Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

15 de enero de 2006



Filosofía folclórica. Fue como hacer un programa de dos gatos mirándose. Jesús Quintero y Rocío Jurado, plano y contraplano, y en medio, lo que querían que fuera la inmensidad de un pellizco, y que a lo mejor sólo era un tocador de folclórica con humificador. Rocío Jurado ha vuelto resucitada o budista y Televisión Española, que está retomando la revista y las folclóricas, le ha abierto sus palacios dedicándole dos especiales en menos de un mes, unos especiales que parecían de Curro Jiménez, por lo retrospectivo, por lo antiguo, por lo ternurible y por lo extemporáneo. Quintero y la Jurado, como con un infernillo entre los dos, nos traían la filosofía que tienen las folclóricas por la mañana y unos recuerdos de vieja trapecista en un ambiente intoxicado por el tópico, ese ambiente como de fumadero de lo andaluz que buscaban uniendo precisamente a dos andaluces de sus propias entretelas. “Grande, grande” y “canta, coño”, le decía Quintero, que aquel día me recordaba a Lauren Postigo a cámara lenta, mientras Rocío Jurado se preguntaba para qué la pusieron en el mundo y otras cuestiones de la teología tonadillera, que incluyen como sabemos la teoría del arte igual que una teoría del moño y los misterios de la vida sacados del neceser. Bien los caló Buenafuente, que les dedicó una parodia gloriosa, precisamente porque supo captar la esencia de la entrevista y no se quedó en imitar gestos. “¿Cómo hacía la coplilla?”, preguntaba Buenafuente, que estaba entre Quintero y un moro de las Ramblas, y la actriz que hacía de la chipionera miraba hacia arriba y, emocionada, conteniéndose las lágrimas con un dedo, cantaba al estilo Manuel Alejandro (si eso es posible): “Las manos hacia arriba, las manos hacia abajo, como los gorilas...”, o “cocouaua, cocouaua, coco, cocouá”. Pretensión de ternurismo, ampulosidad y trascendencia a partir de canciones tontas. Ahí está toda la filosofía de folclórica, entre el ridículo y la radionovela.


Operación subvención. La publicidad nos retrata, está ahí todo lo que somos queriendo coches, tipitos, hipotecas e ir bien de vientre. Los anuncios tienen su destinatario específico, su target que dicen, hacia cuyas debilidades o hedonismos enfocan los publicitarios su ingenio y sus herramientas de zahorí. Lo que resulta chocante es un target autonómico, algo así como publicidad idiosincrásica. Y no me refiero a los anuncios de supermercados por sevillanas, que eso es sólo tipismo. No, es algo más serio y triste. Los anuncios de Bancaja suelen estar muy bien hechos y no parecen de una caja de ahorros sino de Médicos sin fronteras. El último nos saca un bar, donde la gente atiende expectante a las tribulaciones de unos supuestos triunfitos en la tele, mientras en una mesa una joven está ensimismada en unos apuntes. “Está bien apoyar a futuros cantantes, pero en Bancaja creemos que también es importante hacerlo con futuros empresarios, traductores, abogados”, dice un actor. Claro que esta caja es valenciana. Aquí, hay que venderse de otra forma. Quizá recuerden un anuncio de Caja San Fernando, en el que un agricultor se recostaba en el campo hasta que le llovían del cielo fajos de billetes, fondos de la Unión Europea, todo un melonar de subvenciones. Ante esta manera de ser, de esperar, de hacer, lo del apoyo al esfuerzo, al talento y al riesgo parecería raro y extranjero como un taoísmo. Ya ven lo felices que están algunos aquí de seguir siendo “región objetivo 1” de la UE, para ver llover el dinero sin salir de debajo de la higuera. A la 'Operación subvención' es a lo que atendemos en Andalucía. Y los jóvenes inquietos, todavía tienen la posibilidad de salir en algo de Juan y Medio.


Publicidad sanitaria. Por un momento creí que Inmaculada Casal, esa marujona vergonzante que quiere presentar un programa de cotilleo sin ofender, iba a hacer una publicidad de columnas de hidromasaje, pero el anuncio se refería a la sanidad privada. Acostumbrados a que nos vendan una sanidad pública de solarium, velocidad y eficiencia, quedaba raro en Canal Sur el spot de una clínica de pago. “El hospital privado más avanzado tecnológicamente de España”, que te hace todas las pruebas allí mismo y “en el menor tiempo posible”, nos decía ella. ¿Pero para qué vamos a querer nosotros eso aquí? ¿No tenemos al galáctico SAS, donde no hay ya ni listas de espera? Esto debe de ser lo que llaman publicidad engañosa. Lo del SAS, quiero decir...



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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