El Cínico
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26/04/99
Jesulín.
El toreo es algo como muy de macho. Sus gestos, su rictus de ardor sanguíneo, la templanza, el tempo, la cadencia, la estocada, tienen algo de briega sexual. Además, la cercanía a la muerte, el valor, la heroicidad masculina, pone mucho a las mujeres, la sicología evolutiva sabrá por qué. Si el toreo no tuviera una erótica especial, Escamillo no hubiera seducido a la Carmen de Bizet/Mérimée, mujer tremenda, flamígera y españolísima, haciéndole, además, dejar a ese Don José que, aun con su pathos dramático y algo insípido, era todo un aguerrido cabo de dragones. Sin la erótica del toreo, tampoco se comprende que Madonna, que para esos menesteres ha demostrado tener sensibilidad y ciencia singulares, luzca en sus tórridos vídeo-clips a Emilio Muñoz con el gesto torcido, malcarado y con el paquete en ristre, con profusión de lances, claveles, heridas, lubricidades y esas cosas propias del romanticismo carpetovetónico que evocan los guiris en estos casos. Sin esta erótica del toreo, tampoco se entiende lo de Jesulín de Ubrique.
Como mito erótico, Jesulín se ha quedado a medio camino entre un Escamillo/Cantinflas y el Alfredo Landa del destape, sex symbol algo agreste, patatero y como de verbena. Como mito del toreo, lo tiene aún peor. Ya se sabe que para ser un mito del toreo o se muere joven, convenientemente empitonado entre gritos y lágrimas de mucha mujer con mantilla y relicario, o hay que llegar hasta vieja gloria, como Curro Romero, por ejemplo, a quien Sevilla tiene semimomificado en una hornacina a la verita de la Macarena, eso a pesar de que le falta poco para salir un día a matar al toro con uno de esos helicópteros "Apache" que tanto suenan ahora. Jesulín ha renunciado, de momento, a estas dos glorias tan apetecibles, y escucho a los viejos de por aquí (que son viejos de un sur sabihondo y guasón, de tertulia de barbería, mus y esquirlas de muchas contiendas) decir que un torero o se retira a lo grande cuando ya no puede con el capote o lo hace por puro cague, y lo demás son mariconadas.
En España, donde no tenemos "sueño americano", la aventura del maletilla paleto que llega a figura se queda como un sucedáneo más cercano y castizo, tal como nos lo santificaron las películas de El Cordobés y, más o menos igual pero en copla, las de ese Joselito, pequeño ruiseñor algo cargante. Jesulín, con ese aire como de sobrino buenazo que viene de permiso de la mili y esa llaneza sanamente agrícola o silvestre, entra dentro del paradigma de torero de ingenuidad provinciana y simpatía cateta que tanto agrada y tanta risa da. Yo, desde luego, prefiero mil veces esa imagen sincera y esforzada a la del torero de dinastía, que ya nace con cortijos, mayorales y soberbia de cacique de pueblo, predestinado a pertenecer a la rústica nobleza campera, a codearse con la jet y la aristocracia y a casarse con alguna famosa en la Catedral de Sevilla, con coches de caballos y soponcios de marujas por el medio.
Jesulín, es cierto, se equivocó al prostituir su imagen. Aceptando jugar a semental ceceante y cómico, halagado por las bragas que le tiraban las niñatas que iban a verlo torear como si se fueran de boys, Jesulín pasó de torero talentoso a algo cercano a una caricatura de puta versallesca. Se equivocó también con aquello del disco, que sólo sirvió para que toda España cantara descojonada "toa, toa, toa, te nezezito toa". Con esto y con su leyenda "in-prezionante" (que no sé hasta qué punto es apócrifa) Jesulín terminó convertido en una especie de Leticia Sabater pero en tío, y por lo tanto en un monigote zarandeado sin clemencia por los programas de gracias facilonas.
Con el pobre Jesulín se han pasado. No es ningún descubrimiento que el chaval tiene pocas luces, cosa que le pasa a muchísima más gente, incluso a las que no cecean (a mí, que también ceceo, entre otras cosas porque me da la gana, me fastidia especialmente ese cachondeíto norteño y saborío, sobre todo cuando intentan imitarnos y parece que se les haya pegado una empanadilla en el cielo de la boca). Lo que sí tiene Jesulín, se rían o no de él, son huevos para ponerse delante de un toro, y eso no lo puede decir cualquiera. Lo que pasa es que los españoles, requemados por esa envidia asumida y mediterránea, tan nuestra como el aceite de oliva y los garbanzos con acelgas, disfrutamos haciendo mofa de los famosos: reírnos de sus miserias es algo que nos reconforta y nos redime de codiciar su dinero y su notoriedad. Somos así de retorcidos.
Ojalá le vaya bien a Jesulín, haga lo que haga. Los espíritus cándidos y nobles (y él es justamente eso) siempre se merecen lo mejor. Suerte, maestro, en todo. Toreador, l'amour t'attend!