El Cínico
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7/06/99
González.
González, quién lo diría, se ha levantado desde el limbo de los no-muertos, conjurado por el desarreglo de este PSOE descabezado y desnortado y, como al comendador de Don Juan, le ha dado por acojonar a los que le llevaron al finamiento político.
González, es cierto, todavía espanta con su presencia retumbante de transición y catacumbas, todavía lleva mucha España a las espaldas, y por eso se ve capaz de poner firme a Almunia, de descalificar a Matutes y a Aznar y de proponer debates sin ser candidato a nada ni cargo de nada, ni falta que le hace, que basta su efigie de protagonista de la Historia o de veterano de la libertad sin ira. González es un obelisco a lo pretérito que sigue despuntando en la política española con algo de imbatibilidad arquitectónica, la venerable y marmórea testa de este PSOE al que, igual que un día se le empezaron a caer las siglas, últimamente se le caen los líderes. González es el rastro sepia de ese socialismo esperanzado que se volvió roñoso por culpa de un orín de decadencia y hastío que se han empeñado en no querer limpiar, ese orín que veneran algunos como un lustre de glorias pasadas a pesar de lo que les afea la fachada.
González dijo, categórico y guasón, que no le gustan los revivals, pero, sin embargo, ahí lo tienen ustedes, en medio de la campaña, con el pelo a lo afro y cantando aquello de "Saturday night fever" con el falsete de los Bee Gees y los movimientos de cejas de Tom Jones. Ahora que va de madurito, como Sean Conery, ahora que disfruta de ese atractivo aumentado que da eso de parecer que uno viene de vuelta de todo, su labia vuelve a tronar y su labio vuelve a hacer temblar las piernas de las marujas de pueblo, a las sigue cautivando con ese gracejo suyo entre el donaire y la chulería, eso que tiene él como de llevar siempre la rosa socialista en la boca y querer bailar un tango con todas. A lo mejor es eso, esa sensualidad del poder y los atriles, lo que no termina de arrastrarlo al sosiego de los expóliticos; quizá la añoranza de esas mujeres de izquierdas, libertarias y algo viriles, pidiéndole un hijo como si fuera Julio Iglesias, ha sido lo que ha hecho que se escape de la cripta como en una de esas películas de zombis, presto a desparramar higadillos con esa hambre atrasada y derrochadora que tienen los resucitados.
A González no le gustan los revivals y sin embargo el PSOE tiene todavía mucho de eso, de pantalón de campana y musiquilla de los setenta puesta para carrozones, de disco de vinilo de Donna Summer rayado ya de tanto poner los dedazos y hacer scratching con él, un disco que se empeñan en seguir pinchando aunque ni suene ni pegue ya en ningún sitio. El PSOE debió de pasar hace tiempo al formato CD, al sonido digital, y eso lo podría haber hecho Borrell si no hubiera sido por sus chanchullos torpes y por las zancadillas que le puso desde el primer momento el "aparato socialista", esa vieja guardia algo tenebrosa y siciliana. A González no les gustan los revivals pero tiene que hacer el amago de volver con la frente marchita, quizá porque no tiene más remedio, porque tiene que poner orden como sea en ese cortijo suyo que es el PSOE y en el que los manijeros que dejó no han sabido hacerse con los jornaleros ni con la faena, un cortijo donde encima les salió un rebotado.
Haya o no congreso extraordinario para elegir un nuevo candidato (más bien parece que no), y sea éste el que sea, vendrá con el marchamo de la provisionalidad, y es que todo en el PSOE parece efímero excepto González. Almunia sería seguramente el candidato preferido por los nostálgicos del orín aquel, el primogénito amado, pero es demasiado insulso y no se puede quitar de encima el aire de lacayo de otros poderes, de mensajero de un algo que está detrás de la cortina en las ruedas de prensa. En la Ejecutiva Federal empieza a sonar también el nombre de Rosa Díez, mujer agradable y europea que, viéndola sentada con las piernas cruzadas encima de la silla, parece una sobrinita traviesa de ombligo al aire o una de esas profes que van de guays y de modernas y de hablar mucho con los alumnos púberes. Al menos promete un aire de diferencia y de frescura entre tanto sobaco sudado de los padrinos sociatas.
Al que no veo yo de candidato, desde luego, es a González. Pasó su tiempo, igual que pasaron el acid house, el break dance y hasta las batallitas del abuelo Cebolleta. Si volviera, González traería con él demasiados fantasmas, y eso al partido socialista no le haría ningún favor. Al PSOE lo que le falta es alguien que le oree esa atmósfera viciada y densa que se le ha quedado, como de alcoba de vieja. Le falta, claro, otro Borrell, pero con más suerte.