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EL CINICO


El armario de Fidel

En España nunca hubo tantos armarios ni tanto personal que sale o quiere -o no- salir de ellos. Uno no sabía esto, que hay mucha gente que va en un armario, a cuestas de sí mismo, alcanforados en una invulnerabilidad mullida de silencio y mantas, a salvo de la selva de fuera que da tanto miedo. Uno sabía que la gente, de siempre, se ha escondido en los armarios para escapar de ciertos deslices comprometedores, y esto ha dado para bastantes chistes de cuernos. Pero llevar ese armario por dentro como una chepa inversa y cuadrangular para replegarse en ella con mutismo de molusco o calcetín dado la vuelta, eso es nuevo, eso debe ser cosa del milenio. Lo último de la modernidad es llevar un buen armario de caoba para guardarse del relente de la vida y del agujero de la capa de ozono, y para tener bien ordenadas, en las perchas o cajoneras del alma, todas las caretas para la fiesta continua del mundo.

Lo de salir del armario viene a querer decir confesarse de las tripas, airear miserias y anhelos, higienizar la verdadera esencia, que siempre da pudor. Así lo han hecho algún político y Boris Izaguirre, que salió del armario con la bata de cola ya puesta, porque le hacía ilu ser la maricona de España. Quien más y quien menos, por ese envite frívolo de la moda, está descubriendo sus armarios, y ahora se los vemos a todos. El mundo se ha llenado de armarios y nos subyuga curiosear en ellos, como hacíamos de pequeños con el arcón del abuelo.

La Cumbre de La Habana, para no ser menos, también ha ido mucho de armarios, de salir de ellos o de meterse de cabeza y cerrar tragándose la llave. Aznar ha salido del armario y se le ha visto que se cree azote de rojos, que es lo que sospechábamos, y además que es un poco hortera, que se quita la chaqueta y así, con corbata y en mangas de camisa, parece un mormón en versión hispana o un 'broker' bacilón. Claro que si se la pone es casi peor, porque, tan trajeado, es cuando da el cantazo esa pulsera de cuero, esa pulsera como de instituto que lleva, con la que quiere darse un aire molón y colegui. Eso sí, con la chaqueta al hombro y los sobacos sudados hizo mejor de hombre duro de occidente. Tenía algo de Bogart marchándose de aquel invernadero en "El sueño eterno", justo antes de encontrarse con la Bacall. Lástima que a Fidel, yendo de gallito, no se le saque nada. A Fidel, presidente, hay que irle por lo meloso, que es lo que da la tierra, ya lo saben los empresarios y los hombres de Solchaga.

Fidel también tiene un armario, el único de Cuba, claro, porque el resto de la gente cuelga la ropa en las sillas y en los picaportes de las puertas. Fidel es un ropavejero con un armario del que sólo sale para decir que está la mar de a gustito en él y meterse luego otra vez al calor del ajuar apolillado de su marxismo y sus dobleces de la Historia, arrebujarse contento en esa pila de gorras verde olivo y camisas de revolucionario o barrendero que gasta. Ese armario acorazado que tiene es mucho armario, dignificado ya de años y resistencias, aunque siga desconchado, pobre y yermo, como las calles de La Habana por donde los Reyes pasearon su majestad sin pueblo y sin vítores, que pierde bastante, o todo.

En el armario de Fidel vive también un gato, que sale a saludar, de vez en cuando, a algún mandatario que importa, con esa mansedumbre falsa de los gatos, que son siempre ladinos, sabihondos e interesados. El gato está bien enseñado y sabe que hay personalidades que viene bien camelarse porque le dan una manita de pintura a la gatera y, ya que están, al armario de Fidel. La Reina acarició a ese esbirro gatito y mandó a su gente, después, a darle un barnizado al armario, para que el gatito, tan mimoso, estuviera mejor. Eso le vino de perillas a Fidel, que gusta de enseñar sus habitaciones y que le digan: "qué bien lo tiene usted todo, comandante, tan arregladito y sencillo". Seguramente al Papa también se le enroscó el gato entre los faldones y le pintaron después a Fidel las baldas del ropero como la Capilla Sistina. Fue lo peor de la Cumbre, que los Reyes sirvieron para adornarle el armario tan feo que tiene Fidel.

El armario de Fidel, esa guardarropía de un último comunismo porfión y barbiespeso. Fidel no dejará su armario, así se le caiga encima de viejo, y puede que hasta se muera en él y que lo encuentren un día momificado entre las perchas, con una sonrisa vencedora de alambre, alcanfor y paciencia de santo Job. Llevarse el armario de Fidel, llamar a los de la mudanza y que se lo sustituyan por un piano o un canapé. No parece tan fácil. Ni siquiera parece fácil ponerle el cascabel al gato, para que no dé más el coñazo.

 

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