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5 de noviembre de 2005 Inauguración del Tablao del
Bereber
JEREZ.- El flamenco es un idilio con las tripas, es un apuñalamiento con los ojos, es una cavazón con la garganta. El flamenco requiere su sitio de misterio como una eucaristía o un aquelarre, pero ese sitio lo pueden dar un fogón o un palacio, porque se invoca con las manos en el momento, y es lo que tiene de hechizo y de tormenta. El flamenco fue un ritual doméstico, casi íntimo, hasta que a mediados del XIX pasó a los tablaos de los cafés cantantes. Se hizo espectáculo, mataba con ojos negros a los aristócratas, empezó a llamar a los payos hacia su hondura, se enriqueció en la diferencia o en la competición. El flamenco ha pasado muchas etapas, de esa primera edad de oro a una contaminación con las varietés, de la pureza a la flojera del flamenquito fusión, popero o chillout que se ha puesto de moda como alguna clase de yogur. Pero aún queda ese corazón con calidad de cepa vieja que no deja de crujir y de quejarse. Gran parte de este corazón del flamenco sigue en Jerez, que hizo catedrales gitanas entre Santiago y San Miguel y dejó en perfiles de moneda, del Tío Luis a José Mercé, todo el bronce de la tierra. Y era en Jerez donde, el jueves, con la noche como una piedra redonda encima, se recuperaba esa tradición del tablao de café cantante, con José Mercé arrugándose la camisa o el alma bajo la sombra de alfanjes como cuartos menguantes. Los tablaos de Jerez eran los de las peñas, que es un concepto diferente, la extensión purísima y sentimental del patio, de la hoguera primordial y familiar del flamenco, con patriarcas acodados, con vino baudeleriano, con el tablao visitado igual que una cocina mágica. El Tablao del Bereber que comenzaba el jueves a lo grande quiere ser más o quiere ser otra cosa. “Un sitio como éste, y con lo que va a haber aquí dentro, creo que no hay en Andalucía –dice Antonio Sánchez Mejías, uno de sus responsables--. Queremos hacer un espectáculo para todo aquel que le guste el flamenco. Va a haber un cuadro fijo cada noche y además un figura de renombre”. “En Jerez, siendo la cuna del cante, no hay un sitio donde puedan venir ya no sólo los entendidos, sino también otros aficionados o turistas, a escuchar un flamenco bueno –explica su director artístico, Rafael Argarrado--. Y la prueba es que hoy [por el jueves] viene José Mercé y mañana y pasado [por el viernes y el sábado] viene Aurora Vargas, y luego Diego Carrasco y Paca y Manuela, las sobrinas de la Paquera”. “Lo que ocurre con el flamenco en Jerez –continúa-- es que aquí todo el mundo canta y baila, y en cualquier bar se monta una fiesta, pero no contamos con la gente de fuera que viene a Jerez, por ejemplo un día entre semana, y quiere escuchar flamenco”. El Tablao del Bereber es un palacio del siglo XVI remodelado que a veces tiene algo de iglesia, algo de jaima, algo de vaso griego, algo de jardín persa, según las estancias, los patios y las diversas barras. Allí, el flamenco se cruza con una discoteca y se saludan como continentes. El tablao propiamente dicho está pensado para poco público, cien personas, que cenarán y verán el espectáculo escoltados desde las paredes por las narices, rodetes y revuelos parados de unos mosaicos con las caras de cantaores como aguadores y cantaoras como dolorosas: La Paquera, Manolo Caracol, Antonio Chacón... El tablao tiene mantones colgando, tiene huecos orientales, tiene morenas asomadizas por detrás de damasquinados y, cuando se apagan las luces, tiene un clima de barco o de alcoba donde el flamenco parece que llega como un farol. La noche de la inauguración llevó al tablao un público curioso y con diferentes grados de notoriedades en sus finuras, como entre ayuntamiento y corrida de toros, en el que destacaba sobre todo Pedro Pacheco como un tótem de todo Jerez. Pedro Pacheco estaba como entacado o estrecho dentro de su traje, como si éste se le hubiera achicado con el cargo. La gente le seguía llamando “el alcalde” en las conversaciones de la cena y él ordenaba fotos a los reporteros gráficos como el que sigue mandando en todo. Estaba pues Pacheco, en el mejor sitio, justo enfrente del tablao, más gente del PSA y también la parte del PSOE que apoya al PSA, que en Jerez algunos guasones llaman el “PSOE malo”. Y luego magistrados, jueces decanos, abogados, financieros de banco, flamencólogos con pañuelito blanco, bailaoras y la canalla de la prensa, cenando en una promiscuidad entremetida y abrazadiza, hablando de negocios, pregoneros, maldades o antiguos ensayos de la compañía. Durante la cena, alguien propuso un brindis por “un duende que se llama Pedro Pacheco” que fue acogido como un toro medio malo o medio bueno en la plaza. El espectáculo dejó el buen hacer de un cuadro flamenco muy joven y de la tierra, con cante suave o desgarrado, con bailaoras raciales, flotantes, guapas, con un bailaor largo como un paragüero al que le venían caras o lanzadas de cristo. Mientras, José Mercé fumaba mucho en su mesa un humo que luego le saldría por la melena y por los ojos. José Mercé no defraudó. Se le pudo ver en el flamenco que no hace o no le dejan hacer en sus discos: una soleá y una seguiriya sentidas, dolorosas y bien reguladas, y alegrías y bulerías más facilonas pero intensas y desplantadas. José Mercé siente todo su cante a través de agujas o de dientes, se pellizca y se mueve como si le hirviera una sábana dentro y debe de ser verdad porque él acabó igual que una sábana mojada. A la guitarra, Moraíto tocaba como un mosquetero recién despertado que ensarta pañuelos en el aire. El comienzo del Tablao del Bereber fue prometedor, aunque algún aficionado comentó que veía un “ambiente poco flamenco, demasiado finolis”. Pero las gargantas desnudas, arriba, ganaban a las corbatas y al roneo de abajo. Ha vuelto a Jerez el tablao de café cantante. Algunos por ahí ya se pudrieron ente cuplés y falsos gitanitos, por complacer a los guiris que sólo miraban los muslos. Que no pase con éste, y que en Jerez todos puedan ver buen flamenco, aun vigilados por camareros de guantes blancos. N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición. |