Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

12 de junio de 2005



Estrellas. Carl Sagan contaba que una vez que fue de pequeño a una biblioteca a pedir un libro sobre las estrellas, le endosaron con ternura un volumen con las vidas, tabaquismos y sonrisas de Clark Gable o Rita Hayworth. Si Carl Sagan hubiera nacido en Andalucía, en el libro se hubiese encontrado a Melody o a Son de sol, lo que entendemos por estrellato aquí. Aquel niño, ya maravillado o mareado por el espacio y las galaxias como por una gran tienda de globos, se dio así cuenta de que el hombre común no atiende a las maravillas de la ciencia que a él le hacían cosquillas, y que a la gente los planetas le parecen sombreros volados y los soles, gasolineras demasiado lejos. El otro día, también Mar Arteaga nos ilustraba con su idea de la ciencia, que se resume en que las estrellas son una tela para forrar un gorro de cucurucho. Mar Arteaga es la locutora que anuncia de pie las noticias del mediodía de Canal Sur, como si después de su introducción viniera un equilibrista. Y he aquí que en sus paseos le dio por mencionar unas conferencias en Almería donde varios científicos, entre ellos dos premios Nobel de física, iban a disertar por lo visto sobre... astrología. Sí, todos esos señores tan sabios y minuciosos, esas grandes cabezas con todo el Universo hirviendo dentro, resulta que iban a leerte el horóscopo y a contarte que Libra tiene que tener cuidado porque le acechan problemas de espalda. Por supuesto que no era así, y es que ella se refería a la astronomía, esa respetable ciencia de lo alto, pero dijo astrología, tan tranquila, quizá porque es lo que se encuentra ella cuando se pone mechas. Ahora que parece que una de las productoras pata negra está preparando un programa de divulgación científica, y ya que Carl Sagan nos dejó, uno propone a Mar Arteaga para presentarlo, que con ese nivel seguro que conecta hasta con la audiencia de Los Morancos. De la astrología a la astronomía hay que saltar toda la distancia del analfabetismo, pero eso es demasiado para Canal Sur. Mar Arteaga, antes de salir de casa, mira cómo giran los agujeros negros para saber si ese día encontrará novio o le tocarán los cupones.


Dos chistosos. Le quiso hacer una entrevista como quitarle el bigote, que es detrás de donde aparece ese lado tierno que tienen los gigantes. Julia Otero sigue haciendo esa reflexoterapia de su programa y el otro día nos sacaba a Juan y Medio, demasiado largo para la silla, demasiado solo sin barullo alrededor, demasiado serio y uno diría que hasta demasiado conciso cuando no tiene que llenar horas enteras con los problemas de próstata o de flato de sus invitados mayores o pequeños. Quisieron el azar o una muy pensada maldad que lo pusieran nada menos que junto a Alfonso Guerra, con lo que quedaban dos chistosos de diferente época y escuela que coinciden en el arte de manejar primeras filas de jubilados y rescatados de la siesta, el desencanto y los autobuses. A pesar de las preguntas de depiladora de Julia Otero, nos quedó claro que, en el caso de Juan y Medio, se puede ser buena gente a la vez que se idiotiza intensivamente a toda una región; y en el caso de Guerra, que éste se ha aparcado en una sabiduría, distancia o torerismo en que sólo algunos tics poniéndose con el dedo el bigote de Aznar nos recordaban a aquel monstruo del discurso y de los motes que fue. La Otero les preguntó si los andaluces son de verdad tan graciosos, qué original. Guerra lo sigue siendo, más suavemente. Afirmó que basta sentarse a tomar un café con alguien para que desaparezcan la mitad de las diferencias. Que se lo digan a su hermano Juan. Eso es gracia andaluza, que por aquí se dice dejarse caer.


Otra gala. El día que se estropee la fotocopiadora de hacer galas en Canal Sur, será como el día en que se resfríen a la vez Juan y Medio y Rafael Cremades: tendrán que poner la carta de ajuste. Otra gala, esta vez una propaganda de Isla Mágica, publicidad nada encubierta y uno diría que hasta sospechosa. Pues ya se pueden imaginar: Son de sol y todas las gradaciones del flamenquito y la vulgaridad de las otras decenas de galas exactamente iguales. Que cambien ya el aceite de la fritanga, hombre, al menos.



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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