Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

  28 de junio de 2004

EL PUERTO

75º ANIVERSARIO DEL VAPORCITO
75 años de sueños marineros


EL PUERTO.- Era igual que en aquellos días del Trofeo Carranza, allá por los 70, esa gloria dorada de Cádiz que querían enseguida los brasileños y los hiperbóreos; aquel día en que el vaporcito se llenaba de personalidades, héroes, cantaores, y cruzaba la Bahía como un trono que llevaran los delfines, escoltado por los veleros hasta Cádiz, talmente el pasodoble de Paco Alba, sonando a música para entrar en un templo. Volvía ayer a navegar el vaporcito seguido de barcos como novias, saludándose con bocinas, bailándole alrededor, porque se cumplían 75 años de la llegada de aquel Adriano I que sería ya la paloma de la Bahía, el pañuelo blanco que le haría de bandera, aquel barco que trajeron indianos, norteños, gallegos aventureros, para llevar a la gente de El Puerto a Cádiz, de Cádiz a El Puerto, como sobre una tranquila lámina de plata. El vapor que nunca fue de vapor, que daba las horas con la bocina, que tenía un motor que marcaba compás de tanguillo, aquel vapor o sus hijos que vinieron después, el Adriano II y el Adriano III, que era el que ayer, guapo de banderas, engalanado como las reolinas que ya no se ven, barquito con aire de carrillo de caramelos, paseaba por el mar en calma, piropeado de lejos por las ciudades de la Bahía, amaneciendo delante de sus viejas murallas y rompeolas.


Andrés Fernández, continuador de la saga mítica del vaporcito, que es como una genealogía de Templarios de la mar, siempre quiso que el aniversario fuera así, el saludo transparente de toda la Bahía a lo que ya es más que un medio de transporte, más que una barandilla para románticos y paisajistas, es ya un icono como el levantazo, es un acento que le ha quedado a la tierra, la respiración misma de la Bahía. “Un día precioso, esto es como lo que inspiró a Paco Alba”, dice Andrés, al que no se le quita un timbre de melancolía en la voz, seguramente porque sabe muy bien que ya no van en el vapor las planchadoras y los soldados, ni siquiera los gitanitos que no querían coger por el Puente Carranza, que eso en el aire se tenía que caer; porque sabe que ahora hay que sobrevivir con excursiones de alemanes y la gente prefiere los atascos a la brisa, la gravedad zafia del cemento a ese arrullo que hace la mar con sus arpas submarinas.

De El Puerto al Espigón de Poniente, al Club Náutico de Cádiz, al muelle que era la casa de siempre, al Centro Náutico Elcano, haciendo lazos por el mar, siguiendo la silueta de un abrazo, hasta la Costa Oeste y Puerto Sherry, donde los veleros parecían rendir armas con los mástiles. 64 embarcaciones lo seguían, pesqueros, yatecitos, lanchas con una sombrilla, windsurfistas, motos de agua, barquitos de vela con niñas en la proa, con capitanes con gorra, con marinos de diferente calado y barriga, entre el gaditanismo más puro y un pijerío un tanto californiano, cortejo de todos los clubes náuticos de la zona que le iban rindiendo su homenaje como a un padre bueno o a un príncipe que salió del pueblo mismo, el pueblo que se ha embarcado todo, como en Amarcord de Fellini, para ver la silueta misma de la magia sobre el mar, pues el mar es la metáfora de la eternidad y los barcos son siempre el tiempo que pasa, la vida que cruza. En el Adriano III, políticos, invitados, funcionarios, enseñan una botella de fino por la borda, sirven camareros con pajarita y dos actores con trajes de época, con pinta de daguerrotipistas, hacen del abuelo y el tío abuelo de Andrés, los que llegaron con el Adriano I, y cuentan la historia y la leyenda del vaporcito como si contaran un largo cuento de amor y sal.

Pero llega un tiempo en que las celebraciones quizá tienen algo siempre de velatorio, y el vapor de El Puerto, aun siendo ya bien de interés cultural, tiene difícil su supervivencia. En la era de los cronómetros, la Bahía será cruzada pronto por catamaranes o algo así, acero urgente, vértigo con todo el paisaje en una botella. Andrés Fernández sólo espera que no se olviden de ellos, de la familia que le dio a la Bahía un motorcito que le ha hecho de corazón blanco 75 años. “Queremos que nos tengan en cuenta con el nuevo sistema que quieren implantar en la Bahía de barcos rápidos y modernos –pide Andrés--, por la experiencia y el cariño que nos tienen, que nos podamos acoplar...”. A Andrés le parecería triste que acabaran por ejemplo unos daneses haciendo la travesía mágica de El Puerto a Cádiz, que un barco danés no da para un pasodoble de ninguna manera.


En Puerto Sherry, bosque de mástiles, hotel para yates con cocodrilo, se dan trofeos, recuerdos, se sirve gazpacho y comida marinera. Han venido Javier Rubial, Paco Cepero, Modesto Barragán y otras almas en las que el vaporcito atracó para siempre. Suena el pasodoble aquél de Paco Alba: “¡
Ay! Vaporcito del Puerto / cuando en ti me embarco, cuando en ti navego / me contagian los recuerdos de tus viejos sueños, sueños marineros”. Y vienen del mar cercano, del mar amigo, hondos coros y quizá lánguidos adioses.

N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.

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