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Zapping |
2 de abril de 2006
La vergüenza y la indignación. Más que con los millones en sacas, los helicópteros adornados como jaboneras, los cochazos con discoteca dentro; más que con la liposucción de Marisol Yagüe, las fincas mozárabes, las duchas con hidromasaje, yo me quedo con la imagen de esos caballos de pura raza, que es lo que mejor pega con toda esta dinastía de alcaldes relinchadores que ha sufrido Marbella, esta gente que pretendía ser glamurosa a empujones, creyendo que las caballerizas ya los convertían en lores. No existe nada más vulgar que el dinero que se ve vulgar, y así la indescriptible vergüenza de ver a todo un ayuntamiento como un equipo de futbito de mangantes se une a la ordinariez del rico con el joyón como un faro, el rico con columnatas de billeteras, el rico más hortera aún por ser rico, y así se forma la vergüenza sublimada, la campeona de toda las vergüenzas, la de la ética y la estética agusanadas a la vez, la repugnancia de la venalidad hermanada con la del perifollo, como de gangsters vestidos de rosa. Pero la vergüenza es sólo la cara más leve de este escándalo que íbamos viendo en todas las televisiones como un batacazo nuestro muy repetido, hasta parecer ya varias veces inaugurado, desde los informativos a los programas de basureo. La otra cara, claro, es la indignación. “Qué avispada ha estado la policía, porque quién hubiera dicho que en Marbella había corrupción”, ironizaba el presentador bailón de Aquí hay tomate. Sí, qué avispada. Pero desde que llegó Gil alguien ha dormido mucho, sobre todo la Junta de Andalucía, y por eso quizá parece ahora como sobresaltada. Lo de Marbella no es que haya “sucedido”, sino que se ha “consentido”. A Gil, Muñoz, Yagüe, Roca, García Marcos y otros tamborileros de la segunda fila, se les ha consentido todo esto o yo no me explico cómo se puede tardar tanto en ir a por una bicha tan gorda y tan patosa. Pero la televisión iba más al tormentazo del momento y al catálogo de collares encontrados que a estos porqués. La alcaldesa con su coro rociero no era tan llamativa como el indulto sociata a Gil, la colección de helicópteros como de teteras no era tan importante como aquello de Montaner, que a algunos les suena como recordar Manderley. Sin embargo, eso era lo que salía, mezclando hasta a la Pantoja. Un circo sobre otro circo son ya muchos elefantes que levantar para llegar a la verdad.
¿Edad de Oro? La Costa del Sol quizá se empezó a extranjerizar y a alicatar por Torremolinos, pero fue Alfonso de Hohenlohe, inventándose Marbella como otro se inventó Las Vegas, el que terminaría dándole ese estilo de ponche en cubierta que concentró primero a una jet hecha para posar en las escaleras y luego a estos catetos rebañadores de marisquerías. Marbella ha tenido varias eras o reinados, de una época a lo Nadiuska a esta otra de escayolistas enriquecidos, pero uno no termina de entender o de ver esa presunta Edad de Oro en la que parecen insistir ahora las televisiones. Todo este putrefacto affair marbellí ha provocado que la tele se prodigue en retrospectivas de la zona, en las que se advierte cierta tendencia melancólica a hacer de los bigotazos de Jaime de Mora o de los aires de gaviota ociosa de Gunilla todo un purismo, como si sus fiestorros y electricidades en el pelo o en las gafas constituyeran algo así como una gloria grecorromana. Hasta María Teresa Campos recordaba el viernes en su programa “aquella Marbella maravillosa de los años 60, un lugar paradisíaco...”. Pero fue precisamente en esos años cuando se comenzó a diseñar la Costa del Sol como un mazacote de pináculos aristopijos y un refugio de inglesitos, regatistas, calaveras, condes falsos, con otra gente que buscaba el sol español como a un torero prostituto. Fue esa época la que ya marcó el inevitable futuro de decadencia, como proyectado para ser un balneario de tetas viejas y un criadero de chulos, vedettes y tarambanas. Cuando llegó el gilismo, Marbella ya tenía a todas las farolas muy televisivas, y si sus personajillos no daban todavía para una vergüenza ladrona, sí daban para otra vergüenza de vividores en el masajismo. Yo, con mi relativa poca edad, siempre recuerdo la imagen de Marbella asociada a algo así como una estampa con muchos calígulas. ¿Edad de Oro? Para esa pureza, la costa andaluza tendría que volver a las aldeas de pescadores. somoszapping@ono.com N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición. |