Cómo meditar en la pasión de Cristo
Martín Lutero
Algunas personas meditan en la pasión de Cristo y se
enojan con los judíos. Cantan y hablan mucho sobre Judas también. Sólo hacen lo
de siempre. Les gusta quejarse de los demás. Pasan todo su tiempo condenando a
sus enemigos. Supongo que es una meditación de cierta clase, pero no es una
meditación sobre el sufrimiento de Cristo, sino sólo una meditación sobre la
maldad de los judíos y de Judas.
Otros a quienes les gusta hablar del beneficio de
meditar en la pasión de Cristo no entienden de que se trata. Algo que Alberto
dijo puede ser muy engañoso: Pensar en la pasión es mejor que ayunar todo el
año o rezar los salmos todos los días. Algunos ciegamente lo siguen, toman su
comentario en el sentido literal, y luego actúan contrariamente a la pasión de
Cristo. Sólo buscan sus propios intereses, tratando de evitar hacer otras
cosas. En forma supersticiosa se adornan con imágenes y libritos, cartas y
crucifijos. Otros hasta imaginan que haciendo estas cosas se están protegiendo
contra ahogarse, quemarse, la espada y toda clase de peligros. Tratan de usar
los sufrimientos de Cristo para evitar que algún sufrimiento venga a su vida,
lo cual, por supuesto, es totalmente contrario a como es la vida en realidad.
Además hay la gente a quien le gusta simpatizar
emocionalmente con Cristo. Lloran y derraman lágrimas sobre él porque fue tan
inocente. Son como las mujeres que siguieron a Cristo en el camino desde
Jerusalén. ¡Él las reprendió! Les dijo que deberían llorar por ellas mismas y
por sus hijos. Entran en la estación de la pasión pensando que reciben un gran
beneficio pensando profundamente en cómo Jesús salió de Betania, o en los
dolores y penas que sufrió la virgen María. Meditan en estas cosas durante
horas y horas, pero nunca avanzan. De alguna forma, no llegan realmente a
meditar en el verdadero sufrimiento y muerte de Cristo. Sólo Dios sabe si hacen
esto más bien para dormir que para vigilar y esperar con Cristo. Esta clase de
gente incluye a los fanáticos que tratan de enseñar a la gente que reciben una gran bendición sólo asistiendo a la
celebración de la Santa Cena, parándose allí y viendo que se celebre. Tratan de
convencer a la gente que sólo presentarse y ver una misa automáticamente obra
la bendición por el acto mismo de hacerlo. Quisieran llevar a la gente a creer
que la Cena del Señor no tiene nada que ver con la fe en la promesa de la Santa
Cena, ni de ser digno para recibir la Santa Cena. La cena no fue instituida
para su propio beneficio, como si el propósito fuera sólo celebrarla. Se dio
con el fin de meditar en la pasión de Cristo. Si no lo hacemos, convertimos la
Santa Cena en una obra humana. La hacemos algo inútil, no importa que tan buena
sea en sí misma. ¿De qué te sirve que Dios sea Dios, si no lo es para ti?
¿Qué utilidad tiene comer y beber si no te beneficia a ti? Debemos tener
miedo de pensar que nos haremos mejores sólo porque celebramos mucho la Santa
Cena, mientras que al mismo tiempo no recibimos su verdadero beneficio.
Cuando meditamos correctamente en la pasión de
Cristo, vemos a Cristo y nos aterramos por el espectáculo. Nuestra conciencia
se hunde en la desesperación. Este sentimiento de terror necesita ocurrir para
que comencemos a reconocer plenamente cuán grande es la ira de Dios contra el
pecado y los pecadores. Entendemos esto cuando vemos que Dios libra a los
pecadores sólo porque su muy querido Hijo — su Hijo único — pagó un rescate tan
costoso por nosotros, como dice Isaías 53:8: “por la rebelión de mi pueblo fue herido”.
¿Qué sucede cuando vemos al querido Hijo de Dios
fulminado en esta forma? Reconocemos cuán indecible, hasta insoportable, es el
compromiso total del Hijo con la salvación de los pecadores. ¿De qué otra forma
podemos sentirnos cuando reconocemos que una persona tan grandiosa como Cristo
salió para enfrentar este destino, sufriendo y muriendo por los pecadores? Si
reflexionas verdadera y profundamente en el hecho de que el Hijo de Dios, la
Sabiduría eterna de Dios, sufre, te llenarás de terror. Entre más reflexionas
en esto, más terror sentirás.
Debes creer profundamente, y nunca dudar, que en
verdad eres tú el que mató a Cristo. Tus pecados le hicieron esto
a él. San Pedro aterró los corazones de los judíos cuando dijo en Hechos
2:36-37: “vosotros
[lo] crucificasteis”. Tres
mil personas se llenaron de tanto terror que temblando de miedo, clamaron a los
apóstoles: “Hermanos, ¿qué
haremos?” Así, cuando mires los clavos penetrando sus manos, cree firmemente
que es obra tuya. ¿Ves su corona de espinas? Estas espinas son tus
malos pensamientos.
¡Mira!
Cuando una espina traspasa a Cristo, debes saber que más de mil deberían
traspasarte a ti. Deberían traspasarte por toda la eternidad en una forma aun
más dolorosa que traspasaron a Cristo. Cuando veas los clavos traspasar las
manos y los pies de Cristo, date cuenta que tú debes estar sufriendo esto por
toda la eternidad, con clavos aun más dolorosos. Todo el que mira los sufrimientos
de Cristo y los olvida, pensando que no valen nada, sufrirá tal destino por
toda la eternidad. La pasión de Cristo es un espejo de lo que viene. Este
espejo no es ninguna mentira ni broma. Todo lo que Cristo dice que pasará, en
efecto sucederá.
Bernardo estuvo tan aterrado por los sufrimientos de
Cristo que dijo: “En un tiempo pensaba que estaba seguro. No sabía nada acerca
del juicio que se había pronunciado sobre mí en el cielo, hasta que vi que el
Hijo eterno de Dios tuvo misericordia de mí. Vi que él se adelantó y se ofreció
en mi beneficio, recibiendo mi juicio y tomando mi lugar. Ya no puedo sentirme
tan despreocupado cuando reconozco cuán serios son los sufrimientos de Cristo”.
Por eso mandó Cristo a las mujeres: “no lloréis por mí, sino llorad por vosotras
mismas” (Lucas 23:28).
Es como si Jesús dijera: “Aprende de mi muerte lo
que has ganado y lo que mereces recibir”. Es como matar a un perro pequeño para
asustar al perro grande. Por eso el profeta dijo: “Todas las generaciones harán
lamentación por él”. No dice que lo lamentan a él. Lamentan su propio destino.
Esto explica por qué la gente se llenó de terror en Hechos 2:37, como ya lo
mencioné, y dijo a los apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?” La iglesia canta:
“Esto pensaré con diligencia y mi alma se marchitará”.
Se debe considerar este punto con cuidado. El
beneficio de los sufrimientos de Cristo depende totalmente de que se llegue a
conocer bien a sí mismo y se llene de
terror hasta el punto de morir. Si no se llega a este punto, los sufrimientos
de Cristo realmente no lo beneficiarán. Los sufrimientos de Cristo en realidad
hacen a todas las personas iguales. Así como Cristo muere en forma horrible en
su cuerpo y alma por nuestros pecados, nosotros, como él, tenemos que morir en
nuestra conciencia por causa de nuestro pecado. Esto no sucede con muchas
palabras, sino meditando y reconociendo profundamente nuestros pecados. Permite
que ilustre mi punto. Digamos que una persona mala mata al hijo de un príncipe
o rey sin molestarte a ti, y sigues cantando y jugando como si fueras
totalmente inocente. Luego te arrestan y te convencen que por tu causa el niño
fue asesinado. ¡Te daría horror! Tu conciencia te afligiría profundamente. Así
debes estar aun más afligido cuando consideres los sufrimientos de Cristo. Los
judíos que mataron a Cristo, y que ahora han sido juzgados y exiliados por
Dios, sólo fueron los siervos de tus pecados. En verdad tú eres el que
estranguló y crucificó al Hijo de Dios por medio de tus pecados.
Si alguien es tan frío e insensible que no se aterra
cuando ve los sufrimientos de Cristo, debe temblar de terror. Debes llegar a
ser como las imágenes del sufrimiento de Cristo. No puede ser de otra manera. O
aquí en el tiempo y en el infierno por toda la eternidad. Al momento de tu
muerte, si no antes, tendrás que llenarte de terror, temblar y agitarte con
temor, y experimentar todo lo que Cristo sufrió en la cruz. Es terrible esperar
hasta el momento de la muerte para hacer esto. Pide a Dios y ruega que él
suavice tu corazón ahora para que puedas meditar en los sufrimientos de Cristo
en una forma que lleve fruto. Es imposible meditar en los sufrimientos de
Cristo por nuestra propia habilidad y poder. Dios tiene que implantar estos
sufrimientos en nuestro corazón. Esta meditación en el sufrimiento de Cristo,
como sucede con todas las doctrinas divinas, no se te da para que puedas salir
y hacer con ella lo que te dé la gana. No, siempre primero debes buscar la
gracia de Dios y anhelarla. Por ti mismo, no puedes hacer nada. Todo depende de
la gracia de Dios. Los que nunca ven correctamente los sufrimientos de Cristo
son los que nunca invocan a Dios para
pedir que los ayude. En lugar de eso, tratan de considerar el sufrimiento de
Cristo por sí solos, y terminan considerando los sufrimientos de Cristo en una
forma sólo humana y sin fruto.
Permite que diga esto en forma clara y abierta, para
que todos lo oigan. Todo el que medita en los sufrimientos de Cristo en la
forma correcta por un día, una hora, aun por quince minutos, está haciendo
algo mucho mejor que ayunar por todo un año, rezar los salmos todos los días, o
escuchar cien misas. La meditación correcta en el sufrimiento cambia el
carácter de la persona. Como en el bautismo, la persona nace de nuevo con esta
meditación. Entonces los sufrimientos de Cristo logran su obra verdadera,
natural y noble. Matan el viejo Adán. Eliminan de nosotros toda lascivia,
placer y seguridad que tal vez pensemos que una criatura de Dios nos podría
dar, así como Cristo fue abandonado por todos, inclusive por Dios.
Necesitamos reconocer que sentir que nacemos de
nuevo no es algo que depende de nosotros. Puede ser que a veces oremos por
ello, pero no lo recibimos en el momento. No debemos desesperarnos, sino seguir
orando. A veces viene cuando no estamos pidiéndolo. Dios sabe lo que
necesitamos. Hará lo que más nos conviene. Es libre y sin límites. Puede ser
que cuando nuestra conciencia nos causa angustia y estamos profundamente
insatisfechos con nuestra vida y lo que hemos hecho, no lo reconocemos, pero la
pasión de Cristo está haciendo esto en nosotros. Por otro lado, algunos pueden
pensar que están meditando en la pasión de Cristo, pero se enredan tanto en
pensar en ellos mismos que no pueden encontrar la salida. El primer grupo
realmente medita en la pasión de Cristo, los otros sólo presentan un
espectáculo que resulta falso.
Hasta este punto en nuestra discusión, es como si
estuviéramos en la Semana de la Pasión y el Viernes Santo. Ahora llegamos a la Pascua
y la resurrección de Cristo. Cuando alguien, con la conciencia llena de terror,
entiende de esta forma sus pecados, necesita cuidarse para que sus pecados no
se queden en su conciencia, porque entonces no resultaría nada sino sólo la
duda. Así como nuestros pecados fluyeron de Cristo y nos hicimos conscientes de
ellos, debemos volver a derramarlos sobre él y librar nuestra conciencia.
Cuídense de no morderse y devorarse unos a otros con los pecados en el corazón,
corriendo aquí y allá con sus propias buenas obras, tratando de hacer
satisfacción por ellos, intentando obrar la liberación de su pecado mediante
indulgencias. ¡Es imposible! Desgraciadamente, todavía muchos, en muchas
partes, piensan que encuentran un refugio en estas satisfacciones y peregrinajes.
Toma tus pecados y échalos sobre Cristo. Cree con un
espíritu gozoso que tus pecados son sus heridas y sufrimientos. Él los lleva y
hace satisfacción por ellos, como dice Isaías 53:6: “Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros”. Pedro dice en 1 Pedro 2:24: “Él mismo llevó nuestros pecados en su
cuerpo sobre el madero”. En 2 Corintios 5:21 Pablo dice: “Al que no conoció
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios
en él”. Debes confiar en versículos como éstos en la Biblia con toda tu fuerza,
aun más cuando tu conciencia trate de matarte. Nunca hallarás la paz si pierdes
esta oportunidad para tranquilizar tu corazón. Tendrás tantas dudas que te
desesperarás. Si pensamos demasiado en nuestros pecados, repasándolos una y
otra vez en nuestra conciencia, manteniéndolos en nuestro corazón, pronto serán
demasiados para que los podamos manejar y vivirán para siempre.
Pero cuando vemos nuestros pecados puestos en Cristo
y lo vemos triunfar sobre ellos con su resurrección, y sin temor lo creemos,
nuestros pecados están muertos y se desaparecen. No quedan sobre Cristo, sino
son tragados por su resurrección. Ahora no ves ninguna herida, ningún dolor,
ningún pecado en absoluto en él. Por eso Pablo dice en Romanos 4:25 que Jesús
“fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. En su
sufrimiento Cristo hizo conocer nuestros pecados y fue crucificado por ellos.
Por su resurrección nos hace justos y libra de todo pecado. Si no lo puedes
creer, pide a Dios la fe. Esto depende totalmente de Dios. A veces él da la fe
en una forma muy dramática y abierta, en otras ocasiones en forma secreta y
tranquila.
Por
tanto, esto es lo que debes hacer. Primero, deja de mirar los sufrimientos de
Cristo ya. Han hecho su obra y te han aterrado. Sigue adelante a través de
todas las dificultades y mira su corazón amistoso. Ve cuán lleno de amor está
el corazón de Dios hacia ti. Este amor lo motivó a sobrellevar la pesada carga
de tu conciencia y tu pecado. Si haces esto, tu corazón se llenará de dulce
amor hacia él. La seguridad de tu fe se fortalecerá. Asciende más alto a través
del corazón de Cristo al corazón de Dios y verás que Cristo no podría haberte
amado si Dios no habría querido esto con su amor eterno. Cristo es obediente a
este amor, y así te ama. En el corazón de Dios hallarás un corazón divino,
bondadoso, paternal. Como dice Cristo, serás atraído al Padre por medio de
Cristo. Entonces entenderás lo que Cristo quería decir cuando dijo en Juan
3:16: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Así
conocemos a Dios como él quiere que lo conozcamos. No lo conocemos por su poder
y sabiduría, que nos aterran, sino por su bondad y amor, Allí nuestra fe y
confianza están inamovibles. Así la persona realmente nace de nuevo en Dios.
Cuando tu corazón está puesto en Cristo, eres un
enemigo del pecado, por causa del amor y no porque temes el castigo. Los
sufrimientos de Cristo deben ser un ejemplo para toda tu vida. Debes meditar en
ellos de otra forma. Hasta ahora hemos considerado la pasión de Cristo como un
sacramento que obra en nosotros. Ahora queremos considerarla de otra forma,
como algo que obra en nosotros cuando sufrimos. Cuando llegue el día en que la
enfermedad y el dolor pesen sobre ti, piensa cuán poco monto es en comparación
con las espinas y los clavos de Cristo. Si tienes que hacer algo que no
quieres, o no puedes hacer algo que quieres, piensa cómo Cristo fue conducido
por otros, atado como prisionero. ¿Te hiere el orgullo? Piensa cómo el Señor
fue burlado y avergonzado en compañía con los asesinos. ¿Te llegan pensamientos
sexuales impuros y lascivia, imponiéndose en ti? Piensa en qué amargo fue para
Cristo que se le rompiera su tierna carne, fuera lacerado y azotado, una y otra
vez. ¿Hay odio y envidia luchando en ti, o buscas vengarte? Recuerda cómo
Cristo oró por ti, y por todos sus enemigos, con muchas lágrimas y gritos. ¡Él
tuvo más razón que tú para buscar la venganza! Si algún problema o adversidad
te molesta en cuerpo o alma, ¡ten ánimo! Di: “Por qué no debo yo también sufrir
un poco, puesto que mi Señor sudó sangre en el huerto a causa de su angustia y
dolor? Sería un siervo flojo y vergonzoso si sólo quisiera acostarme en mi cama
mientras mi Señor tiene que batallar con una muerte dolorosa”.
De esta forma hallas fortaleza en Cristo y te
consuelas cuando luchas con toda clase de vicio y malas costumbres. Así se debe
meditar en la pasión de Cristo. Éste es el fruto de su sufrimiento. Por eso el
que medita en la pasión de Cristo de esta forma realmente hace algo mejor que
oír la lectura de toda la historia de la pasión, o leer toda clase de misas.
Las personas que hacen la vida y el nombre de Cristo parte de su propia vida
con toda razón reciben el nombre de cristianos, como dice Pablo en Gálatas
5:24: “Pero los que
son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Tenemos
necesidad de meditar en la pasión de Cristo, no con muchas palabras o con una
exhibición impresionante, sino usándola debidamente en nuestra vida. Pablo nos
amonesta en Hebreos 12:3: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de
pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.
Pedro dice en 1 Pedro 4:1: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la
carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento”. Pero esta clase de
meditación en la pasión de Cristo no se usa mucho. Es muy excepcional, aunque
las epístolas de Pablo y Pedro están llenas de ella. Hemos cambiado la esencia
de la meditación en la pasión de Cristo en un espectáculo, y sencillamente
hemos pintado la meditación de la pasión de Cristo en letras y en las paredes.
¡A
Dios solo sea la gloria!
Martín
Lutero, 1519
Misión
del Sínodo Evangélico Luterano en el Perú, 2004