ESTRELLA JOVEN - LA ESTRELLA DIGITAL

EL CINICO


Condones y cañones

En San Sebastián, en marzo de 1998, unos chicos intentaron ponerle condones a los cañones del cuartel de Loyola, como un símbolo blanco y gozoso de paz. No era ni una locura ni una bufonada, que el simbolismo es, muchas veces, el arma más efectiva. En la Revolución de los Claveles, verbigracia, se pusieron flores en los fusiles y eso bastó para que los soldados, lánguidos e inofensivos, perdieran toda su ferocidad y el pueblo portugués viera que, efectivamente, el golpe era pacífico. Es la vida, la naturaleza (una flor, el sexo) oponiéndose a esa maquinaria desguazadora de esqueletos que es la guerra.

Estos jóvenes, a los que ahora juzga un tribunal militar, sólo pretendían decirnos que es siempre mejor el amor, la risa, la belleza, que la fealdad metálica de la muerte; que, puestos a escoger, se prefiere el bombero al bombardero y el buen polvo al rapapolvo, que decía la canción de Serrat. Al cañón, esa alegoría fálica del matar machote, le querían estos chicos poner el gorrito para hacerlo humano, tierno, generoso, sanote, cachondón, que el sexo es todo esto; reconvertirlo, en fin, de trituradora brutal en máquina de cosquillas. Un cañón con un condón escupe una bala que se queda en una broma, como una escopeta de juguete con corcho, como una explosión de confeti, festiva e indolora. Un cañón con un condón se queda en cañón de guerra de Gila, cañón de risa y de coña, cañón pintado de lunares rosas, cañón sin maldad para que se posen los pájaros, cañón jipi que no hace la guerra, cañón como un matasuegras.

La juventud nos la quieren pintar pasota, pastillera y perezosa, pero luego es la que sigue abanderando los ideales, esos ideales que otras generaciones han borrado con la borrachera de las "stock options". A nosotros los jóvenes (me incluyo y no sé si debiera) todavía no se nos ha quitado del todo el barniz primero de la utopía, ese que dicen que se nos va gastando con la edad (a todos menos a Anguita), que se va yendo con la capa de células muertas de la epidermis en cada ducha. Pero es difícil mantenerse idealista como estos chicos, porque los años le van haciendo a uno cómodo y avenido, se le coge la forma al sillón de la vida y se arruga la impetuosidad, la locura, ese vértigo de querer cambiar el mundo. El destino nos abofetea de vez en cuando con su manaza de realidad, manaza callosa de picapedrero, sin poesía ni encanto, y todo esto nos va doblegando el espíritu con un dolor ciego de ortodoncia y necesidad.

Es esa manaza con la que se han topado estos jóvenes antimilitaristas, el guantelete furioso que les forma ahora un consejo de guerra, a ellos y a su travesura metafórica. Es eso: todo el chusquerío brutal del Ejército, con sus jueces que no lo son, con sus maneras de ir dando hostias, con sus cojones y su metralla en el cerebro, se han puesto a juzgar una metáfora que no pueden entender. El látigo juzgando al poeta, la brutalidad juzgando a la imaginación en este primer proceso militar que se celebra contra civiles desde el fin de la dictadura.

Un juicio militar a civiles... A estos chicos pacifistas, idealistas o ingenuos, resulta que se les aplica la misma ley inclemente que a los regulares y a los legionarios y a los sargentos chusqueros que llenan las prisiones militares con reyertas, navajazos y esas cosas viriles que da la vida cuartelera. Lo militar, que tiene algo de logia esotérica o de sacerdocio estanco, comprende un mundo distinto de valores, actitudes y costumbres, una cosmología no miscible con la vida civil (el crimen de la mili es, precisamente, hacernos ingresar a la fuerza en ese universo paralelo y hostil, ese fosal tenebroso hacia el que nos conduce un Caronte con tirilla amarilla que habla con escupitajos y se toca el paquete a cada paso). La ley militar es una ley gitana que no entendemos los payos civiles de fuera, una ley tribal, ajena, cerrada, sectaria, llena de ritos incomprensibles y adornada de un repelús levemente luciferino. Una ley que debería quedarse para los militares y que de todas maneras roza, estoy por decirlo, la inconstitucionalidad.

Estos chicos no deberían estar siendo juzgados por un tribunal militar, tribunal de un mundo extraño, y no deberían estar enfrentándose a esa pena desmesurada de dos años de prisión por tan inocua diablura. Esos chicos deberían estar siendo juzgados por un tribunal civil y ser condenados como mucho a tres padrenuestros o a media hora de cara a la pared, que no merece más la cosa. Es que hay que tener ángel para ponerle un condón a un cañón. Qué tíos más cachondos. Lo malo eran las comparaciones de después, claro.

 

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