El Cínico
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27/06/99
Aznar y Almunia.
El debate sobre el estado de la Nación ha sido una contienda profesional y muy sofista, como la rutina de los abogados o los vendedores de aspiradoras. Contenido aparte, uno no deja de apreciar este ejercicio de prestidigitación, donde la labia es más rápida que el ojo y que la calculadora y donde, con manoteos y frases brillantes, se intentan escamotear los datos y las realidades, se intenta dar lustre a lo mohoso o pringar de roña lo brillante. Dialéctica pura, qué delicia.
Como sabemos que, estén como estén, las cosas siempre irán mal o bien dependiendo de a qué lado de la raya preguntemos, nos divierte ver a los portavoces subir al atril con las gafas de cartón 3D puestas y un ojo cerrado, para verlo todo, según, rojo o azul, que son los colores venerables de siempre, los colores de las botellas o los estómagos medio vacíos o medio llenos. Con el ojo guiñado haciendo morisquetas, a los políticos se les ve como nunca ese aire histriónico que tienen tan entrenado y tan sentido; así, por una vez, se les ve sudar el sueldo en las tablas, como a los cómicos de feria o a las estatuas vivientes del Retiro. Y nosotros nos sentamos a verlos con ganas frustradas de echarles duritos.
Aznar salió a la arena con la tiza en la oreja y ese aire algo pessoiano que tiene, como de contable triste de provincias con manchas de tinta en los puños de la camisa. Su España fue la España de la matemática y los asientos, del pupitre y las sumas. Todo cuadraba al cierre, todos los totales quedaban pulcros y algo insípidos en su exactitud, una sinfonía hecha con el trantrán ferroviario de los engranajes de la caja registradora. Fue la de Aznar también una España en perspectiva, en flashback inverso, de veleidades y promesas futuras, como el discurso de un profeta de las ventanillas y del Contaplús, un profeta al que a veces se le vio algún intersticio de nerviosismo o mala leche, cosa perdonable en los profetas, que todo el mundo no habla con Dios, caramba.
Almunia, en plan presentación en público, de puesta de largo, como un pianista que debuta en Nueva York con el tercero de Rachmaninoff, intentó contrarrestar el peso de la contaduría espesa y aburrida de Aznar con más números, aunque números de una España más allá de las oficinas, una España de carrito de la compra y cuarto y mitad fiado de choped, la España del apuro del currante y la hipoteca que acecha. Era el resquicio algo sentimental que le quedaba a la flema económico-administrativa, a la frialdad desapegada y algo forense de los números de Aznar. Almunia lo explotó lo mejor que pudo, apoyado en esos ademanes tranquilos de cura párroco y en esas paradiñas que hace en sus frases como si fuera a tirar un penalti en cada sintagma. Digno pero insuficiente. Todos nos dábamos cuenta de que su pathos dramático se diluía ante la contundencia de las macrocifras, pero nos gustaban sus amagos de desplante y esas medias verónicas algo aturrulladas pero voluntariosas que daba mirando al tendido del PSOE, donde estaban sus apoderados y quizás una morenaza con relicario y mantilla, sobresaltada con cada embestida.
Almunia no se termina de dar cuenta (quizá después del debate se haya desengañado) de que la estrategia para vencer a Aznar no se encuentra en el encontronazo caprino de las cifras, sino en huir de ellas. Tanto número marea y hace bostezar y sentirse imbéciles al personal, como los programas de Sánchez Dragó. A la gente lo que le gusta es el romanticismo de la demagogia, las ideologías y las trincheras, tener la política en el corazón, como el Betis, manque pierda y de padres a hijos. Aznar aburre, y la gente es capaz de cambiar de voto por puro aburrimiento, así le relumbren el IPC, sus convergencias y sus guarismos. Sólo con la pulla sobre la falta de liderazgo del PSOE (eso que tiene Almunia en la frente como una diana parpadeante que invita a jugar) se dejó caer el presidente con algo de gracia en el debate, hombre; ahí aplaudimos los que estábamos en el sofá con las palomitas esperando un combate de 'pressing catch' y nos encontramos, para nuestra decepción, con el prólogo del curso de CCC de contabilidad y finanzas.
No es tanto el ganarse al electorado de centro, sino el saber ponerse mejor las lentejuelas horteras de 'showman' político, lo que decidirá quién se lleva el caramelo en estas generales que ya despuntan. Los políticos están para lo que están, esto es, para dar espectáculo. Y, claro, cuando se ponen a gobernar en serio, la cagan. Y nos aburren un montón.