Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

19 de junio de 2005



Monseñor. Carlos Amigo construía parábolas delante de Jesús Quintero y en el programa más velazqueño de la televisión, el programa de los famosos recién despertados y de los enanos toreros, de los frikis, flamenquitos, pitonisos y loteros, el que hacía de raro hace poco era ese católico sonriente, ese católico que tira a budista, ese papable al que la Capilla Sixtina le causaba el mal de los rascacielos, el síndrome de Stendhal o el acojone del banderillero. Los príncipes de la Iglesia ahora se dividen en autobuseros y tranquilos, en cabreados y musicales, y Amigo forma parte de la segunda categoría y a veces se parece a Anthony Quinn en aquella película de un papa muy bueno o un papa muy loco, en cualquier caso un papa imposible. No tiene reparos este cronista comecuras en reconocer que le admira el buen talante y el comedimiento de Amigo. Con Quintero poniendo el capote del matrimonio homosexual, ante el que otros hubieran sacado enseguida la parrilla de tostar pecadores, Amigo sólo dijo lo evidente, lo tautológico o lo sabio: que la doctrina de la Iglesia Católica es que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. La doctrina de la Iglesia, no la Verdad, ni la Ley Natural, ni siquiera lo decente. Y ya está, ahí se paró, poniendo cara de bueno o de malo, ahí lo dejó flotando, sin sacar hogueras ni el crucifijo de dar en la cabeza. Al obispo de Granada se le ve venir y por eso lía bocadillos con pancartas, pero Amigo sólo enseñaba sonrisa, bondad y templanza, y por eso no me termina de cuadrar su apoyo a esta manifa, aunque sea sin su presencia. Claro que lo mismo en aquella entrevista Quintero lo hipnotizó, o le cogió a monseñor un momento tonto que hasta engañó a los luciferinos como yo. Ya sabemos que hay gente buena y mala, tolerante y fanática, detrás de los nombres de todos los dioses o de ninguno, y a mí me causó impacto y admiración el monseñor Amigo que vi con Quintero, que a lo mejor tengo que ir a confesarme por esto a algún confesionario de ateos que haya por ahí. Tiene razón José Antonio Gómez Marín cuando en su columna del viernes y en el debate de María Teresa Campos hacía notar que una Iglesia que no ha salido a la calle ni contra la guerra de Irak, ni contra el maltrato a la mujer, ni contra el hambre en el mundo, pero sale ahora cuando le tocan el modelo portalito de Belén, está enseñando su regla torcida y se está afeando el traje. La manifa puso en la calle no sólo una parte muy particular de España, sino que uno diría que hasta sólo una parte muy particular del catolicismo. La felicidad y la libertad de otros, ¿en qué les ofende o perjudica? Quizá me lo tendrá que explicar monseñor Amigo, que ya me apetece hasta un cafelito con él. Que me lo explique, porque lo de ayer sólo me dejaba pasmo y tristeza.


Musho Betis. Con monseñor Amigo posó Lopera, con el Gran Poder que parecía un lateral izquierdo, con la basílica entre stádium y floristería. Con las noticias de Lopera se sonríen los presentadores de televisión y se le levanta la ceja al agudísimo Carlos Boyero, cosa que luego queda reflejada en su columna como un guadañazo. Lopera es una mascota de lo sevillí, de lo futbolístico-castizo, de lo marujo, y la gente de por ahí quiere que gane el Betis mayormente para ver a Lopera santificando a Joaquín, rezándole al cesped, sacando a un Cristo a bailar sevillanas, arrodillándose ante una Vírgen enfermera y esa mezclas de capillismo y álbum de cromos que hace él de su equipo. Del gran triunfo europeo y nacional del beticismo, que es otro currismo como bien suele decir Don Antonio Burgos, luego lo que queda es la imagen de Lopera vendiendo pescado en el balcón del Ayuntamiento, besando una estampita, coronándose de un Espíritu Santo a rayas y llorando como en una jura de bandera de un hijo. Del fútbol andaluz se enteran fuera de este folclore y de que se odia mucha gente subida a su escudo como el jefe de Astérix, ya sea en el mismo Sevilla, de allí a Málaga o de Jerez a Cádiz. Pasé por Nervión el día de la final y los sevillistas se notaban por una mezcla de asfixia y kárate en el gesto. Aquí se odian los equipos como también se odian los pasos de palio, y es lo que más distrae del fútbol y lo que anima la sección de deportes de los informativos cuando ya sólo quedan los fichajes caribeños y algunos tobillos torcidos.



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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