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5 de diciembre de 2004
Davis cañí. El tenis, ese deporte evolucionado a partir del tejido de punto, hecho espectáculo, protocolo, patriotismo y andamiaje. La Copa Davis llegó a Sevilla, donde todo evento se recibe con exceso y con complejo. Parece que aquí no puede hacerse nada sin que se se caiga un tabique y por eso cuando se monta una grada que se sostiene es un logro de la Autonomía y una nave espacial que nos hace por fin modernos y capaces. “Andalucía será más conocida en el mundo gracias a la proyección del evento”, decían en Canal Sur. Pero la proyección se queda en el cuadrado que sale en la tele, y la imagen de Monteseirín sacando una bola de la Ensaladera como una chica del Telecupón que no se depiló le dirá poco al ancho mundo. Quizá por eso hicieron desfilar a los recogepelotas como a novilleros, al son de la banda municipal tocando España cañí, ole, que eso sí que lo dice todo de nosotros. ¿Es que venía Mr. Marshall en el equipo de Estados Unidos? No, es que el evento se había planeado como un tablao, que es lo que hacemos nosotros cada vez que vienen guiris. El catetismo con cubiertas tubulares es un catetismo repensado, y por eso, más ridículo. Para que no quedara duda de en qué tierra sagrada corrían las bolas, la grada estaba llena de prebostillos, consejeros, burócratas con bufanda, aristocracia de alcaldía, toda la fauna que va de gorra. De las 27.000 localidades, la gente de la calle sólo pudo comprar unas 2.000. Lo demás era un palco de Semana Santa. El record de asistencia era un record de enchufados, que en eso no nos gana nadie. “Este es un país de terratenientes, señoritos y mangantes”, resumía un chaval en el programa Los reporteros. Mientras, los locutores no dejaban de repetirnos lo de Estadio Olímpico, quizá porque el mundo ignora que aquí no hubo nunca olimpiadas y que los saltos de pértiga sólo ocurrieron en el Ayuntamiento. Antes y después de la retransmisión, por supuesto, la inevitable secuencia de coches de caballos, feria, gitanas puretonas, nazarenos, flamenquito y abanicos que parecían guitarras o al revés. Todo muy typical, hasta el obrero que se cayó y se rompió una pierna, para no desmerecer nuestra tradición de albañiles desnucados. En la pista, el joven Nadal era el Jabato, y hasta puede que ganemos (cuando escribo, aún pelea la pareja de dobles con unos gemelos telepáticos). Entonces, pondrán un monumento en la Plaza de España. Pero en los planos que ofrecía la tele el viernes, por detrás de los jugadores aparecía algo extraño, un cable flotando, un hilo temblón. Ya se dejó alguien por ahí, ea, el cordel de tender.
Salvad a la infancia. Las administraciones espantadas y las televisiones de la basura han acordado quitar la grosería del horario infantil y que sólo aparezca el barco pirata de Playmobil como única maldad. Uno sigue pensando que la Logse hace más daño que Aquí hay tomate, pero la moda del enemigo catódico les lleva a enfocarse en la tele, que ya no merienda con payasos sino con tipas sin bragas. Sigo el supuesto horario protegido en Canal Sur y veo que en la mañana La banda no idiotiza tanto como los anuncios de juguetes, que van dirigiendo a los niños hacia la moto, a las niñas hacia las pulseras rosas, y a todos a la vida de una Barbie con tarjeta de crédito. Por la tarde, el inacabable Juan y Medio, con la calentura de los jubilados, con los chiquillos que imitan Cristos o que le preguntan por los novios a Carmen Sevilla, con tarados cuya afición es rezar el rosario por las calles, eso es totalmente inocuo, ya ven. Shin Chan tampoco es mal modelo, enseñando cómo levantar la falda a las niñas. Pero los críos sobreviven a todo, que en eso consiste la infancia, y si no, ya había sociópatas, analfabetos y maleantes antes de que la televisión se encargara de formarlos. En lo de María Teresa Campos, una andaluza suplica ayuda contra el acoso y las amenazas que sufre su hija por parte unos compañeros de colegio, y nadie hace pactos contra eso, por mucho que lo advierta el cura Chamizo, al que Joaquín Petit le hace una de sus entrevistas con saxofón. Con poner pitidos en los tacos, ya hemos salvado a la infancia. Bendita inocencia o bendita estulticia. |