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Crónicas y otros atrevimientos |
17 de mayo de 2004
XIX MARCHA A ROTA
ROTA.- Cuando el presidente Eisenhower visitó España en 1959 su nombre flotaba por todo el Madrid eterno de los reyes, los bufones, los coroneles y las monjitas, y Ike fue llevado entre lanceros, junto a Franco, por las calles orilladas de pueblo. La Guerra Fría había hecho a Estados Unidos buscar nuevos aliados contra el comunismo que era un herrero monstruoso que enrejaba el mundo, y primero el acuerdo bilateral de 1953, y luego el abrazo de Eisenhower con Franco, abrazo obsceno como el de todos los generales, sellaba el pacto que convertía a España en un portaviones y le daba al dictador la gran mano y el sostén americanos. En septiembre pasado se cumplieron cincuenta años del acuerdo de 1953, que dejó sitio en la península para las colmenas de cazas y torpederos del Imperio, islotes o escalones desde los que se salta hacia un continente como una pavesa y se empieza el picado de la guerra. La XIX Marcha a Rota, esa reivindicación sin cansancio contra la cercanía de todos lo hierros de la muerte, llegaba impregnada de esta efemérides. En cincuenta años ha cambiado el siglo y ha cambiado el enemigo, pero los paracaidistas, los soldados y las monturas del Imperio siguen haciendo noches larguísimas en España para que así el mundo esté más a la mano y la metralla haga su curva más perfecta y más barata. Esta Marcha a Rota ha sido diferente porque en otros años acabó en las puertas traseras de la base, todavía en El Puerto, allí donde su presencia era sólo un vértigo de frontera y quizá un olor diferente en el aire, como un ozono que deja el trajín de lo militar; pero este año se llegaba al mismo control de Rota, comienzo del territorio apache, línea tras la cual fallan todas las leyes del universo, igual que en los agujeros negros. Desde la explanada del cementerio de Rota, la izquierda simbólica, festiva, con sus verdades que son puños y sus banderas que son sudarios, iba a llegar hasta justo delante del ojo hexagonal del Imperio a decirle cuatro cositas. No había el ambiente del año pasado, cuando hervía la guerra de Irak y se llevaban de estandarte esqueletos con chistera y se ahorcaba en efigie a Aznar como a un galgo con bigote. Los más guerrilleros se habían quedado en casa pero los demás estaban todos: verdes, sindicalistas, la izquierda del campo y la izquierda del porro y la flauta, la que exhibe al Che en la camiseta con su gloria de futbolista y la que lleva la tricolor republicana hecha en casa con retales; los de siempre más una numerosa representación del Partido Comunista Portugués, que era un incendio rojo muy bien formado para la ocasión. 30 organizaciones, 1.500 personas de muchos colores, a decir del ojo siempre pequeño de la policía, que conjuraban inocentemente al diablo, que seguramente no se entera nunca de estas cosas. Quizá todas las ideologías no son más que nostalgias y la nostalgia ondeaba muy bien con el viento fuerte de la mañana que sublevaba a las banderas. Viejos, jóvenes, familias con el hijo en el cochecito, bocadillos de chorizo, pies de humo, barbas de Valle-Inclán, cánticos de lucha. Este año se llevaban las referencias a las torturas estadounidenses, y unos cuantos que iban encapuchados dejaban una nota cruda, brutal, entre la multitud alegre, como si caminaran junto a ellos varios electrocutados. Paz en las solapas contra la sangre y el petróleo, los eslóganes de siempre cantados con gracia o con gitanería, y la izquierda funcionaria en la cabecera (Llamazares, Valderas, Moreno Meyer, García Montero...) mientras la marcha circundaba el perímetro de la base, sus dobles vallas con espino, sus carteles que dicen “Limited area”, los perfiles de unas parabólicas donde parecía cocerse el ruido lejano de la guerra, y un avión gordo igual que un abejorro sobrevolaba la manifestación como el apóstrofe de todo contra lo que se luchaba. Llamazares había conminado el PSOE, al que los manifestantes hacían referencia como a desaparecidos, a que hicieran de estos momentos los de “la retirada de tropas norteamericanas de nuestras bases militares” y los de “la reorientación de estas bases en un sentido civil”. Pero las bases pesan como la piedra y el PSOE está demasiado simpático para esos berenjenales, al parecer. A pocos metros del control de Rota, una valla y la policía formada, con caballos al fondo pero sin perros esta vez, marcaba el fin de la marcha y el principio de un campo de minas. Desde el interior de la base, una torre de vigilancia los grababa a todos, mientras un joven gritaba “motherfuchers, Spain is ours” y otro les decía “venid aquí a torturarme”. Era una cercanía provocadora, era el enemigo a dos pasos, y llovieron los insultos familiares y diarreicos junto a la valla a la vez que García Montero leía el comunicado. “Hemos comprobado que estas bases sirven para hacer guerra en nombre de los intereses depredadores del imperialismo norteamericano y para matar a miles de seres inocentes en todo el mundo --decía García Montero--. Las bases militares representan hoy a un poder bélico que renuncia a la política y a las relaciones internacionales en favor de la violencia. Se trata de apostar por la muerte”. “Aznar se ha ido, o mejor, lo hemos echado entre todos –añadía, entre aplausos--, pero seguimos estando en la OTAN al igual que las bases siguen estando en nuestra tierra. Exigimos al gobierno andaluz que pida al gobierno central el desmantelamiento de las bases de Rota y de Morón que son hoy un puro anacronismo”. No hubo incidentes, no hubo palos, no tuvieron los maderos que ponerse el casco negro para darle dureza al orden y estopa a los melenudos. La gente soltó la adrenalina por la boca pero no volaron piedras, ni hubo enmascarados, ni cayeron las endebles vallas. Eso sí, lo que no había pasado ni con el PP, pasó con el PSOE: la policía no permitió el paso a los compañeros de la prensa gráfica cuando representantes de la plataforma entregaron el comunicado a la entrada de la base, frente a las garitas con pistola. La gente empezó a gritar “libertad de prensa” y “matadnos como a José Cousso”. Los comisarios tenían sus órdenes y los periodistas molestaban como avispas a los de arriba, que ahora son otros pero no se notaba mucho. “Cincuenta años bastan”, recordaba alguien. Pero el mundo está difícil para mover y Zapatero quedaba como desertor entre la multitud que quiere todas las utopías. En los autocares, luego, sonaba La Internacional con flauta dulce. N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición. |