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EL DERECHO Y EL REVES |
Veo en las páginas de sociedad/cultura a dos mujeres que son dos mitades del siglo, dos maneras de vestir la artisticidad, dos formas de enjoyonar a una reina de picas. A las dos se les pone la referencia de algún libro, aunque aparezca entre ellas la foto de un tipo que me parece que es famoso porque tiene la picha grande o así. Una es Sara Montiel, que saca un libro de memorias que no ha escrito, y la otra es Lucía Etxebarría, a la que le han dado un doctorado en Escocia, al parecer por escribir. Lucía Etxebarría viene plegando el milenio, viene con el nuevo sexo vertiginoso de la mujer que ya no mira por encima de los abanicos, sino que se pone unos pantalones feos y tiene su literatura en contar muchos polvos con chicas/chicos que le pasan por la vida como un autobús. A Lucía Etxebarría le han dado en Aberdeen un doctorado honoris causa por, dicen, “rehabilitar la noción de literatura de mujeres en España” y “descubrir a los lectores un nuevo feminismo integrador”. Lucía, hay que decir, escribe novelas. Pero esto no es lo más importante: Ya hemos dicho que puede haber arte que no llegue a la intelectualidad, sino que se quede en la plasticidad de la imagen, que puede ser de muñeca pálida o de usuaria de películas porno. Vienen el libro de Sara y los libros de Lucía a demostrarnos que no puede ser lo mismo todo lo que se escribe de/por/para/desde mujeres. Entre estos dos libros hay la distancia que hay entre un corsé y una braga sin costuras, entre la clase, la pesantez íbera y artística de Sara, que no requiere de más estilo, y la más o menos literatura suburbana y de támpax de Lucía. No puede ser la misma cosa, y ni siquiera tienen por qué ser literatura. Confundir la literatura con estas banderas es un error que viene muy bien para las grandes superficies, que venden con un libro una rebeldía, una pancarta, una identidad, todo por el mismo precio. Queda bonita una etiqueta de “literatura de mujeres” o “literatura homosexual” (Boris Izaguirre). En realidad toda la literatura viene a ser femenina, que son las mujeres las que leen y los hombres nos compramos el Marca, mayormente para envolver el bocata. Hablando de divisiones, categorías y etiquetas, también mi estimado Juan Bonilla, compañero de columna en los papeles, reivindicaba hace poco más “literatura de la Guerra Civil”. Vázquez Montalbán, igualmente, hablaba durante un encuentro de escritores en Jerez de la “literatura democrática”. Mendicutti, que va a hacer una novela que se desarrolla en una fábrica, quiere la “literatura de compromiso”, olvidando que el compromiso por sí mismo no mide la literatura, aunque sí la puede aderezar de inmediatez (para la literatura de compromiso, está la columna periodística). Uno casi se atrevería a proponer, en ese plan, la gran “literatura de pelirrojos” o la “literatura de gorditos”, por qué no. Miles de pelirrojos y gorditos que tengan sus escritores y sus historias para identificarse. A ver por qué van a ser ellos menos que los homosexuales o las mujeres. A la literatura se le pueden poner todos los adjetivos y complementos que uno quiera, es sólo cuestión de imaginación y de floricultura. Al final, los únicos adjetivos que quedan son dos: buena o mala. El libro de Sara y los libros de Lucía podrán ser de mujeres, para mujeres, centrados en el gran icono de lo femenino, de manera diferente por supuesto, pero sólo importará que sea buena literatura o mala literatura. Lo demás, sólo sirve para encontrar el libro al lado de las ofertas de medias o de desodorantes, según. |