ESTRELLA JOVEN - LA ESTRELLA DIGITAL

EL CINICO


Miedo a la libertad

Nos decía Erich Fromm que la crisis contemporánea de la civilización occidental se manifiesta en el miedo a la libertad. Dos de las expresiones más tangibles de este miedo han sido, por un lado -el político-, el placer de poder/sometimiento que dio (o da) sentido a tanta gente a través del fascismo, y por otro lado -el sociocultural-, esa bovina avenencia con la homogeneidad de pensamiento, con la uniformidad rigurosa de las mentes, la grosera estandarización de los seres humanos, ahora que tanto está de moda la "globalización", en la política, en la economía y en la cultura. Es el deleite del dejarse llevar, de que conduzcan los hilos por nosotros, esa disolución resignada en el armatoste industrial y monetario de la urdimbre del mundo. Tanto da la religión como el dinero como las ideologías, el caso es que algo, una bandera, un dios, un himno, un grupo, nos anule la individualidad y la diferencia, eso que muchos tíos raros consideramos que es la verdadera riqueza de nuestra especie.

El gregarismo nos adula con el abrigo falso de la tranquilidad, del apaciguamiento, esa mansa sensación de molécula guarecida en algo más grande. La libertad, en cambio, nos inquieta, nos estremece, nos abofetea y nos despierta de la siesta como un bocinazo, nos saca del regazo de la molicie. La libertad nos incomoda a picotazos y el ser humano, que es cobarde y remolón, la mata a cachetes o con insecticidas. En la película "Matrix", por ejemplo, que es bastante más que el aluvión de efectos especiales y la cara guapota e inexpresiva de Keanu Reaves, la tensión entre el desasosiego de la libertad y la complacencia de la comodidad es lo que le da sustancia a la trama y lo que nos hace salir del cine con un cosquilleo metafísico, una acracia breve que se nos apaga, la verdad, ante el primer burger o la primera factura. La acracia siempre ha sido bella por inalcanzable, como todas las cosas realmente bellas, incluidas algunas mujeres, claro.

El nacionalismo, ese desmenuzado tosco de la realidad, esa globalización de barrio, no es más que el miedo a la libertad del tejedor de banderas y de los vecinos a los que convence en la plazoleta. Me refiero a todos los nacionalismos, los pequeños y los grandes, los periféricos y los centralistas, el de los abertzales vascos despeinados y el de los fachas españoles con sus camisas azules y sus pajas a costa de Agustina de Aragón. Tienen la piel fina y el entendimiento corto, y pasan frío sin sus estandartes y sus símbolos. Tienen miedo a la desnudez de la vida y de la voluntad, necesitan el calor de rebaño para no castañetear los dientes. ETA, que vuelve a asesinar, que vuelve a colgarse menudillos de gente con sus abalorios de tribu, tiene miedo a la libertad, como todos los nacionalismos, con la diferencia que a ellos el miedo les hace morder y matar. Los escogen por eso entre los depredadores, entre los caníbales, para que cuando sientan miedo su músculo actúe y mate, como un resorte de escorpión, con ceguera de artilugio biomecánico y prensil.

ETA ya no pinta nada. No ya por su ideología, todavía compartida por otros con el mismo miedo a la libertad que ellos, sino por su bajeza en la escala evolutiva de los seres vivos, por sus movimientos ciegos de celentéreo venenoso. ETA vuelve a demostrar que lo de la serpiente es su escudo no es azar. Piensan y reaccionan como ella. El pueblo no les quiere, se lo dicen en la calle y en las urnas, pero a ellos les da igual. Estorban a su propia ideología, pero no se dan cuenta. Ellos sólo sienten miedo y atacan.

Ni la democracia es perfecta ni vivimos en el mejor de los mundos posibles. Pero en esta democracia nuestra, con sus defectos y vicios, no todo es igual, todavía hay grados y distancias entre unas posturas y otras, más o menos acertadas o más o menos equivocadas. Ibarretxe, que también cree en el nacionalismo y comparte fetiches y patronos con los violentos, ha hecho bien en desmarcarse, en romper su pacto con EH, a quien se le vio un amago de voluntad de evolución, como esos simios que se comunican por dibujitos, pero a los que enseguida la bicha les pica en el tobillo y se arrepienten de querer salir de la cueva. En nuestro sistema toda postura es defendible, hasta la locura de autodestrucción de los nacionalismos. Sólo se trata de defenderla como verdaderos seres humanos, no como alimañas montunas. Dicen que, más que la inteligencia, es el libre albedrío lo que nos diferencia de los animales. No lo es todas las veces, como se ve.

 

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