Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

 28 de marzo de 2004

BICENTENARIO DEL TEATRO DE LAS CORTES
Bicentenario con diva

SAN FERNANDO.- La Historia deja su aire y sus dedos amarillos en los edificios igual que en las estatuas, y por eso luego crujen cuando entra la gente y el hoy como pisando todo el celofán de los siglos. En el Teatro de las Cortes de San Fernando empezó el derrumbamiento del Antiguo Régimen en España, que era un Valhala condenado al fuego. En el Cádiz de entonces, insular, burgués, transoceánico, el liberalismo no podía sino triunfar sobre los servilones y el absolutismo que era sólo un rey lejano y llorón y un par de caballos que se pudrían esperando en el establo. Aquel teatro ceñido y cúbico acogió las Cortes de Cádiz en 1810, aquella minoría ilustrada que parió la Constitución de 1812 como si pariera una sirena. Luego vendría la década ominosa, el último absolutismo como un estertor, la ira de Fernando VII concentrando todo el patetismo y la decadencia de un sistema muerto. Pero el espíritu de las Cortes de Cádiz había dejado una brújula que no podía torcerse. Todo eso está presente todavía, como una humedad o una luz naranja, en el Real Teatro de las Cortes de San Fernando.

El 1 de abril, el teatro cumplirá 200 años, y el viernes se levantaba el telón de los actos conmemorativos con un recital lírico de la soprano Ainhoa Arteta y el tenor Luis Dámaso, con el acompañamiento del pianista Rubén Fernández, los tres como vistiendo de gasa la Historia y ofreciéndole en homenaje un piano como una calesa y unas voces espejadas. El Teatro de las Cortes es pequeño como una caja de música y huele también como una caja de música. Ha estrenado en la fachada una corona de bronce, en los programas de mano un logotipo, y en el interior unas maderas que crepitan y un uniforme nuevo para azafatas y porteros, inspirados en los modelos antiguos, que les otorga un rango como de almirantazgo del oficio. Todo se ha preparado para dar una nueva luz cultural a San Fernando y en el programa de la temporada figuran el Nabuco de Verdi o la Carmen de Bizet, zarzuela, conciertos de Tamara o Ana Belén, teatro y ballet.

El recital que abrió el bicentenario convocó a todo el taconeo municipal, ediles que se abotonan y que juntos forman algo que parecía una coral de guardiamarinas, cargos y asesores que volaban sobre su corbata y un público que llevaba anteojos y sus mejores collares y gemelos. Ante la masiva demanda de localidades, tuvieron que prepararse miles de papeletas para el sorteo de entradas de éste y otros espectáculos gratuitos programados, papeletas en las que el pueblo debía marcar un evento con una cruz y luego aguardar la suerte y la distinción de que les toque, como en una quiniela muy refinada. En el teatro, se esperaba la presencia de Ainhoa Arteta como la de un hada musical y delicadísima. Su poder de convocatoria entre el gran público la sigue haciendo algo así como la Letizia Ortiz de las sopranos.

Fue un recital con un programa mayormente ligero, donde Luis Dámaso, que se turnaba con la diva, abusó de las cancioncillas de Paolo Tosti (hasta 3 interpretó), música muy menor, y hubo zarzueleo y Puccini y Donizetti (la manida y furtiva lágrima de L’elisir d’amore) como, por otro lado, se espera en estos casos. Es parte de la maldición de este tipo de recitales que parece que se diseñan para un público acostumbrado a las bandas de música. El tenor parecía un novio napolitano, y cantó con oficio e italianismo verista su repertorio dulzón, poniendo mucho énfasis en los portamentos y empeño en los agudos, que era lo que el público celebraba más. Ainhoa Arteta, en el escenario, es elegante como una patinadora y bella como un ave. Pocos reparos técnicos pueden ponérsele, salvo quizá que en algún pianissimo la voz le quedó algo desajustada y como en silbido, que el aria de La Bohème salió un poco gritona, y que su vibrato uno lo ve demasiado tremolante o leonado. Fue un buen acierto el Vocalise en forma de habanera de Ravel, aflamencado y pasional. La diva gustó y coqueteó con el público, entregado, que sonreía durante la escenificación con el tenor de un duetto de Romeo y Julieta de Gounod que acabó en beso y en explosión de aplausos.

Música, pues, ajustada al evento, reunión del pueblo con su historia y con su sensibilidad. Un bicentenario que comienza populoso y con temperatura.

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