LA BAHIA DEL MAMONEO (BAHIA DE CADIZ)

LA TRAMPA DE ULISES


Base de Rota

Estados Unidos, Generalísimo de la globalización, hace su Estratego por el tablero de verdad de los continentes, esparce sus fichas por los husos horarios como un proyectista de la guerra con dedazos de salchicha. Puede hacer eso porque todos los vecinos bien avenidos le han ido arrendando un cuartito para sus trapicheos, para que así llene el mapamundi de postit y banderines de colores, un mapamundi como la mesa de un entomólogo donde se crucifican países a chinchetazos.

Estados Unidos quiere ampliar la base de Rota, ese símbolo de lucha y subordinación. Quiere convertirla en plataforma destacada para sus "guerras humanitarias" contra el moro y los tiranos, pero claro, no los tiranos que son sus "hijos de puta", Roosevelt dixit, sino los que no le bailan el agua. Los otros les vienen bien y, en vez de bombas, les reglan pellizcos en los cachetes (pienso, por ejemplo, en Suharto, caníbal de machetazos y ollas de aceite para pucheros de carne humana, dictador sangriento que mimaron tanto tiempo en Indonesia).

Estados Unidos tiene todavía el fantasma de un comunismo diabólico que sigue arañando su ataúd rojo, y la sombra del Islam desmelenado, barbiluengo y pobre (el petrolífero y rico ya ha hecho sus sucursales de Beverly Hills entre las dunas). Para controlar ese mundo salvaje, Estados Unidos planta entre sus amigotes, aquí y allá, unas garitas para echar el ojo y guardar sus flotas, sus misiles y sus aviones, terror metálico, colmena veloz para lanzarse al picotazo rápido, aéreo y cobarde. En ese parchís en el que Clinton juega solo, los aliados le edifican las barreras y le cuentan veinte para que coma tranquilo y sin moverse del Despacho Oval, para que siga allí, con los pies en la mesa, escuchando extasiado el "Marte" de Gustav Holst y haciendo como que dirige la orquesta.

Estados Unidos, igual que esparce sus hamburguesas y sus cocacolas, esparce sus guerras, que se planean en Wall Street pero quieren hacerlas de todos. A nosotros, los catetos que cedemos la parcelita al señorito para la montería, sólo nos queda un tibio dolor de avasallamiento y la indignidad de pillar algún dólar que se vuele en el fragor de los tiros. Aznar, que tiene esa vanidad de los bajitos, pide a Clinton "contrapartidas" por la ampliación de la base, verbigracia un sillón en la nave del Comando G-7, o que le doren la píldora en la ONU y el FMI, o que le pongan delante en las fotos, que detrás no se le ve. Eso es lo que quiere él, ir de líder mundial para que a su mujer le dé cosa ponerlo a fregar los platos durante la telenovela de después de comer.

Mientras, Rota sigue con ese algo de casa tomada, como en el cuento de Cortázar: hay en sus calles un agobio de acecho de entes opresivos y sin cuerpo. Allí recibieron a los americanos como al Mister Marshall de Berlanga, y tienen ahora unos bares como de Kentucky donde los americanos juegan a los dardos, beben una cerveza rara sin espuma y escuchan ese country que se canta mascando chicle. No sé si en Rota quieren o no una base, armas nucleares incluidas, si quieren verla más grandota y activa, para que los chiquillos disfruten, a todas horas, con los despegues de los cazas con su cargamento de posibilidad y estertores. A lo mejor no, pero en Rota ya comparten con ellos demasiado tabaco, los negocios sacan de la picardía del comercio con el guiri para ir tirando y hay muchos puestos de trabajo que dependen de ese armatoste grande y feo de la base. Lo de siempre. Allá donde van, los americanos siguen comprando a la gente: a los gobernantes con la vanidad y escopetas de segunda mano, y al pueblo con tabletas de chocolate. Y yo, en mi inocencia tal vez, supongo que todo eso debe dar algo así como la vergüenza y el horror de la complicidad con la muerte.

 

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