LA BAHIA DEL MAMONEO (BAHIA DE CADIZ)

LA TRAMPA DE ULISES


Plagas y traiciones

 

A lo mejor a Juan Gómez también le picó un insecto en Nueva York, cuando no estuvo, que sabemos que la Gran Manzana engorda en sus alcantarillas a mosquitos mutantes y a unos cocodrilos dandis y crápulas que salen de vez en cuando a almorzarse patinadoras lánguidas y brokers obesos. Para estos políticos nuestros, Nueva York puede ser una selva que devora concejales como la marabunta, dejando un esqueleto blanqueado y estupefacto. Para el político pueblerino, todo lo que se sale del término municipal es una selva salvaje, llena de horrores y bosquimanos, y por eso sus ediles se van fuera y caen en cepos, en ollas de caníbales o en madrigueras de bichos que le dejan un rosetón y una mordedura que otros van y llaman crisis, por hacer oposición o por defenderse a manotazos. Una plaga que extingue concejales, que mata a políticos de pueblo que van con mosquitera, es una manera de darle lustre bíblico y catastrofista al provincianismo, meter en una lucha cósmica de dioses y maldiciones a los partidos de barrio, y eso siempre merece el advenimiento de un mesías quejica o la inauguración de una pirámide al lado de Romerijo.

No se sabe si es un virus, un cocodrilo o un bichito luz con mala leche, pero el caso es que a Nandía se le caen los soldados como en las películas de Tarzán se caían los porteadores en aquel precipicio, por culpa del yuyu de una montaña, de una piedra extranjera y de la sombra de un monstruo legendario. A Nandía le van dando la espalda sus compañeros como a Martínez Ares, otro ángel caído. Nandía y Martínez Ares son mártires muy miméticos en su desgracia: Martínez Ares sólo es un recitador de taberna, pero se cree poeta iluminado, y Nandía es un político de provincias que lo mismo con tanta plaga termina dejándose barba mosaica y cerrando una playa porque se lo dijo una zarza ardiendo.

La traición, la traición. Ya nos contaba Shakespeare lo que era un coro de amigos y hermanos matando a César, y Nandía parece que va a terminar con toda su cuadrilla empapándose las manos en la sangre de su imperio y de su carne, esa eucaristía de muerte que es el destino de todos los emperadores. Ir muriendo a manos de los hijos, ver matar al padre freudianamente pleno a pleno, concejal a concejal, irse desangrando de compañeros por un mosqueo, por una felonía, por un mal de ojo, no deja de ser un final heroico y hollywoodiense. Otros acaban su carrera por una felación o un escándalo urbanístico. Nandía, a lo mejor, va a terminar muriendo políticamente apuñalado en una escalinata, con un fundido en negro que lleve a los créditos. Con lo bonito que queda eso de expirar diciendo: “Et tu, Brute?”. Para los Idus de marzo será la cosa, seguramente. Si no le pica un mosquito antes, claro.

 

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