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19 de diciembre de 2004
Bisbal/El Sevilla. David Bisbal, esa burbuja de cantante, esa Doris Day tan hombre, se me aparece por todas las televisiones sin repetir camisa, dando sus besos con voltereta. Lo vemos en el cesto de cerezas de Julia Otero, esa mujer que parece que hace las entrevistas sentada en las rodillas del invitado; lo vemos en el maratón de Unicef de Juan y Medio, cogiendo el teléfono con lo más elevado de Andalucía (o sea, Los del Río, Las Carlotas, El Mani, Ismael Beiro...). Todo esto me recuerda que les debo a ustedes una comparativa Bisbal / El Sevilla como iconos de lo andaluz. Bisbal es todo un corazón de azúcar pero representa también el andaluz de playa o de barbacoa, que enamora contra el sol de su pelo, con baladas al atardecer, con los pies metidos en el agua y con mentiras de fandangos, igual a la niña que a la madre, porque también es andaluz madrero. Bisbal se aflamenca y se despechuga, quiere y se deja querer por el público igual que la Pantoja, dice mucho “lo más grande del mundo” y tiene esa querencia vulgar y enternecedora por su tierra que tanto nos define. En realidad es un folclórico con abdominales, y como folclórico, a lo chabacano le dice espontáneo. El Sevilla es todo lo contrario a ese coma diabético rubio y por eso me cae bien. Va de basto, de tener pelusa en el ombligo y de ponerle rimas a los pedos, pero es auténtico como los feos que van de feos y es un macarra que se ha dibujado con intención su caricatura de antihéroe, de estética de lo antiestético y de valentía de cagarse en tó. Es como lo vallecano que pueda tener el andaluz, pero con más gracia. Podría haber sido un personaje de Ivá. Bisbal, ese turroncito, me da vergüenza ajena igual que Las Carlotas. Al ver al Sevilla, lo que me entran son ganas de liarme un porrito con él.
La comanda. Si usted se está muriendo y tiene hambre, la tecnología y el Servicio Andaluz de Salud le dan a elegir inalámbricamente entre cazón en adobo o huevos rellenos. El futuro estará lleno de muertos con última cena y de infectados con el postre a capricho, según la noticia que veo en Canal Sur. El invento en cuestión es sólo una enfermera con un ordenador de bolsillo que le va preguntando a cada enfermo del hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva qué elige del menú. Vamos, anotar la comanda. La comida de hospital siempre ha sido sopa de gato y un glutamato indistinguible, pero Canal Sur lo vendía diciendo que en los hospitales andaluces ya se puede “comer a la carta”. Uno preferiría que se redujeran las listas de espera, que la ecografía llegara antes que el muerto, que los ambulatorios no se cayeran cuando se mojan y que no se pagara a los médicos igual que a limpiabotas, pero lo que nos da la Segunda Modernización es una Game Boy. Muy brillante queda también nuestra sanidad en el programa U-24, de Telecinco, hecho en las urgencias de los hospitales Reina Sofía de Córdoba y Virgen del Rocío de Sevilla. En U-24 se saca la vergüenza del miedo a la muerte y a las jeringas, porque en una camilla todos somos como niños, pero las radiografías quedan como hologramas y la sanidad como una nave espacial conducida por ángeles. Y es verdad que son ángeles esos profesionales, pero sin medios. Lo que no se nos dice es que el 90% de las urgencias son atendidas por residentes en prácticas. El dinero, mejor en jueguecitos de marcianos.
Memoria histórica. María Zambrano lo llamó suicidio histórico, nuestra vieja herida, la guerra que tuvo quizá menos de ideológica que de venganza por un cerdo muerto por el vecino. Tiemblo porque cada vez veo más en las columnas y la televisión alusiones guerracivilistas, porque los partidos se están echando novias de trinchera y los obispos piden cruzadas. Y Paco Lobatón, el violinista de los ataúdes, sigue empeñado en lo que llama recuperación de la memoria histórica, cuando aquí hacen falta siglos para perdonar una ofensa de lindes. Todavía hay mucha gente con ganas de mosquetón. Todavía no hemos madurado lo suficiente, no se equivoquen. Todavía la historia escuece y los muertos andan estos días con poco sueño, animados por la infame guerra de partidos. Lo dice con pena alguien que se considera republicano. Nos queda aún una generación para que la desmemoria no sea lo mismo que el olvido. |