LA TRAMPA DE ULISES
Luis M. Fuentes
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20/09/99
George Lucas en Sanlúcar (y la Susi en Marivent)
En el verano, el famoseo se desparrama por la costa, busca el nivel del mar por un equilibrio raro de líquidos o por una memoria evolutiva que les reposa todavía bajo las gafas de sol. Es una grey voluminosa y centelleante que se divide, según su conciencia de clase, entre la vela de Palma, los fiestorros de Marbella y el polo sin top less de Sotogrande. Lo único que nos llegó por aquí cerca fue un salpicón de glamour que nos plantó en El Puerto al príncipe Felipe y a su corte de paparazzi y gorrones, despendolados en su barullo algo arábico de compaña que hace la pelota.
En Sanlúcar, sin embargo, nos conformamos con el veraneo de los sevillanos domingueros y de los hijos pródigos, si acaso de algún famoso menor; nada que merezca un reportaje o una exclusiva, vamos. Hay que agradecerle esto, por una vez, al insumergible Muñeco Diabólico, alcalde connatural que nos tiene sin puerto deportivo (cosa que espanta a todo el turismo de postín) y que cuida con mimo la tradición de las aguas fecales borboteando como fuentes versallescas en la orilla de una playa sucia y esteparia, algo que tiene asombrado al mundo junto con ese paseo marítimo feo, delirante y torpe que encargaron a Pepe Gotera y Otilio por un pecado de simpleza o sinvergonzonería. Y el futuro "Club de Campo" de Hohenlohe, claro, atiesado todavía de matojos y jaramagos.
En nada se reconoce ahora a esa San Sebastián del sur que fue Sanlúcar a partir de la segunda mitad del siglo pasado, cuando los duques de Montpensier decidieron venir aquí a remojarse las enaguas y los bigotes, creando desde entonces una tradición de niñeras fondonas, garitas de mimbre y bañadores de cuello vuelto. El veraneo en Sanlúcar hoy en día es un veraneo de lealtad y de observancia, de gente que viene siempre a pesar de: a pesar de que no se puede uno bañar en la playa, a pesar de que no hay marcha, a pesar de que la ciudad está hecha un asco...
Entre los incondicionales, entre los devotos de la manzanilla, los langostinitos y las puestas de sol, está Carlos Herrera, al que vi hace poco desayunando en un bar de Bajo de Guía. Iba de ese incógnito chusco de camiseta, gorra y gafas de sol que gastan los famosos para aparentar que no quieren ser reconocidos y al final los reconocemos todos. A Carlos Herrera le quema todavía en la mano el saludo a la Giraldilla de pega y eso se le notaba en el semblante achicado y en un temblor en ese bigote de las estepas rusas que tiene. Pararon por la calle, también, a Eduardo Mendicutti, claro que ese no cuenta, que pertenece a la categoría de hijos pródigos que mencionaba antes. Mendicutti ha pasado el agosto yendo de su casa en La Jara al bar El Sur, mirando mucho por el camino a toda la carne morena que le gusta a él. En La Jara, con la playa a los pies, creaba las aventuras de su Susi en Marivent, una descocada en palacio con gracia y su mijilla de mala leche que nos ha distraído en el soserío de la prensa agostil. Mendicutti, junto con Caballero Bonald, sanluqueño que nació en Jerez, regalaron a la ciudad cierto aire parisino de artisticidad plástica y culta que, entre la ordinariez playera, se agradece. También anduvo por aquí Almudena Grandes, que tiene casa en Rota y vino con la progenie, que es mucho de visitar bodegas.
Como se ve, muy literaria la cosa. Pero de modelos buenorras, queridas de saldo y guaperas con vara y media de mandado, nada. Ni falta que hace, porque, eclipsándolos a todos, aquí estuvo el mismísimo George Lucas, señor de galaxias y hacedor de universos, atraído por las carreras de caballos. O al menos eso le dio a la gente por decir, que me parece que nadie llegó a verlo. Pero digo yo, si la Susi puede entrar en Marivent a hacer de nurse de Felipe Juan Froilán de Dios y de las Altas Cumbres Borrascosas, a ver por que no puede venir George Lucas a Sanlúcar. Pues eso.