LA TRAMPA DE ULISES
Luis M. Fuentes
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15/02/99
La mística del meadero.
Lo que es mear, se puede hacer de muchas formas, y todas dicen algo de nosotros. Si somos aficionados a las libaciones cubateras y, además, no demasiado cívicos, mearemos con aire fugitivo, subrepticio y conspiratorio en las calles, de madrugada; si se es un chico/chica militante de esa juventud pepsi o pastillera de hoy, gustará mear, con urbana complacencia generacional y solidaridad de comuna, en los váteres atascados de las discotecas; si tienes una suegra que es un hueso, mearás en su casa con un placer mezcla de miedo y venganza por los salpicones en el suelo; si eres una jovencita en edad lúbrica de desvergüenza, preferirás hacerlo con algo de exhibicionismo y deslumbrante estética de culos blancos detrás de los coches; si eres de los hogareños, no habrá nada como hacerlo en casa, con su amable tranquilidad de mesa camilla y de hipoteca; si eres más pijo, disfrutarás tu asumida conciencia de clase en los hoteles que tienen teléfono al lado del rollo de papel higiénico.
Pero ahora, además, para los místicos, se puede mear en una basílica. Sí, porque eso es lo que son los meaderos que han puesto en la Plaza de Mina: basílicas para un mear grandioso y extático, de contemplación gótica de la divinidad. Son monumentos religiosos y devotos, a pesar de que se les vea un cierto aire agresivo y levemente sexual, como de misil balístico o supositorio. Allí están, sí, representando la pureza de un arte contemplativo, estremecedor y sobrenatural, como la música de órgano, en un acierto notable de la sensibilidad estética fina y primorosa de las autoridades municipales, que hasta han querido, en una hermosa metáfora, situar el primero frente al Museo de Bellas Artes, como reclamando su origen innegable. Lástima que el mercado mande y se tenga que manchar tan sublime obra del ingenio humano con una publicidad fea y blasfema.
Pero, ¿a qué dios sirven estos monumentos solemnes? ¿A qué pretenden rendir homenaje estas catedrales de la meada? Pues a la misma esencia gaditana, sí, aunque no se lo crean, porque, según ha dicho un poeta, que no sé si es Carlos Cano o el hermano tonto de Gloria Fuertes (que en gloria esté), "Cádiz es una picha y un chocho". ¡Cómo no erigir estos monumentos para que la misma alegoría de Cádiz se explaye a gusto, plena de cúpulas, vidrieras y arcos! ¡Cómo no levantar éstas las que serán nuestro símbolo más universal, que encabezarán todos los folletos turísticos, las mayestáticas catedrales gaditanas de la picha y el chocho! Bueno, por lo menos nos ha tocado eso, que es cosa divertida y placentera. Imagínense si en el reparto de alegorías nos toca el culo y el sobaco, o una insulsez como el píloro y el esternocleidomastoideo. Demos gracias.