos atributos infinitos y más aún su conjunción en un mismo ser. Ya Tomás de Aquino se dio cuenta de que Dios no podía ser omnipotente, que no podría, por ejemplo, hacer que uno y uno sumaran tres, ni crear otro Dios, entre otras muchas cosas. Esto es así porque el concepto de omnipotencia es absurdo en sí mismo y lógicamente imposible (hay una vieja y famosa pregunta que ilustra muy bien esto: "¿Podría Dios crear un objeto tan pesado que ni él pudiese levantar?"; tanto si contestamos sí o no, Dios no sería omnipotente). Pero quizás lo que mejor muestra lo absurdo de los atributos de Dios es el "problema del mal". Si Dios es la causa primera eficiente de todo, es el último responsable de que haya sufrimiento y mal en este mundo. De otra manera: si Dios conocía desde antes de la creación del hombre que éste iba a equivocarse y a padecer y a sufrir en su existencia, ¿por qué no lo evitó? Hay pocas posibilidades: o no es infinitamente bueno, o no es omnipotente porque no puede evitarlo, o no es omnisciente porque no puede preverlo. A esto se podría replicar que el responsable del mal es el hombre, aunque en el caso de un terremoto o de una enfermedad incurable en un bebé, esto resulta difícil de mantener. También se puede decir que el hombre es un agente dotado de libre albedrío y que Dios no puede conocer nuestras decisiones futuras. En este caso su poder sería muy limitado, y Dios estaría tan atado al tiempo como nosotros, con lo que su existencia atemporal e independiente de las leyes del universo se esfumaría. Además, sin capacidad para prever el "futuro" humano, no pudo trazar un plan para nosotros, con lo que al crearnos estaba jugando a los dados, en un ejercicio supremo de irresponsabilidad. El caso es que si decimos que es omnisciente, que conoce todos los hechos presentes, pasados y futuros, que son copresenciales en su mente, y si es (casi) omnipotente, entonces todo lo que ocurre es por su voluntad, manifestando así una crueldad infinita al no evitar el sufrimiento. No hay manera de sostener la omnisciencia, la omnipotencia y la infinita bondad de Dios junto con la existencia de agentes libres, como el ser humano. Nos podemos preguntar también por qué no nos hizo menos egoístas y más solidarios, o por qué no creó un mundo mejor. Y sobre todo: ¿Para qué nos creó? ¿Qué necesidad tiene un ser completo e inmutable de crear algo? ¿Cómo puede un ser inmutable tener un impulso de voluntad? Así se podrían buscar cientos de contradicciones. La idea de Dios es, pues, absurda.
¿Qué contestan a esto los teístas? O bien buscan redefiniciones ad hoc de Dios o bien dicen: mysterium ineffabile, los designios de Dios son inescrutables. Así, la teología es sólo una hermenéutica infalsable y circular, y no hay nada en ella que la haga digna de crédito: credo quia absurdum. Sin ninguna teodicea posible, el hecho religioso, en fin, tiene una explicación antropológica e histórica muy clara, y en sus credos, revelaciones e iglesias, no hay nada divino, sólo circunstancias muy humanas y comprensibles. En cuanto al "sentimiento religioso" como justificación o prueba de la divinidad, me limito a hacer hincapié en lo incorrecto (e incluso peligroso) que es deducir realidades exteriores a partir de estados de conciencia. La religión continúa sólo por tres razones, que no siempre se dan en todos los individuos teístas: simple ignorancia, fuerza de los lazos de comunidad o poder y consuelo ante los sentimientos infantiles de inseguridad y de miedo a la muerte y al sufrimiento. El resto es puro cuento.