Por Ernesto Velit
Granda
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La política expansionista de la OTAN, demostrada con la reciente incorporación de Hungría, Polonia y República Checa, parece no tener límites. Ante las declaraciones del Presidente Clinton, en el sentido de no extender por el momento el área de los nuevos socios, con la consiguiente protesta de la Unión Europea, los dirigentes de la OTAN –esta vez sí con el beneplácito norteamericano– han incursionado en América Latina, y utilizando la influencia de los Estados Unidos en nuestro Hemisferio han comenzado a aplicar un proyecto expansionista que permite, con la incorporación de algunos miembros, crear una Alianza Defensiva como "elemento fundamental de estabilidad en la Región".
Ya el cambio de política en la venta de armas a la América Latina, levantando una prohibición que impuso el Presidente Carter en 1977, muestra a Clinton dispuesto a defender los intereses de la industria de armas norteamericanas, a riesgo de perturbar la paz, el equilibrio y el desarrollo económico, principalmente de los países del sur del continente americano, por la vía de una carrera armamentista de magnitud impredecible.
Esta política de libre mercado en la venta de armas se anunciaba desde hace algún tiempo. La venta por Israel de aviones K-Fir a Ecuador, el ofrecimiento de F-16 a Chile, la venta de helicópteros a Colombia y la renovación de 100 a 120 aviones de caza de la fuerza Aérea Brasileña por parte de la estadounidense Lockheed, son pruebas innegables de la enérgica política armamentista que propicia y estimula el gobierno de Clinton en la región. Y no podemos ignorar que la compra de armas, repuestos y mantenimiento permitirá al gobierno norteamericano ejercer una influencia incontrolable en cualquier situación de conflicto hemisférico o regional latinoamericano.
Expresar, como lo ha hecho Washington, que el levantamiento de las restricciones a la venta de armas es consecuencia de que las democracias hemisféricas se han consolidado, es simplemente mostrar ignorancia o cinismo frente a las realidades sociales latinoamericanas, a las exigencias de los millones de marginados empobrecidos, a las difíciles relaciones cívico-militares de muchos países del continente y a los desequilibrios geopolíticos que envenenan las relaciones de fronteras en América Latina.
Ante la amenaza armamentista que se anuncia, el Presidente Samper de Colombia propuso recientemente una moratoria en la compra de armamento de alta tecnología en el continente, aduciendo, entre otros, que existe el riesgo de "acabar con las posibilidades de inversión social", coincidiendo con lo expresado por el Nobel Oscar Arias y el ex Presidente Jimmy Carter.
Esta oferta de armas hecha por el gobierno de Clinton a los países de América Latina se articula sospechosamente con la alianza militar entre Argentina y los EE.UU., propuesta y aceptada por ambos países, orientada a convertir a Argentina en "aliado principal" de Estados Unidos en la periferia de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), el más poderoso pacto militar sobre el planeta.
Este tratamiento privilegiado permitiría al gobierno del Presidente Menem recibir material de guerra a precio barato, incluso regalado, con el consiguiente rompimiento del equilibrio militar sudamericano y la lógica activación de los programas de compra de armas de los restantes países de la región.
No fue casual la reciente visita oficial del general norteamericano Shalikashnill a la capital argentina y sus entrevistas con el Presidente Menem, con el ministro de Defensa y con el jefe del Estado mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Argentina. Ella representó el apoyo de la Casa Blanca a los esfuerzos argentinos por activar la cooperación militar con la OTAN, principalmente con los EE.UU. y la voluntad del gobierno de Clinton de convencer a otros países de la región como aliados "extra OTAN", en el proyecto de obtener una relación de "socios especiales", que ya Argentina habría aceptado en forma reservada, no obstante las denuncias hechas por los partidos de oposición a Menem.
En el marco de esta misma visita oficial, el general norteamericano abogó por el aumento del presupuesto militar argentino, a fin de incrementar las compras de armamento a los EE.UU. y a otros países de la OTAN. Producto de esta comentada visita es el acuerdo de maniobras conjuntas americano-argentinas, que se realizarán a fin de año en la provincia de Córdoba.
El gobierno de Chile ha sido el primero, por razones obvias, en hacer público su malestar y reclamarle explicaciones a la Casa Blanca. Ha exigido se le informe los alcances de lo que significa la calificación de "socio estratégico" de la OTAN, que se le otorgaría a la Argentina, a tiempo que el Canciller chileno José M. Insulza ratificó la voluntad de Chile de "cuidar plenamente la situación de igualdad en el Cono Sur en materia de armamento y tratamiento estratégico".
No escapa al más elemental análisis político, que el Perú sería afectado, si lugar a dudas, en caso de romperse el equilibrio regional militar.
Una vez más, esta doble moral de la política exterior norteamericana amenaza la paz continental, estimula la carrera armamentista de los países, busca incrementar el endeudamiento y lleva a los gobiernos a desoír las demandas sociales y olvidar que los países en desarrollo tienen el reto de enfrentar y vencer la desigualdad y la pobreza.
Oscar Arias, ex Presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la paz, ha
desarrollado una activa campaña para evitar el armamentismo en la
región, enviando cartas a los jefes de Estado a fin de comprometerlos
en una moratoria para no comprar armas. "Si los latinoamericanos pudimos
llegar a un acuerdo como el de Tiatelolco (1967), para prohibir las armas
nucleares en nuestra región, deberíamos extender este acuerdo
a las armas convencionales", afirmó este ilustre ciudadano del continente.
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