LA TRAMPA DE ULISES
Luis M. Fuentes
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5/07/99
Pichichi Pacheco.
Raúl, ese retoño del fútbol español, ese niño prodigio un poco hijo de todos (algo así como Joselito o Marisol pero en futbolista), pasó por El Puerto para recoger un premio y dejar una rúbrica. "Ver, oler y marcar" escribió sobre una bota en una bodega, epopéyico y guerrero, como un César que vuelve del Ponto de las áreas contrarias con laureles y goles a espuertas.
Raúl es el pichichi párvulo, sonriente y algo mondo de una Liga que ha visto a un Real Madrid desganado pero bacilón, y cayó muy cerca del otro que tenemos en Cádiz, ese pichichi perpetuo y ajado de la política municipal que es Pacheco. La política y el fútbol se parecen mucho, en los desmarques y en el chupar balón, en las tarascadas y los codazos en el punto de penalti. Pero Pacheco juega sobrado en su demarcación, tiene veinte años de ganar por goleada y va de crack sin esfuerzo, incluso saltándose entrenamientos y yéndose de juerga, con chulería, como hacía Mágico González.
Pacheco, que salió de esa hornada del 79 de la comunión de las izquierdas, de esa remesa peculiar de maestros, fontaneros y pintores de brocha gorda que llegaron a alcaldes, es el ejemplo de la política personal, ungida y como mosaica, pero algo patatera. Pacheco es una mezcla de caudillo iluminado y graciosillo de fiesta de cumpleaños, un rebujito entre Alfonso Guerra y el Emilio Aragón de sus mejores tiempos. Pacheco es un político que choca con sus modos y sus actos y a veces hasta hace gracia con las pamemas que suelta de vez en cuando, como eso de Jerez sin fronteras o lo de Soledad Becerril que no sabe echarle guindas al pavo.
Pero lo peor de estos políticos sempiternos es lo que cansan, lo que aburren, lo que empalagan, como las reposiciones de "Verano azul"; es el eterno retorno nietzscheano en su vertiente más insoportablemente tangible y farragosa. La piel de Pacheco y la ciudad de Jerez han ido criando costra estos veinte años hasta formar un mazacote indistinguible; se ha fundido con la ciudad, con su circuito internacionalísimo, con sus autobuses rosas, con su vino y sus señoritos, con los contenedores de vidrio y el mobiliario urbano horterita. Pacheco es Jerez y Jerez es Pacheco; Pacheco es el jerezanismo y el jerezanismo debe ser el pachequismo. Es otro Rey Sol como Pujol, pero en pueblerino. "¿Quién si no?", decían los carteles, igual que el marketing tontón de Telefónica. Sobran más explicaciones.
Con Newton y su ley de la inercia, con el refrán de lo malo conocido, Pacheco, si nadie lo remedia, va para alcalde vitalicio. La democracia puede ser a veces sólo populismo, y las tiranías de las mayorías no dejan por ello de ser tiranías. Hay algo que me dice que no es bueno que alguien esté tanto tiempo en un sillón, y no sólo porque se le acabe por dormir el culo. Dice el tango que veinte años no es nada, pero los tangos suelen mentir, casi más que los boleros. Veinte años contemplando la ciudad desde un ático acristalado, con todos los botones y engranajes encima de la mesa del despacho, pueden llevarte a considerar que todo lo que llega hasta el horizonte es de tu propiedad, es más, es de tu propiedad por algún designio sobrehumano inescrutable, que es lo que le da el esmalte de legitimidad a todas las megalomanías. De aquí al abuso, al autoritarismo, al endiosamiento y al Imperio, hay poco. Pacheco a lo mejor sueña con una Domus Aurea al lado del circuito de velocidad.
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