El Cínico

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5/09/99

No smoking

Me gustan las mujeres que tienen manos de un fumar esbelto y cinematográfico (siempre me acuerdo de Lauren Bacall -qué bien silbar y que viniera). Cuando me gusta una mujer suelo imaginármela desnuda, fumando despacio y con cierta desgana, con las mejillas todavía encendidas y el pelo confundido entre las volutas de humo, un humo que parece entonces la materia que une al placer y a su recuerdo. Mirar a través de ese humo a una mujer desnuda fumando, y fumar uno también, y volcar en dos vasos el final de una botella, y escuchar el crujido femenino de los cubitos de hielo desperezándose en el alcohol como ninfas remolonas...

La Humanidad, que mantiene sus males pero reprueba los pequeños vicios, emprende de vez en cuando cruzadas estúpidas contra el placer, y el tabaco es ya un viejo enemigo. El Papa dice que Satanás ha sido derrotado, pero se equivoca: sigue ahí, en cada fumador, en cada cigarrillo, en cada habano lujurioso. Los puritanos siempre han visto el mal en el placer y la intemperancia, y el bien en la abstinencia y el estreñimiento. Es el rencor de unos reprimidos que se avergüenzan de mirarse la pilila y de sentirse de carne, que temen el placer porque les arranca de sus dioses y les aleja de esa vida eterna de tocar liras y recoger florecillas.

En la tele ponen ahora un programa que te enseña a saber vivir. Es un programa para marujas artríticas en las que el presentador aparece tras una empalizada de frutas, alcachofas y escarolas con toda su hojarasca. Habla con cadencia de cura párroco en el confesionario, nos adoctrina y adormece. Según lo que dice, la escena que describía al principio de este artículo indica que yo no sé vivir. Saber vivir es beber zumo de zanahoria y hacer estiramientos de espinazo con un ensimismamiento grave y como hindú, que todo en nosotros huela a desinfectante y a eucalipto, como un ambientador de coche. Allá ellos. Lo que me fastidia de estos puritanos es su envidia, que es como la del que hace dieta, y que les lleva al proselitismo o, más allá, a la coacción, para que todos compartan sus mismos sacrificios de ausencia de humos, ensaladas sin aceite y apio a palo seco. El puritanismo higiénico-natural quiere el pensamiento único y el estómago limpio para todos, la dictadura de un Edén naturista y herbáceo de cuerpos sanotes y estúpidamente inútiles.

A algún directivo de Iberia, por lo visto, se le ha aparecido Manuel Torreiglesias con una lechuga en la mano izquierda, como un pantocrátor de sonrisa boba, y ahora han prohibido fumar en todos los vuelos. Es otro paso para empujarnos hacia la castidad pulmonar y esa paz beatona que da tener los higadillos relucientes. Iberia mira mucho por nuestro bien, por el de nuestras vísceras y por el de nuestro espíritu (recordemos su empeño en inculcarnos la virtud cardinal de la paciencia y la templanza de alma con aquellos retrasos). No: Iberia lo que tiene es muy malita idea. Someter a los fumadores a la tortura china de tener que soportar un vuelo intercontinental sin un mal pitillo es un acto de sadismo feroz. Sería menos perverso tenerlos sin mear, vamos.

Este descarrío, que viene como un reflujo de la estulticia estadounidense, era el siguiente paso, tristemente previsible, en esa campaña global de ecologismo fingido y fiebre edulcorante con el que se quiere lucir ahora la propaganda mercantil. Ahora todas las empresas están "sensibilizadas" con el medio ambiente y la salud, y hacen ver mucho a sus ejecutivos "Liberad a Willy", para que entren en las reuniones con el corazón encogido por una ternura verde, noble y biosférica, como niños que han visto el Rey León.

Que Iberia prohiba fumar no es más que marketing subliminal. Así, las mentes light de fin de siglo piensan que una empresa que se preocupa de tal manera por la salud tiene que ser la hostia de competente y confiable y recta, no veas. La solución más cabal, esto es, proporcionar espacios separados para que fumadores y no fumadores ejerzan su libertad sin fastidiar al vecino, sería, por el contrario, hacerla sospechosa de permisividad con la suciedad del vicio y el pavor de la insalubridad. No, no se asombren, que a las lumbreras de la mercadotecnia no se les escapan estas cosas. Volvemos, como en todo, a una pura cuestión económica.

- Pero hombre, los médicos y la Administración han aplaudido la medida.

Normal. Los médicos quieren que lleguemos a muy viejecitos para poder pasarnos más facturas de reúmas y ciáticas, y el Estado nos quiere lozanos para ahorrarse dinero en sanidad y así dárselo a las empresas eléctricas. La Administración lo que debería hacer es preocuparse más de las mierdas que sueltan las industrias y de lo que le dan a comer a los pollos, y menos de si uno fuma si le sale de las narices.

- Pues también es verdad.

Yo, que de vez en cuando soy muy lanzado, me estoy pensando secuestrar un avión y fumarme una cajetilla entera de Celtas sin boquilla delante de las azafatas espantadas, repitiéndoles lo que una vez escribió John Stuart Mill, aquello de que la Humanidad siempre gana más permitiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás. A ver si se enteran.

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