El Mundo Andalucía

Hacia el referéndum del Estatuto de Andalucía
La urna catódica

Luis Miguel Fuentes

26 de enero de 2007

Las intenciones

A la vista, el Estatuto del 81 parecía una hojita de té, y eso que nos inauguraba como pueblo, como heroísmo y como una autonomía con toda la gente subida a una colina. Yo todavía lo tengo en un librito blanquiverde que me dieron en el colegio, añadiendo un corolario o un poema a la Constitución, y aquello me daba la impresión de ser demasiado leve y corto para que cupiésemos todos bien contados y explicados. Aun delgadito y como cortado en versos, ese Estatuto que ahora es un sello viejo no ha llegado sin embargo a desarrollarse ni a cumplirse totalmente, antes de ser liquidado por la moda o por el meneo de los muebles políticos. Allí estaban las aspiraciones de “pleno empleo en todos los sectores de la producción”, del “acceso de todos los andaluces a los niveles educativos y culturales que les permitan su realización personal y social”, de la “constante promoción de una política de superación de los desequilibrios existentes entre los diversos territorios del Estado”, que ahí siguen durando como ensoñación, como farol y como estribillo. Por supuesto, también estaba allí esa deuda histórica que ya entonces era algo así como una cuenta fenicia, y que todavía hoy continúa sin pesarse y sin pagarse (veremos si esto ocurre algún día).

Hemos pasado por varias modernizaciones un poco lateras y un mucho mentirosas, hemos cambiado a los aceituneros por internautas, pero seguimos hablando del mismo zapato que nos falta, aunque ahora con palabras de vértigo y electricidad. Nada menos que desde el 81 nos duran los churretes, y aún tenemos que ver al presidente Chaves, en Los desayunos de la Primera, aventándonos la deuda histórica hacia otro plazo, hacia otro futuro, hacia otra esperanza que llegará como un arco iris. Un periodista con retranca, de ésos a los que Chaves no está acostumbrado porque aquí le ponen a Tom Martín Benítez o a Mar Arteaga a desenrollarle alfombras y a servirle el cuestionario en el carrito de los pasteles, le tenía que repetir la pregunta porque no la había contestado, en realidad lleva 25 años sin contestarla. La última sentencia del Tribunal Constitucional, que ha desmontado toda la estrategia de confrontación que fue su ariete tanto tiempo, ¿va a influir en negociaciones futuras? Y Chaves contestaba igual que podría haberlo hecho en el 81, que eso se va a pagar, que eso está para pagarse, pero sonaba al mismo dinero mojado, enterrado, prometido y que todavía hay que quitarle a un pirata chungo. Piensa uno si acaso todo el brillante nuevo Estatuto será eso mismo, un empujar adelante los mismos agujeros y lloros de siempre, ahora con lenguaje paritario, ahora con cada suspiro desmenuzado.

El Estatuto del 81 era fino como un programa de concierto y el nuevo tiene muchos artículos y detalles, pero ni entonces ni ahora eso nos asegura nada aparte de comas mal puestas. Aquél se quedó en cojetada y lo mismo puede pasar con éste que tiene muchas más frases y deseos en los que fallar. Un invitado al programa Mejor lo hablamos, que por fin tuvo debate y disensiones aunque Mariló Montero seguía conduciéndolo hacia prados edénicos, afirmó que este Estatuto adolecía de “constitucionitis”: derechos fundamentales que se encuentran en la Constitución o en tratados internacionales, y otros que ya están desarrollados en leyes, engordaban y sobredoraban de buenismo el texto. “¿Y las pelas?”, añadía malvadamente. Sí, las pelas y la acción de gobierno. Eso es lo que falta. Con intenciones murió aquel primer Estatuto, pequeño y mentolado; con intenciones puede morir éste. Cuando las intenciones sean realidades, entonces lo celebraremos.


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