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Somos
Zapping |
11 de junio de 2006
La boca de Dagón. Una reina dormida en su silla, una diosa madre hecha una galleta, la arena como religión, la multitud como un cielo bajo. El gentío ya es un sentimiento, no hacen faltan teologías, exorcistas, candelabros. Ante un volcán o ante una Virgen, la tribu se ve cumplida en su propio tamaño. Según Nietzsche, hay que ser más inflexible con la religión cuanto más pretende acercase a la ciencia, a la razón. Así, la más perversa como alienación humana sería la que se ha querido justificar mediante la filosofía, y la más inocente esa religión de las piedras, de las cuevas, del parto, la superstición purísima, vacía de intelectualidad. Pero yo no sé si es peor la hipocresía o la ignorancia. Lo hemos visto en todas las televisiones, tanta gente que cree sagrado, vivo, proveyente, un ídolo, una parihuela, un corcho, un toldo con palomas o salamandras bordadas. En España, Andalucía representa la tierra del vudú, del tótem, del chamanismo, la isla con plumas que adora los delantales de las estatuas. La Semana Santa hace con ello un ballet, pero el Rocío es todo eso hervido, derramado y como llevado por locos de la calor y del ventazo. Lo que vimos en todos los noticiarios, lo que en Canal Sur llamaban “fervor”, el salto de la reja, el orgasmo comunal, con las caras desencajadas y monstruosas de los almonteños, eso no es más que fanatismo y me ponía la carne de gallina. “Hay quien busca explicación y sentido a lo que aquí sucede; otros lo viven y para ellos con eso sobra”, decía el simplón cronista de La Nuestra. A mí se me ocurren muchas explicaciones, y ninguna me tranquiliza. Fuera, volvían a pensar que Andalucía es un valle salvaje, que todavía no hemos salido de adorar a las cabezas de barro, a la boca abierta de Dagón, y que eso, al fin y al cabo, es otra de nuestras cosas de pobres y de analfabetos. Bendita religión la de esta tierra, qué bien nos retrata.
La paguita. Con expolicías fondones, con amantes de asador, con señoras que se hacen la digna o la coja, con amigotes listillos, con patriarcas rijosos, con toreritos que pasaban, con caraduras de talega, las operaciones Karlos y Halcón han sobrepasado lo criminal para convertirse en un hallazgo del kitsch, algo así como Tamara la mala. Los programas del morbo le han estado dedicando la semana al asunto (hasta con especiales sombríos o forenses como el de Telecinco) porque en Ambiciones, donde tienen como en cunas doradas a tigres, caballos o suegros, María José Campanario amañando por teléfono una paguita para la madre les parece como descubrirla robando en un todo a cien, el colmo de todas las bajezas, que en las que van de señoras todavía produce más regocijo. Pero más que un fraude, o más que un fraude con cortinas de flecos, hay aquí la revelación de todo un universo idiosincrásico. La paguita, esa redención o quiniela o venganza de comer de la olla grande y que te permite retirarte ya a la tasca de por vida, es toda una cultura aquí. Y si además hay una mijita o un mucho de trampa, eso ya te condecora de despabilado y de triunfador en el barrio. Ya sabemos que por la Tacita de Plata los falsos sordos de Astilleros son como héroes náuticos. Karmele Marchante recordaba en uno de esos programas el gran número de fraudes a la Seguridad Social que se dan en Cádiz, la provincia con más paro, pero también, si hacemos caso a las chirigotas, con más alergia a la piocha. Somos pillos como en otros sitios son rubios. Y si además sacan al padre de Jesulín diciendo que lo quieren “afusilar” (sic), nuestra foto queda completa. Todos estos fraudes ya asustaban con sus números sin necesidad de meter a toreras consorte, pero con los añadidos etnográficos o catetos, es mucho más, es ya una pieza de costumbrismo. En las conversaciones pinchadas, todos se llamaban de compadres, como en una comunión.
De profundis. Jesús Quintero ya parece muchas veces que le habla a algún muerto o a algún astronauta, pero esta semana lo hizo de verdad. De tú quiso dirigirse a Rocío Jurado, por recurso estilístico o por hacerse el arcángel. Pero los que hablan con las lápidas a mí me dan grima y pudor. Y ese poner el “tú” para que resaltara más el “yo” me pareció del todo inelegante. Luego, repitió de nuevo aquella entrevista, que ya sabe a frasco. Hay gente a la que le encanta que la vean pasear con los muertos, si son vistosos. somoszapping@ono.com N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición. |