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EL CINICO


La mayoría

De estas elecciones hemos aprendido que España no es de izquierdas ni de derechas. Es de la nómina y de la hipoteca, de la cuenta corriente y del carro de la compra llenito de macedonias. España ha votado una política práctica, la política que llega luego a la cola del súper y a la letra del coche. El PP ha conseguido que medio país se olvide de guerracivilismos, de las Españas heridas o rencorosas, de "los nuestros" y "los otros", las feas cicatrices de las trincheras, y nos ha puesto a bailar con el hilo musical de los hipermercados el finamiento orondo y populoso de las ideologías en una gran saturnal de contables, pasantes y oficinistas.

La metafísica cansa mucho en política. Aunque sus doctores disfruten de la sillería de sus razones históricas y sus cosmologías, el pueblo se mira el bolsillo, la cartera, la talega del pan, y es según lo que ven allí que votan una cosa u otra. Los duelos alados no van con ellos, no tienen que ir con ellos. Las volutas de la política y de sus idearios cogen a la gente pensando en el capricho de una yogurtera o en las vacaciones en Benidorm y, con el primer anuncio de monovolúmenes, se disuelven brumosas y rechinadizas como un galeón fantasma.

El PP tiene una mayoría absoluta apabullante y lucida que le han acabado dando por su gestión y sus calculadoras, por sus mangas alforzadas y su sudor de escribanía. Pero tanto se había hablado de izquierdas, derechas, proletariados y trincones de oro que nadie se esperaba esta goleada. Aquel día, el PP se merendó toda la pastelería de las encuestas, los sondeos aguados que habían hecho algunos a pie de urna o a pie quebrado. Reventando las porras de amigotes y peñas, nos fue sorprendiendo la intrepidez del 7 primero, la insolencia del 8 después, y, al final, la apostilla impar y airosa del 3. Los números iban saliendo por las pantallas con una diligente alegría de electricidad derretida, con voracidad de cuentakilómetros, números ganadores cantados por algún niño azul de San Ildefonso con flequillo y eucaristías, y mientras, en Ferraz, en Cataluña y en el País Vasco rompían las papeletas y pensaban ya en la rifa de jamones del barrio como única esperanza.

Esta mayoría absoluta le va a permitir al PP, por lo pronto, desatarse de la pejiguera nacionalista, que ya se estaba convirtiendo en extorsión en toda regla. Pujol ya había mandado la minuta, la oronda cifra de 400.000 millones, y esperaba el pago por la investidura, pero ahora tendrá que comerse el papel y su prepotencia, porque él sí sigue necesitando al PP en el Parlamento catalán y lo mismo va a tener que terminar tragando con una Verbena de la Paloma en las Ramblas o una bandera del Real Madrid en el Ajuntament de Barcelona, con mucha guasa.

Lo malo de las mayorías absolutas, claro, es que puede salirles la tentación del rodillo, que ya usaron los socialistas con primor y virtuosismo belcantista. Ya se sabe que el poder no es más que la posibilidad de ser desenvueltamente arbitrario, y es fácil dejarse llevar por la soberbia y el caciquismo cuando se manejan los embragues del país con tanta soltura. Por el talante que va demostrando Aznar en balcones, abrazos y discursos, parece que no se ha engolado de escaños, que quiere consenso, diálogo y amistad con todos, una cosa como de vecinos de Barrio Sésamo. Todo es que siga así.

El PP y el Gobierno de Aznar tienen una dura prueba ahora, porque estas mayorías absolutas tienen la manía de soltarle la goma a todas las caretas. Ya le pasó al PSOE y vimos que el felipismo era una derecha que se hacía noches locas de drag queen proletaria con boina, alpargatas y camisas de cuadros. A ver si ahora, cuando se le vea al PP el verdadero talante, va a resultar, como temen muchos, que tiene debajo de la ropa enaguas de sargentona de la Sección Femenina, relicarios mordisqueados de beata o calzoncillos con cuello de Millán Astray. Pronto se verá: cuando reformen la Ley de Extranjería, cuando la Iglesia Católica y los celestes batallones peperos del Opus empiecen a presionar para prohibir el aborto y las máquinas expendedoras de condones. A ver qué hace entonces el Gobierno con su centro, su moderación, su consenso y su androginismo.

 

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