El Cínico
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3/05/99
Aeropuerto 99
Nunca me han gustado los aeropuertos. Me agobia esa soledad fría, desarraigada y algo sufriente que tienen, como las salas de espera de los hospitales. Me desconcierta la gente que se mueve en ellos con un trasiego ciego de mercadería cárnica y una premura funcional y conveniente, y su movilidad anárquica y desidiosa, igual que espectros en una convención. Siempre he preferido las estaciones de ferrocarril, pero las pequeñas, y esperar al borde del andén respirando el frío especial que decía Pessoa que tienen las mañanas de viaje, con solamente, si acaso, alguien más, lejos, apenas una presencia transparente, compartiendo el vago compañerismo de los fugitivos.
Un largo viaje en tren o en barco es como el sexo consciente, lento y saboreado, es un viaje que se vive. El viaje en avión, sin embargo, es como un metisaca endeblón y chapucero en un portal, o sea, un cubrir las distancias seco, soso, y desabrido. Cuando sólo se podía ir a pie, en burro, en tren o en barco, el viaje formaba parte de los recuerdos y de las experiencias. Con el avión, el viaje es un engorro necesario que se sufre y se olvida. Nuestra sociedad exacta, hecha de agendas y horarios, ha dejado de viajar y ahora se limita a transportarse de mala manera, como fardos africanos o gorrinos de matadero. Sea como sea, alienación o necesidad, se ha demostrado que a este mundo nuestro se le quita el avión y se deshace por las costuras como los trajes de veinte duros. Hasta los que manejan esta cosa de la aviación civil han terminado convirtiéndose en seres de naturaleza sobrenatural y fabulosa.
Los pilotos de líneas aéreas son como muy chulos y muy peliculeros. Yo creo que eso de sentir en sus manos decenas de vidas y tanta tonelada de hierro carísima les pone cachondos. Deben creerse un poco como Dios pero con turnos. Hasta tienen, fíjense, una corte de arcángeles femeninos, espíritus bienaventurados con esa sensualidad homogénea, indiscriminada y corporativa que les da a las mujeres el uniforme. Como ya se sabe que a los dioses se les debe respeto y obediencia, es normal que exijan lo que les corresponde, a saber: el cielo, la tierra y también lo hay en medio, el espacio aéreo, que debe ser algo así como el purgatorio aeronáutico. Los señores pilotos, cuando hacen huelga, es que reclaman sus derechos divinos. Si por el medio nos fastidian, es sólo un efecto colateral, y por tanto disculpable, como corresponde a lo colateral y a lo eufemístico para todas las sanas mentes occidentales.
Ahora como nunca, se ha juntado el hambre con las ganas de comer y, de este pastiche de pilotos encabronados, descontrol de controladores, restricciones del espacio y, en fin, ineptitudes y necedades, ha resultado este cachondeo en que se ha convertido nuestra navegación aérea civil. El caso es que nuestro cielo sigue en vilo, que se están perjudicando particulares, empresas y ciudades, que alguno/a habrá perdido hasta al novio o la novia (ya se sabe lo frágiles que son los amores a distancia) y no tenemos más remedio que hincar los cuernos y tragar a este SEPLA matoncillo y soberbio, este AENA (que tienen nombre de grupo ecologista o de asociación de vecinos) incompetente o simplemente inútil, esta Iberia como remendona y este gobierno que mira de lejos, como quien asiste a una pelea de colegio benigna y hasta simpaticona.
Aznar, que parece que lo dice todo con sensatez pero sólo porque lo hace con una entrenada seriedad cinematográfica de caídas de ojos y labios inanimados, como un Bogart españolito y bigotón de la política, apela a la responsabilidad de las partes para solucionar el conflicto, y se queda tan a gusto. Será que gobernar, para él y sus ministros, es cosa más alta, más sublime y más neblinosa, teleológica o así. No corresponde al gobierno, por lo visto, entrar en asuntos tan mundanos. Así, el problema no va con Arias-Salgado, igual que no iba con Tocino lo de Aznalcóllar, dos ministros-ectoplasmas que están sin estar estando. Entre eso, Matutes que parece siempre que se le están acabando las pilas y la invención de los ministros virtuales como Elena Pisonero, este gabinete está cada vez más en las nubes. No estaría mal que aterrizara de una vez.
Pero a lo mejor estamos siendo mal pensados, hombre. Lo mismo lo que pretenden entre todos es hacernos ver que hay que volver a disfrutar de los viajes animados, con experiencias y aventuras, y, sobre todo, de ese regustillo de deleite inigualable que tiene el placer postergado. Y tan postergado.