Editorial
El conflicto del Golfo Pérsico, entre otras enseñanzas, permitió hacer conocer al mundo dos hechos que siguen siendo comentados por la prensa internacional: el primero, el gran laboratorio natural que representó el frente de guerra para los ensayos de armas sofisticadas de alto poder exterminador; y, el segundo, el extraordinario poder de manipulación que poseen las agencias de noticias encargadas de dar al mundo la información veraz y objetiva de los acontecimientos.
Nadie puede negar que hubo una suerte de manipulación de conciencias, sobre todo de la del pueblo norteamericano, al que se le vendió la falacia de un enfrentamiento contra uno de los "ejércitos más poderosos del mundo"; en una guerra que podría llevar al holocausto nuclear y en la que EE.UU. asumía la defensa de la civilización y de la libertad.
Los medios de comunicación, en su gran mayoría, se encargaron de preparar este escenario. Nadie dijo que Irak es un país del Tercer Mundo con sólo l8 millones de habitantes, con grandes grupos poblacionales empobrecidos y marginales, sin desarrollo industrial y que dispone de un arsenal militar evidentemente desproporcionado para su economía, pero muy tejos de representar una fuerza que obligaría a una guerra de larga duración.
Este verdadero asalto informativo contra el pueblo norteamericano, se extendió, por cierto, a casi todo el mundo occidental. La victoria militar de los aliados, comandados por los EE.UU., fue presentada como una verdadera epopeya de valor y de tecnología, sólo capaz de ser lograda por la potencia del norte.
Poco se dijo de las rendiciones masivas de los soldados irakíes, de esos artilleros que entregaban sus armas, que no llegaron a disparar, incluso a los periodistas americanos a quienes confundían con oficiales USA.
Por otra parte, la prensa ignoró las manifestaciones pacifistas del pueblo americano, las declaraciones de la Embajadora USA en Bagdad, los resultados de la entrevista de Jesse Jackson, candidato presidencial, con Saddam Hussein, la censura del Pentágono sobre el frente de guerra y los brutales bombardeos sobre la población civil de Irak.
Todo esto, en el país que se jacta de contar con la más cultivada libertad de prensa del mundo.
Y para mayor abundamiento, tomamos unas declaraciones televisivas hechas por Martin A. Lee, Director del diario Extra de Washington, a propósito del enjuiciamiento del rol de la prensa americana en el Conflicto Pérsico.
Lee informó, que la Empresa General Electric (GE) es una de las principales proveedoras de armas al ejército americano. Que esta compañía producía las piezas de recambio de casi todas las armas utilizadas por los EE.UU. durante la Guerra del Golfo: los misiles Patriot, el misil Tomahawk, el bombardero invisible F 117 A, el bombardero B-52, el avión-radar AWACS, el satélite espía Navstar, etc.
Pero, que la mayoría de teleespectadores norteamericanos ignoraban que, cada vez que el comentarista de la cadena National Broadcasting Corporation NBC, se extasiaba delante de las cámaras contándole al pueblo del norte la extraordinaria efectividad de las armas sofisticadas usadas por las fuerzas armadas de su país, no hacía sino ponderar y servir al mismo amo, pues la GE y la NBC son propiedad de la misma persona.
Evidentemente, que la opinión del mundo fue sometida a un verdadero bombardeo de slogans, fraseología, información sesgada y verdades a medias, hasta llegar a conseguir una casi unanimidad de que la intervención militar contra Irak era lo lógico, lo justo, lo correcto, políticamente hablando. Si no, recordemos los titulares tremendistas de la prensa internacional: Irak, cuarto ejército del mundo; la marea negra del siglo, el Bunker de Bagdad, la Tempestad en el desierto, etcétera.
Estos hechos que nos permitimos resumir en el Editorial de nuestra revista, deben llevarnos a reflexionar sobre una realidad frente a la cual debemos pensar en adoptar una suerte de actitud defensiva. La manipulación de las conciencias y de los espíritus, que los medios de información del mundo practican con condenable impunidad puede llevar, y de hecho lleva, a la toma de decisiones erradas y, en algunos casos, hasta trágicas con consecuencias imprevisibles e irreparables.
El balance sobre todo lo que, como enseñanza, se puede extraer de la Guerra del Golfo, aún no ha sido hecho con la imparcialidad y el desapasionamiento que la historia se merece.
Pero el Tercer Mundo, a quien siempre debemos dirigir nuestra mirada y nuestra atención preferencial, vive el permanente riesgo de la información prostituida por intereses de los grandes que la pueden conducir a enfrentamientos entre pueblos hermanos, en nombre de una lógica como la que defienden los poderosos.
Cualquier guerra, no es propiedad de los políticos. Es a los ciudadanos, en general, a quienes concierne el derecho a ser informados con veracidad. Y cuanto más desarrolle la técnica de la comunicación, más fácil se hace la distorsión, la hipoteca informativa, el contrabando de la noticia.
Todos estos vicios, a los que irresponsablemente se recurre para manipular a la opinión pública, son atentados contra la democracia, además de violaciones de los derechos humanos. Contra este manejo se han levantado, y se siguen levantando, voces de protesta en todo el mundo. Ya existen juicios abiertos contra la censura impuesta por el Pentágono para algunas agencias de noticias y la excesiva tolerancia para otras.
El Tercer Mundo, si quiere ponerse al abrigo de estas peligrosas traiciones en la información, deberá crear sus propias fuentes de difusión, deberá procesar por sus propios medios el buen conocimiento colectivo de sus realidades.
América Latina, tiene experiencias demasiado recientes para ser olvidadas. A propósito de Las Malvinas, la prensa norteamericana buscó justificar la adhesión de Washington a la agresión británica, la invasión de Panamá y la permanencia indefinida de tropas de EE.UU. en territorio panameño, el caso Granada y la condenable y permanente violación de la soberanía de Cuba, haciendo uso, inclusive, de un canal de televisión especialmente creado para difundir información falsa y alarmista al pueblo cubano.
La prensa norteamericana, y alguna europea con vocación testaferra, consiguió convencer al mundo que el conflicto del Golfo era una nueva versión de la Segunda Guerra Mundial.
El Director
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