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Crónicas
y otros atrevimientos |
28 de junio de 2004 75º ANIVERSARIO DEL VAPORCITO Andrés Fernández, continuador de la saga mítica del vaporcito, que es como una genealogía de Templarios de la mar, siempre quiso que el aniversario fuera así, el saludo transparente de toda la Bahía a lo que ya es más que un medio de transporte, más que una barandilla para románticos y paisajistas, es ya un icono como el levantazo, es un acento que le ha quedado a la tierra, la respiración misma de la Bahía. “Un día precioso, esto es como lo que inspiró a Paco Alba”, dice Andrés, al que no se le quita un timbre de melancolía en la voz, seguramente porque sabe muy bien que ya no van en el vapor las planchadoras y los soldados, ni siquiera los gitanitos que no querían coger por el Puente Carranza, que eso en el aire se tenía que caer; porque sabe que ahora hay que sobrevivir con excursiones de alemanes y la gente prefiere los atascos a la brisa, la gravedad zafia del cemento a ese arrullo que hace la mar con sus arpas submarinas. De El Puerto al Espigón de Poniente, al Club Náutico de Cádiz, al muelle que era la casa de siempre, al Centro Náutico Elcano, haciendo lazos por el mar, siguiendo la silueta de un abrazo, hasta la Costa Oeste y Puerto Sherry, donde los veleros parecían rendir armas con los mástiles. 64 embarcaciones lo seguían, pesqueros, yatecitos, lanchas con una sombrilla, windsurfistas, motos de agua, barquitos de vela con niñas en la proa, con capitanes con gorra, con marinos de diferente calado y barriga, entre el gaditanismo más puro y un pijerío un tanto californiano, cortejo de todos los clubes náuticos de la zona que le iban rindiendo su homenaje como a un padre bueno o a un príncipe que salió del pueblo mismo, el pueblo que se ha embarcado todo, como en Amarcord de Fellini, para ver la silueta misma de la magia sobre el mar, pues el mar es la metáfora de la eternidad y los barcos son siempre el tiempo que pasa, la vida que cruza. En el Adriano III, políticos, invitados, funcionarios, enseñan una botella de fino por la borda, sirven camareros con pajarita y dos actores con trajes de época, con pinta de daguerrotipistas, hacen del abuelo y el tío abuelo de Andrés, los que llegaron con el Adriano I, y cuentan la historia y la leyenda del vaporcito como si contaran un largo cuento de amor y sal. Pero llega un
tiempo en que las celebraciones quizá tienen algo siempre de
velatorio, y el vapor de El Puerto, aun siendo ya bien de
interés
cultural, tiene difícil su supervivencia. En la era de los
cronómetros, la Bahía será cruzada pronto por
catamaranes o algo así, acero urgente, vértigo con todo
el paisaje en una botella. Andrés Fernández sólo
espera que no se olviden de ellos, de la familia que le dio a la
Bahía un motorcito que le ha hecho de corazón blanco 75
años. “Queremos que nos tengan en cuenta con el nuevo
sistema que quieren implantar en la Bahía de barcos
rápidos
y modernos –pide Andrés--, por la experiencia y el cariño
que nos tienen, que nos podamos acoplar...”. A Andrés le
parecería triste que acabaran por ejemplo unos daneses
haciendo la travesía mágica de El Puerto a Cádiz,
que un barco danés no da para un pasodoble de ninguna manera. En Puerto Sherry, bosque de mástiles, hotel para yates con cocodrilo, se dan trofeos, recuerdos, se sirve gazpacho y comida marinera. Han venido Javier Rubial, Paco Cepero, Modesto Barragán y otras almas en las que el vaporcito atracó para siempre. Suena el pasodoble aquél de Paco Alba: “¡Ay! Vaporcito del Puerto / cuando en ti me embarco, cuando en ti navego / me contagian los recuerdos de tus viejos sueños, sueños marineros”. Y vienen del mar cercano, del mar amigo, hondos coros y quizá lánguidos adioses. N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición. |