El Cínico

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24/10/99

Estética de la corrupción.

A García Raposo, el supuesto sobornador, se le ve en una foto en la prensa con los pantalones meados. Sale, circunspecto, salpicado y presunto, de los lavabos, y Agustín Cuevas, ex alcalde de Sanlúcar, lo espera con cara de Muñeco Diabólico en gira promocional. Ya se sabe que cuando la gente se espera en los servicios es signo de mucha amistad, como lo es compartir mujeres, dineros y marrones. La corrupción tiene también su calor de hermanamiento y su ocio de pandilla. Ahora, en política, los amigotes se ponen a tramar chanchullos casi mejor que irse de putas, que es lo que se ha hecho siempre. La foto de García Raposo con los pantalones meados viene que ni pintada, porque esto de Sanlúcar ha sido para mearse de risa. La camarilla del PSOE sanluqueño, con el Muñeco Diabólico Cuevas a la cabeza, ha hecho tan bien de primo mangui de la Juani que merecerían un episodio entero de "Médico de familia" con sus nombres bien gordos en los créditos. Y una medalla de la Oficina de Turismo, por promocionar el chorizo como nuevo producto de la tierra.

El mangoneo es un pecado al que, si acaso, sólo le queda la honra de llegar a arte. El arte no conoce la moral, y por ahí se salva. El ladrón de guante blanco, elegante, británico y gatuno, crea simpatías y subyuga a las mujeres, tiene algo de galán nocturno y castigador. También el jugador de póker que hace trampas como un prestidigitador mientras se toca los bigotes nos seduce por lo que tiene de aventurero, de astuto y de violinista. Por todo esto nos gusta la picaresca y "El Golpe" y la escena de los jamones de "Morena Clara". Pero el mangoneo torpe y cateto es pecado doble de ética y de estética. En Sanlúcar han intentado un soborno de plazoleta y de porra de taberna, de timo de la estampita para cámara oculta, de película de Paco Martínez Soria con la boina encasquetada. Así, los presuntos salen en el periódico con el pernil salpicado, como saldría el Queque, el popular personaje sanluqueño, del retrete de una tasca, pero con el brick de Don Simón trocado en Startac. Y en vez del maletín negro, que es lo suyo, lo peliculero, lo que nos enseñó Miami Vice, éstos meten los fajos pringosos de dedos en una bolsa del Hipercor. Bueno, por lo menos no era del Día, que todavía hay clases.

La estética, como la ética, es parte de la filosofía, y de la insensibilidad estética a la laxitud moral, no hay sino un par de capítulos. Así se entiende todo, que nada sabe de filosofía Agustín Cuevas, que en el colegio no aprobaba ni el recreo, y por eso lo tuvieron que sacar por la pechera sin la EGB. Ni puta falta que hace, claro, que diría el maestro. La única Academia que quería Cuevas era la de la vida, pero la de la vida fácil, y por eso, sin profesión ni futuro, se metió a la política de pueblo, que no requiere más metafísica que saber quitar cuatro pelusas y poner cuatro zancadillas, todo a su tiempo, eso sí.

Agustín Cuevas supo que tenía que agarrarse a la teta cuando, siendo número cuatro de la lista hace demasiados años, vio dimitir a todos los que tenía por arriba y, en lugar de dimitir también, como le pedía el partido y la decencia, cazó la alcaldía al vuelo en rapaz golpe de estado. Y claro, la teta, que era rosada y confortable y daba leche merengada sin parar, ya no la quiso soltar. Ni él ni todas las ranas a las que tocaría después con el bastón de mando, la única varita mágica en estos tiempos sin magia, que convertía analfabetos en burócratas y descampados en chalés adosados. La teta manaba tanto que cincuenta millones no son nada para el hato de lobeznos a los que mantenía lozanos y facturando.

Pero Agustín Cuevas, que no sabe filosofía, se topó con el concejal Manuel Ramírez, que es de la escuela estoica de la parte del Barrio Alto. A Ramírez, el Cunete, lo atacaron por muerto de hambre, que tiene el pobre un camioncillo y cuatro cosillas de comercial o representante para ir tirando y viviendo en casa de sus suegros. Y el estoico le enseñó bien enseñada la doctrina. Y triunfó el saber, y la estética de la integridad. Y perdieron los sinvergüenzas de mercadillo del PSOE y algunos empresarios que todo el mundo conoce.

"Éste es el fin de quien hace mal", dice el sexteto con el que termina el Don Giovanni de Mozart, después de que al burlador se lo haya tragado el Diablo mismo. A Agustín Cuevas y a sus esbirros disolutos les espera el averno de lo vulgar, de lo despreciable, de lo feo y de lo cutre, que es lo que se merecen por historia y talante. Y Ramírez es ahora la estética en purísima, la belleza platónica que se veía después de salir de aquella caverna y quitarse las gafas de sol. Claro que esperemos que, no por eso, lo quieran hacer Reina de las Fiestas de Exaltación al Guadalquivir. Todo hay que explicarlo, que aquí en Sanlúcar la gente se toma las cosas muy al pie de la letra.

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