Luis M. Fuentes
SEPTIEMBRE 1998
Aborto y ética 26/09/98 | La boda de un amigo 12/09/98 |
El PA y los derechos fundamentales 19/09/98 | Fervor mariano 5/09/98 |
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Aborto y ética.
"La única libertad que merece ese hombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás"
John Stuart Mill, Sobre la libertad
Como dice Fernando Savater, lo que nos impide poder discernir sin dificultad si una persona es "buena" o "mala" es que, a diferencia de lo que ocurre con otras cosas, como los coches o los hoteles, no tenemos ni puñetera idea de para qué sirve el hombre. Nuestra funcionalidad no es más que nuestra propia existencia, y las reglas morales que nos hemos fabricado, reglas que han acabado endiosándose por una mezcla extraña de inercia social y de misticismo, no son más que un armazón artificial para que sea posible la convivencia, para que no estemos todo el santo día a mamporros con el vecino. Pero no quiero caer en esa especie de alegría cósmica que es el "relativismo absoluto". Yo creo en la reflexión ética, creo que nuestra moral debe surgir de ahí, y creo que eso sirve para que vivamos todos mejor.
El problema ético del aborto es complejo, y por eso lo que más me fastidia es la facilidad con la que se automatizan y se simplifican las opiniones, y la inmediatez con la que algunos sectores no sólo lo han solucionado de un plumazo, sino que, además, han llegado a creerse con el derecho a imponer a los demás su opinión. Los antiabortistas no se manifiestan para que el mundo sepa que ellas/os no abortarían (si se admite, metafóricamente, que un hombre pueda "abortar"), sino para impedir que las que así lo decidan puedan hacerlo. Hemos visto estos días cómo los curas han bombardeado con sus arengas, han embestido con todo su aparato de propaganda y sus influencias, intentando presionar a la opinión pública y los partidos políticos para que se impongan sus concepciones morales incluso a los que no profesamos su religión, y han acabado consiguiéndolo. Esta actitud es ya una aberración antiética que muestra sus modos históricos dictatoriales y absolutistas.
Yo siempre he dicho que, a pesar de que tengo una opinión formada hace tiempo respecto al aborto, no puedo asegurar qué haría yo si fuera mujer y me viese en esa situación tan penosa. Por eso pienso que es la mujer la que debe tener la última palabra. Hay tantos sentimientos inmersos que nadie, absolutamente nadie más, debería decidir por ella. No es una situación ni agradable ni fácil, nadie quiere tener que abortar. El argumento que se da en contra es, básicamente, que un aborto es un asesinato y que la madre no tiene ningún derecho a matar. Esta postura es, cuando menos, discutible, y, en cualquier caso, plantea problemas filosóficos de bastante entidad acerca de la naturaleza humana. Hay muchas opiniones sobre qué define la vida humana y cuándo comienza, y, la verdad, no creo que nadie pueda considerar su definición como absoluta. Es más, la mayoría de las veces, estas definiciones se han realizado apelando a criterios religiosos: el que la vida humana como tal comience con la concepción proviene de la opinión de que es en ese momento en el que "insufla el alma", cosa que, para el que no es animista, es algo que no tiene ningún sentido y, además, no deja de ser una arbitrariedad (igual el "alma" se podría "insuflar" en el momento del nacimiento). Soy de la opinión de que la vida humana es más que ADN humano produciendo proteínas, más que un puñado de células empezando a diferenciarse guiadas por la química ciega del genoma. En palabras de José Gabriel Feres, al ser humano lo define la "reflexión de lo histórico social como memoria personal (...) su medio histórico y social y además, la reflexión y el aporte o no a su propia transformación y a la de su medio", digamos que trascendiendo su naturaleza zoológica. No creo que en diez o doce semanas de gestación se pueda hablar más que de potencia de ser humano, no de ser humano en sí. Yo pongo por encima de las actividades inconscientes de las macromoléculas el problema dramático al que tiene que hacer frente la mujer, que sí es un ser humano, y me decanto por su derecho a decidir en caso necesario, a pesar de lo difícil y lo duro de esta determinación.
Esta es mi opinión, fruto de mi reflexión personal, y totalmente legítima, como me parece que es legítimo el derecho de la mujer a abortar o no. Pero eso que han dicho los curas y lo que gritaban las niñitas de colegios de monjas y los montañeros adoctrinados, eso de "madres asesinas" y "médicos Herodes", no son ni razones ni nada, son escupitajos de púlpito y demagogia de verdulería. Resulta curioso: condenando los métodos anticonceptivos y el aborto, la Iglesia Católica quiere sentenciar a la Humanidad a una muerte segura por superpoblación y miseria. Bonita manera de defender la vida.
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El PA y los derechos fundamentales.
Cada vez me asquea más la política local, cada vez se me atraganta más la zafiedad y la grosería integral de nuestros partidos y sus políticos, sus formas montunas y su nulidad intelectual; sí, cada vez me revienta más que nos gobiernen los más paletos del pueblo, cada vez estoy más harto de que fontaneros, pintores de brocha gorda e incultos sin el graduado escolar se paseen por salones alfombrados administrando favores, dirigiendo destinos, jugando con el dinero y los futuros de los demás. Pero todo esto no deja de ser una anécdota al lado de algunas meteduras de patas que llegan demasiado lejos.
Casualmente, ordenando alguno de los periódicos de las últimas semanas, me topé con una carta que no leí en su tiempo, una carta firmada por el PA (orgulloso, se diría) que me puso los pelos de punta. El PA parece que se está esforzando mucho últimamente por destrozar todos los récords de mal gusto de la política sanluqueña, y aquí lo ha vuelto a demostrar. En esta carta se llegaba tan alto en el insulto a la democracia y a las libertades fundamentales que no pude dejar de pensar que los dirigentes de este partido retozan todavía en un pasado muerto y fangoso, que echan de menos esos tiempos oscuros (más felices para algunos, desde luego) en el que un guardia civil todavía podía acallar de un guantazo a quien chistara o podía requisar bolsas de pescado en Bonanza amenazando con una inspección. A lo que voy: en esta carta increíble, el PA tenía la desfachatez de intentar imponer a un columnista habitual de este medio qué temas debía o no tratar y qué opiniones tenía o no tenía que expresar; en esta carta le conminaban, con un purista estilo policial, a "dar la cara" y a "dejar de esconder sus ideales"; en esta carta se presentaba una queja explícita a este medio de comunicación por dejar que se "dedique semanalmente un artículo a este señor"; en esta carta se le intenta amedrentar declarando públicamente su nombre (como diciendo "sabemos quién eres y dónde vives"); o sea, un cúmulo de barbaridades impensables en cualquier sociedad civilizada y democrática (claro que quién ha dicho que Sanlúcar sea esto). La carta me produjo tal asco que no he podido contenerme y por eso quiero recordarles a los señores del PA y especialmente a Antonio Prats (alias el "Bolsita", pregúntenle por qué), algunas cosas básicas sobre derechos y libertades fundamentales. Señor Prats y la compaña, lean esto, que seguro que no lo han hecho antes:
Declaración Universal de los Derechos del Hombre, aprobada en París la medianoche del 10 de Diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Artículo 19: "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión."
Constitución Española de 1978. Artículo 16.2: "Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias". Artículo 20.1: "Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción (...)".
Se pueden ustedes informar, igualmente, sobre la resolución 59 (I) de la Asamblea General de la ONU, de 14 de diciembre de 1946, en la que se declara que la libertad de información es un derecho humano fundamental, y la resolución 45/76, de 11 de diciembre de 1990, sobre la información al servicio de la humanidad, así como de la resolución 25C/104 de la Conferencia General de la UNESCO de 1989 en la cual se hace principalmente hincapié en la promoción de "la libre circulación de las ideas por medio de la palabra y de la imagen".
Señores del PA, deben saber que una prensa independiente, pluralista y libre es indispensable para el desarrollo y mantenimiento de la democracia en un país, así como para su desarrollo, y que una prensa libre es precisamente una prensa sobre la cual los poderes públicos no ejercen dominio político o económico, como tampoco ningún control sobre sus contenidos e infraestructuras. Si las opiniones expresadas en un medio no están de acuerdo con las suyas, tienen el derecho de discrepar y de aportar su punto de vista, y si las consideran inciertas o calumniosas, pueden seguir el conducto que indica nuestro ordenamiento jurídico, pero jamás, jamás, intentar coartar la libertad de expresión presionando a los particulares y a los medios para impedir que las opiniones contrarias a la suya se divulguen. Eso es fascismo, señor Prats, y nadie aquí le va a consentir eso. Esta actitud en un partido político es vergonzosa, y cualquiera en Sanlúcar que aprecie en algo la democracia debería pensarse dos veces el depositar su confianza en un grupo que es capaz de semejante vileza, un grupo que, además, al publicar aquella carta, ha demostrado una ignorancia soberana sobre leyes fundamentales que debería abochornar a cualquier político decente.
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La boda de un amigo.
Para Mercedes y Juani.
"Para recobrar la juventud no tiene uno más que repetir sus locuras."
Oscar Wilde
Yo, que soy algo así como un soltero vocacional, que, según me dicen, voy pareciendo, cerca ya de la treintena, un poco fuera de lugar sin suegras ni visos de catálogos de muebles de cocina ni pensamientos de dúplex, no puedo dejar de sentir un sobrecogimiento algo cagueta ante las bodas. Pero si, además, se te casa alguien de tu quinta, alguien con el que compartiste tu infancia, entonces te estremeces de otra forma, con una especie de vértigo de pasado o de melancolía súbita, como cuando se encuentran fotos viejas en un cajón. Uno toma conciencia, así, de repente, del tiempo, de la grieta ancha, inabarcable, que separa a esos chiquillos de colegio, ese olor a tiza y ese ronroneo apagado y religioso de lecciones y tablas de multiplicar, de estos dos hombretones que ya en nada se les parecen, que ya se han instalado inequívocamente en la vida de verdad, cada uno a su manera, dos hombretones que ya hace muchos años que apenas se ven. Uno, el Juani, se va a casar, y otro, el Luis, no puede evitar, mientras escribe, una rendición incondicional y algo vergonzante al recuerdo y a la morriña cursi de la infancia.
El otro día me encontré al Juani, encantadoramente ridículo, con un sombrero mejicano y algunas copas, con ese aire entre derrotado y eufórico de todos los que celebran su despedida de soltero. "Que me caso, quillo", me dijo, como un brindis o una renuncia, y me embargó cierta ternura paternal hacia él, una mezcla de culpa por una amistad perdida y de complacencia por esos últimos lazos (los recuerdos, las anécdotas, los años) que no terminan de separarnos, por que todavía sea capaz de darme un abrazo y de invitarme a una copa. Él sabe, como yo, que con las amistades de la infancia pasa como con los primeros amores: se guardan con un cariño especial, con un halo póstumo de lealtad y de candor, no porque fueran los más importantes, sino porque fueron los primeros, los que empezaron a estrenarnos en la vida.
El Juani se casa, parece mentira, con una novia de años, y yo sigo aquí, de rollo en rollo, esperando a la mujer de mi vida, con la que, si aparece, no me casaré. Parece mentira, sí, cuando en el colegio el ligón era él (sólo le ganaba el Valentín), mientras que yo era sistemáticamente ignorado por todas las chiquillas, culpa del terrible estigma de empollón gafotas que me tocó vivir. El Juani se casa, el más chuflón de la pandilla sienta la cabeza y va camino de hombre de familia, de buen padre y de buen esposo, con una prestancia casi bíblica, hay que ver, con lo guasón que siempre ha sido. Cómo le gustaba picarnos a todos, a mí, al Valentín, al Andrés Jesús, al Moi, a todos los que nos juntábamos en mi casa a pegar pelotazos en las paredes del patio, a practicar una especie de esgrima brutal y desconsiderada con las cañas de aquel cañaveral, a trepar por las tapias y a merendar pan con chocolate. Teníamos una pandilla curiosa, es cierto, y es que, en la clase de la señorita Blanca, con la que estuvimos cinco años enteros, de primero a quinto, había de todo, desde el más golfo hasta el más modosito. Ahora, es cierto, pocos de esa clase nos saludamos, hay una especie de vergüenza de pasado compartido o de vidas demasiado diferentes; supongo que es algo inevitable.
El Juani se casa, y podría intentar darle algún consejo, pero no voy a hacerlo (poca doctrina tengo yo, aspirante a crápula irrecuperable, sobre vida marital). Los grandes compromisos, como las grandes hazañas, pertenecen sólo a quienes se atreven a asumirlos, con una valentía que a veces necesita ser algo inhóspita y selvática, como de pionero con el cuchillo en la boca. Sólo quiero desearle suerte, aunque, ya se sabe, la suerte es algo que se desea pero que no depende de uno. Suerte y valor, chaval. En menudo embrollo te has metido, cabronazo.
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Fervor mariano.
Un factor muy importante de la religiosidad popular es la conciencia etnocentrista, la expresión religiosa como manera de identificar al grupo y de mantenerlo unido. La religión popular se adopta como un traje folclórico o una comida típica, como algo unido al atrezzo de la región o el país. Sin embargo, no es en este aspecto en el que quiero centrar mi crítica. Voy a empezar por una crítica general sobre lo que significa la religiosidad popular (independientemente del entorno sociocultural), para luego centrarme en las manifestaciones marianas que son tan populares por aquí.
Creo, como Hume, que la religiosidad popular se distingue claramente de otra que podríamos llamar teológica. La religiosidad teológica se sustenta sobre un armazón metafísico (que es débil, discutible y, según mi opinión, fácilmente rebatible), mientras que la religión popular no lo hace. La religión popular nace de pasiones elementales y algo vulgares, de sentimientos primitivos como el miedo y la esperanza, y va captando las formas y los símbolos algo borrosos que emanan del aparato organizado de la religión (teológica) que impera en su comunidad. Así, por ejemplo, los creyentes de por aquí (capillitas, rocieros y otros) no lo suelen ser porque acepten los argumentos tomistas (rebatidos tantas veces desde Hume o Kant, y más con la nueva lógica), sino por ese empuje visceral mezcla de nacionalismo, miedo y debilidad. La religiosidad popular, es, pues, fundamentalmente irracional e impulsiva.
Los aparatos de las diferentes religiones, que se sustentan al fin y al cabo de la religiosidad popular, han sabido aprovechar muy bien este impulso para incorporar a las masas a su ámbito de influencia. Así, la Iglesia Católica, por ejemplo, ha ido aceptando ritos y manifestaciones de un primitivo paganismo politeísta y antropomórfico (ese politeísmo antropomórfico que ya criticaba Jenófanes en la religión clásica griega), llegando a transigir en la heterodoxia de su forma y fondo. Pero incluso a ellos esto se les va a veces de las manos, como se ve, por ejemplo, en los constantes intentos de la jerarquía católica por reconducir los fenómenos cofrade y romero, máximos representantes de estas reminiscencias paganas, hacia expresiones más teológicamente cristianas (léase p.ej. la carta pastoral del Arzobispo de Sevilla con motivo de la Asamblea Diocesana de Hermandades y Cofradías).
El fervor mariano, y más concretamente el que se cultiva en ciertas romerías como la de El Rocío, merece atención especial. El culto a la Virgen María proviene, como ya he dicho alguna vez, de las tradiciones de las divinidades vírgenes femeninas, como Artemisa, y de las diosas madres, como Isis. Fue exactamente en el Concilio de Éfeso (431 d.C.) donde se produjo la "sustitución" de Artemisa por la Virgen María. Este concilio fue consecuencia de un debate sobre la Encarnación entre dos clérigos, Nestorio y Cirilo, y concluyó con la victoria de este último. Cirilo opinaba que la Virgen María era Madre de Dios, pues sólo había una Persona en Jesús, en contra de lo que decía Nestorio, que María solamente era madre de la Persona humana pero no de la Persona divina. Cirilo ganó entre otras cosas porque sus partidarios llegaron antes y cerraron las puertas a sus detractores. Al final, Nestorio fue condenado por hereje y Cirilo fue santificado. Curioso cómo se forma una teología y cómo las consecuencias de estas anécdotas y arbitrariedades de hace quince siglos pueden explicar que ahora anden por ahí los rocieros orgullosos de sus medallas.
Curioso es igualmente el trasfondo psicológico de la veneración por la Virgen María. Jung, por ejemplo, nos habla sobre los arquetipos que unen los símbolos del inconsciente con lo femenino (pathos, afectividad, pueblo) y los del consciente con lo masculino (logos, orden, jerarquía.). La Virgen María da así el toque "femenino" y "sentimental" a la Iglesia, librándola de cierta fragosidad masculina y opresiva. Otra cosa que choca a los escépticos (y volvemos al antropomorfismo olímpico que citaba antes) es cómo sus devotos rezan la Virgen María como una especie de diosa intercesora o abogada ante su Dios, como si éste, aquejado de dudas humanas, fuera alguien a quien se tuviera que convencer, algo así como cuando Hera hablaba con Zeus sobre el destino de la guerra de Troya. Queda, además, la cuestión de que las devociones marianas están estrictamente circunscritas a una imagen determinada. Los rocieros veneran a su virgen, no a otra, rezan a su virgen, no a otra, tienen fe en su imagen, en esa precisamente, no como representación de esa diosa heredera de Artemisa, sino como una deidad separada, lo que, desde el más ortodoxo catolicismo, sería también una auténtica "herejía".
Como se ve, el culto mariano del tipo rociero consiste en una mezcla de tradiciones politeístas paganas primitivas y de religiosidad cerril totalmente irracional, una religiosidad más afectada que real que, además, no tiene más rasgos de cristianismo que el de los nombres de los ídolos, una religiosidad que, para colmo, puede llegar a justificar conductas antiéticas y hasta violentas.