LA TRAMPA DE ULISES
Luis M. Fuentes
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14/06/99
Los vigilantes de la playa.
Las arenas de las playas de Cádiz, el azul atlántico de su mar y sus banderas, ven llegar el calorcillo y despiertan a la vida, a las niñas en bikini y a los mirones del Paseo Marítimo (venerables guardianes de una orgullosísima tradición sureña y ejemplarizante). La playa, ecosistema litoral de domingueros, sombrillas, ombligos y bocatas de tortilla, genera faena y ambientillo propio, tanto que a los americanos les ha dado hasta para una serie, no poco movida. Hay que ver a estos vigilantes de la playa tan californianos y tan surferos de la serie americana, con sus musculitos y su rojo goloso y plastificado, con sus gachís de recias cachas, nutricias y rebosantes de todo, con esas playas de anuncio de desodorante donde nunca, ni de casualidad, hay una gorda o una vieja corriendo detrás de un nieto churretoso al que llame, quebrándose la garganta, Kevin de Jesús o algo así. Qué chulos son estos americanos, que tienen playas tamizadas de morralla, donde a las feas se las manda a la piscina municipal apenas intentan pisar la arena con las chanclas y a los que tienen michelines se les despacha sin piedad hacia el horrible averno de los malamente hechos, a la rebotica de los infrahumanos. Aquí, donde nos gusta la variedad, no hacemos eso; en nuestras playas se respeta hasta a la gorda con la fiambrera de filetes empanados, así tenga más mala hechura que un saco de cepas. Será que somos más demócratas o más comprensivos.
Pero, no se vayan a creer, por aquí también tenemos vigilantes de la playa, menos cachas pero más caletis, con menos carne al relente pero con una humanidad blanqueada más cercana y vulnerable, vigilantes de calcetines subidos y vago aire familiar de cartero de pueblo o sereno de barrio. Lo que pasa es que en la serie americana no les queman las torretas y aquí sí. En los Estados Juntitos de América te fríen a balazos en el instituto o te desvalijan hasta el peritoneo en las esquinas, pero, desde luego, su civismo playero y presbiteriano les impide estas barbaridades, que la civilización es la civilización, ya se sabe. Aquí, cualquier pirao de macetón de güisqui o cerveza calentorra se baja a la playa y lo primero que hace, después de eructar, como en un acto reflejo, es prender fuego a la primera torreta que se encuentra en la playa. Es una cosa como muy sanguínea y muy mediterránea. Se deja a la novia con las bragas bajadas y se acerca uno un momentito a pegarle fuego a una torreta, que total está ahí al lado y no cuesta trabajo. Será que no tenemos Fallas, o que nos requema más ese ardor neanderthálico de cueva y hoguera.
Es que el mobiliario urbano incita al salvajismo, a la rebeldía, único acto de protesta que les queda a algunos, inútil, guerrillero, pero grato, como la resistencia del okupa macarrilla. ¿Quién no pensó rociar con gasolina esos meaderos de la Plaza Mina? Es que parece que lo hacen aposta, para provocar. Así que no pensemos mal. Quizá éste/a que le echó el cóctel molotov a la torreta miraba sólo por una estética más limpia, quizá pensaba que el horizonte se quebraba con demasiada fealdad por culpa de esos armatostes, quizá ha sido sólo una hermosa metáfora del inconformismo, de lo libertario, reivindicativo de las puestas de sol sin interferencias y de la brisa corriendo libre por la playa Victoria. O a lo mejor, romanticismos fuera, haya sido sólo un gamberro, que se volvió audaz con la luna o con el calor peculiar, incitante y promiscuo de las arenas, esa enajenación selvática de la naturaleza en vivo que, por ejemplo, les hace a los rocieros poner cuernos (totalmente en contra de su voluntad) entre dunas, matojos y mucho revoltillo de farandolas (ay, el polvo del camino). No, que va. No me lo creo. Por aquí no hay gamberros. Aquí lo que hay es gente con sentido del humor peculiar.
El caso es que, como se descantillen, lo mismo estos vigilantes nuestros terminan oteando a los nadadores impetuosos y a los mocosos perdidos colgados de las farolas. Todo sea por no parecernos a los americanos. Cómo nos gusta ser diferentes.
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