LA TRAMPA DE ULISES

Luis M. Fuentes

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26/04/99

Feria, feria.

Hay que ver lo que nos gusta a los andaluces un cachondeíto. Vivimos, se puede decir, de juerga en juerga, y así nos llevaríamos todo el año si no fuera porque no hay más remedio que colocar en medio un interregno penoso de días de trabajo, nóminas y normalidad tributaria. Será la latitud, el mestizaje o que nos da, simplemente, la gana, pero aquí estamos, habiendo dejado hace poco esa Semana Santa de barroquismo, laceraciones y maitines (cosa que, por lo visto, toda junta da mucho placer a alguna gente) y ya entramos en la temporada de ferias, ferias que empiezan en Sevilla y olé y que se irán rotando y extendiendo por toda nuestra región, ansiosas de jarana, borracheras y tocamientos de culos al bailar (que son el aderezo de toda feria que se precie, ya se sabe). Sólo Cádiz City se resiste algo a ese reflujo de lunaritos y detestable folclore, gracias seguramente a sus murallas épicas o a la influencia de un dios Momo permanentemente resucitado y resacoso de Carnaval.

Como siempre, esta época arrastrará a una turba desaforada que hará la ruta de las ferias como quien hace el camino de Santiago, de Sevilla a Málaga con toda la que se pille por el medio, para ennoblecimiento del espíritu y sufrimiento del cuerpo. Y luego, claro, vendrá el Rocío. Así, no me extraña que estemos como estamos, si trabajamos la mitad de días que los demás y encima nos gastamos los estipendios en una juerga continua e inextinguible. Bueno, sarna con gusto no pica.

Esto de la feria, que es como una fiesta de cortijo pero sin cortijo y a lo bestia, se me aparece como una reconcentración de las más espeluznantes alegorías del chauvinismo y del kitsch del topicazo. Esto se ve en cualquiera, cojamos la que cojamos, pero es especialmente evidente en la de Sevilla, no por nada, sino porque en la Feria de Sevilla está todo multiplicado y amplificado, en un afán de monstruosidad megalomaníaca. La Feria de Sevilla me empalaga con su ambiente recargado de guasa trianera y pretendida gracia sevillí (fácilmente transformable en malaje), eso, en fin, que resulta de la mezcla de los efluvios del Puente de Triana, de la Macarena, de Curro Romero y del espor semihortera de cadenitas y camisas abiertas de "Los del Río", aderezado con grupitos pijos y agilipollados de sevillanas y rumbitas, caballistas tiesos de alcurnia y duros (como reminiscencia inevitable de los señoritingos camperos) y niñatos de papá con chaqueta azul cruzada y botones dorados en horripilante look fascistoide. Riéguese esto con abundante manzanilla, aroma de claveles de plástico y añádase la morenaza lorquiana con mantón de Manilla y la tropa embrutecida de vigilantes jurados (que son como el guarda del cortijo pero en mercenario) y ya tiene usted a la gloriosa feria de Sevilla (o a cualquier otra) retratada.

Cada uno se puede divertir como quiera, es cierto, pero a uno le gusta más una noche corriente de cubateo y charla con los amigotes que esa exaltación de mal gusto y onanismo localista de vivas y olés a Sevilla/pueblo-que-sea mientras se baila eso en tres por cuatro que algunos creen que es música. Por eso yo, si puedo, haré una ruta de ferias pero a la inversa, intentando irme donde no vea farolillos y no se escuche a "Raya Real". Y es que a mí no me gusta la diversión como glorificación de la pertenencia a ningún grupo étnico, ni como obligación o ejercicio atlético, demonios. Y prefiero el jazz a las sevillanas, joder.

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