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CAMPAÑA ELECCIONES ANDALUZAS 2004 |
10 de marzo de 2004 LOS CANDIDATOS Ortega
Cierta arboladura de caballo, o la calavera amarilla, o una sonrisa torcida en la que parece masticar siempre la política como cuero. Todo le ponía cara de malo con alfanje, un malo como de Aladino, cuando dijo que prefería un poco de corrupción a una Administración lenta. Ahí se retrató quizá. Hijo de minero y costurera, vendió magdalenas y no terminó su carrera de humanidades porque entró en la política como en un tifón que lleva desde el idealismo a un profesión de descansados. En el declive del PA, que es una casa de vecinos donde se estrangulan el loro los unos a los otros, ha llegado sin embargo su ascenso como un triunfo logrado contra unos cuantos amputados. Ortega ha sabido aprovechar la posición y la paciencia, igual que los escopeteros, para convertirse en el Amo del Calabozo. Ha portado aceitosamente las llaves de la gobernabilidad, pero no las utilizó para que se cumpliera el ideal de ese andalucismo de pana, peleón y doloroso, que ahora pregona, transfigurado, en campaña. En vez de esto, se dejó mecer entre consejerías como entre barcarolas y ayudó al PSOE en su política de no hacer nada. La primera consejería, la de Relaciones Institucionales, fue sólo un podio con secretaria. La segunda, la de Turismo y Deporte, la asaltó para preparar desde ahí su candidatura como desde lo alto de un vistoso velero. Si el PSOE consigue la mayoría absoluta, se le pudrirán los jardines verdes. Si no, seguirá haciendo del PA la molinera que vende sus encantos. Ha transformado el andalucismo en el alquiler de una buhardilla y puede que eso les traiga el fin como el de una ballena que se muriera históricamente. |